Una colaboración de Marvin Monzón | Barrancópolis

Yo era un patojo lerdo que, con mucho esfuerzo, logró ahorrar Q20.00 para comprar un radiorreceptor portátil en el mercado El Guarda en la zona 11 de la ciudad de Guatemala.

En general el dispositivo era una completa basura, pero tenía una linternita led que me hacía pensarlo como una verdadera ganga. Me pasaba las noches dándole al botón “scan” para navegar entre el ruido sucio de las emisoras que con suerte lograba cazar. Recuerdo particularmente una de esas noches: el mismo juego, la ruleta de la frecuencia modulada que en uno de sus giros dio de lleno en una canción de sonido áspero, dulce y —para mí— desconocido. Para un niño criado a base de lecturas dominicales de Las Escrituras, fue el primer contacto con el rock. Apenas pude distinguir alguna palabra en la letra. Esa noche terminé triste, con el presentimiento fatal de que se había perdido para siempre, de que nunca volvería a escucharla.

Quizás la olvidé un poco con el corrosivo transcurrir de los años, hasta que en la adolescencia un amigo se tomó el tiempo de hacerme una selección de sus canciones favoritas, las metió en un disco y me lo regaló. Con ese regalo conocí bandas como Rata Blanca o Héroes del Silencio. Pero además incluía esa canción de contornos ya desdibujados para mí: La danza del fuego. Entonces conocí a Mägo de Oz, que se convertiría en pieza importante del soundtrack de mi adolescencia. Mi amigo se dejó crecer el pelo y empezó a escuchar járdcor, blac y géneros aún más “darks”. Un día se me descojonó de la risa en la jeta: cómo era posible que yo todavía escuchara esa música marica de Mägo de Oz… Un día se alejó y no volví a saber de él en mucho tiempo. A veces nos vemos en la calle y, sin dejar de caminar, solo nos ofrecemos un brevísimo “qué onda”. También hay fundamentalistas del rock oscuro.

Él no ha de saberlo, pero lo recuerdo con gratitud. Él no ha de saberlo, pero de vez en cuando todavía escucho Mägo de Oz y si me tocara escribir una lista de los mejores álbumes de rock en español, Finisterra estaría allí. Él no tendrá idea y si se llega a enterar tal vez me descuartiza en un ritual satánico, pero esos álbumes viejos de la banda me gustan por vitales, por creativos, porque musicalmente están bien armados y porque tienen ese fílin capaz de alterarte el pulso cardíaco.


Marvin Monzón. Estudia Letras en la Universidad de San Carlos. Ha publicado 2 libros infantiles con el sello Loqueleo, Santillana. Pronto se publicará su tercer título infantil con el mismo sello.

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