Por Sara Lemel
Jerusalén/DPA
Mientras en Francia se discute sobre el «burkini» y se considera que la desnudez es un símbolo de libertad, en Israel la tendencia es la contraria y muchas mujeres que visten de forma desenfadada sufren los ataques de los más religiosos.
Jardena G., una judía ultraortodoxa que vive en Jerusalén, creó en 2007 la empresa Sea Secret, que fabrica ropa de baño que cubre todo el cuerpo, de forma parecida a como lo hace el burkini.
Madre de nueve hijos, Jardena G. tuvo la idea cuando estaba embarazada de seis meses. «Quería ir a nada pero me sentía incómoda y pensé que en ese estado no podía meterme en el agua». Así que fundó la empresa con una amiga y ahora entre sus clientas no sólo hay judías ultraortodoxas, sino también muchas musulmanas de todo el mundo.
«Toda mujer debe poder divertirse en el agua», afirma Jardena G., también en referencia a la disputa por el burkini en Francia, país del que ella emigró hace 14 años.
Entre sus diseños hay sobre todo ajustados bañadores con «leggins» (mallas) a juego y gorros o pañuelos para cubrir la cabeza, también al estilo musulmán.
Sus propuestas han tenido una demanda sorprendente, cuenta esta empresaria de 45 años. «Hemos tenido incluso encargos de Dubai y otros países del Golfo», cuenta a dpa, aunque en esos casos ha habido problemas con la entrega, ya que Israel no tiene relaciones diplomáticas con esos Estados. La mayor parte de sus clientas musulmanas viven en Estados Unidos.
Las normas de vestimenta de las judías ultraortodoxas se parecen mucho a las de las musulmanas, pues unas y otras deben llevar cubierto el cabello y el cuerpo en su mayor parte.
En Tel Aviv son pocas las mujeres que se atienen a esas normas, sobre todo en verano y para salir. Sin embargo, en Jerusalén algunas veces los ultraortodoxos escupen a las mujeres que enseñan demasiado para su gusto.
A la cantante de origen israelí Hanna Goor la obligaron la semana pasada a bajarse del escenario en un festival en Asdod por llevar la parte de arriba de un bikini con una camisa abierta. Durante la actuación, uno de los organizadores subió al escenario y la instó a «vestirse». Ella se negó y tuvo que poner fin a su concierto.
«Verano, agosto, 12 del mediodía en la playa, no podía entender qué es lo que querían de mí», se quejaba Goor en la televisión israelí. «Toda artista tiene derecho a elegir su vestuario con libertad», defendió.
No es de la misma opinión la ministra de Cultura israelí, Miri Regev. La política anunció que todos los artistas que participen en eventos financiados por el Estado deben vestirse de forma recatada por respeto a la religión. «En festivales y actuaciones que se financien con dinero público debe respetarse a todos los sectores», confirmó una portavoz del Ministerio.
El diario «Haaretz», de tendencia liberal de izquierdas, arremetió contra la «policía de las costumbres de Regev» y comparó esa injerencia con la prohibición del burkini impuesta en algunas localidades francesas.
Jardena G. quiere ayudar a las mujeres religiosas a poder bañarse siguiendo las costumbres, pero está en contra de restringir el uso del bikini. «No se puede cambiar a nadie a la fuerza», asegura, convencida de que cada mujer tiene que decidir cómo se viste. «Simplemente tenemos que respetarnos mutuamente».