Por Camilo Villatoro
La vocación espiritual de don Clodomiro es hacer discursos fúnebres. Cuando murió mi abuela, se paró sobre una tumba aledaña y dijo sus palabras. Recuerdo a un pariente reclamando inmediatamente, pero entre murmullos impunes, que «por qué dejaron que don Clodo hablara». A mí los discursos fúnebres me dan más o menos igual, con tal que no salgan con algún insulto, calumnia o zancadilla post mortem. Con la abuela de cualquier hijo de vecino hasta me cagaría un poco de risa, pero con mi Mamaruca no se metan, y eso porque si doña María Angelina (¿Así era que se llamaba?; yo la recuerdo más bien Mamaruca) estuviese viva, ella misma se encargaría de humillar públicamente a sus agresores, de la forma más elegante posible, y con elegante quiero decir soez, porque hasta para ser soez se debe tener decoro. Obviamente yo estaba sumido en el llanto y no recuerdo una sola palabra; era más probable que estuviera invadido por la culpa, porque no quise ir a la tienda y ella fue y se descalabró decúbitolateralmente, y luego vino la tediosa operación de cadera y la anestesia, que parece reducir el tiempo de vida de los viejos, además de avanzarles la demencia senil de forma escandalosa.
Pero el punto es que don Clodomiro es puro folclor y una suerte de personaje mitológico viviente, igual que doña Maga (ay la Maguita…). Numerosos alcohólicos del pueblo han manifestado la idea de derribar el busto de Justo Rufino sito en el parque y sustituirlo por una estatua cuerpo completo de La Maga (no la de Cortázar, sino la Magalí) para configurar un parteaguas histórico retrospectivo, y esto porque Maguita parece panda de tanto sueño interrumpido al satisfacer las necesidades etílicas de la región; me consta, más en estos momentos en que mi hígado lucha por procesar los mortales componentes de la Centroamericana S. A. No quiero morir de cirrosis ni tampoco próximamente, pero quisiera morir mucho después que el viejo Clodomiro.
Cierto día un familiar felizmente resignado felicitó a Clodomiro por el discurso que había preparado para su madre muerta. En sus palabras: «Gracias, don Clodo, estuvo puro calidá». Pero a don Clodo lo caracteriza la falsa modestia y tuvo que gruñir insatisfecho: «Sí’hombre, lástima que lo hice a la carrera; si me avisaban con unos quince días de anticipación quedaba más chilero».