Por Leonel Juracán

Hace cerca de 20 años, antes de que internet alcanzara la cobertura que tiene hoy día, pero ya intuyendo la dirección que tomaba, Jacques Derrida, en un ensayo titulado «El fin del libro y el comienzo de la escritura»1 nos advirtió que esto que podemos considerar como una crisis, no está en la literatura, sino en el lenguaje mismo, porque siendo éste una forma de «técnica», puede colocar al individuo a distancia de la temporalidad, y esto se acentúa mucho más si separamos el individuo de la «presencia», (como efectivamente ocurre ahora con el chat). El resultado de este proceso sería que los signos irían perdiendo su carácter de verdad, los libros se irían devaluando, y en general el lenguaje perdería algunas de sus atribuciones.

No se trata de ser apocalípticos, pero hay muchas otras cuestiones a considerar, no sólo en el fenómeno superficial de que la lengua escrita pierda solemnidad, sino la pérdida de fiabilidad de todo texto escrito; asuntos que no se ubican como «literatura» simplemente, sino que corresponden al desarrollo de la cultura en general, nuestra presencia en el mundo y búsqueda de adaptación.
Si el lenguaje es primariamente un medio de comunicación, las condiciones actuales de dicha comunicación atentan contra la certeza de que realmente esté comunicándome con otra persona. La publicidad «personalizada», cuyo precedente era la máquina contestadora, hoy se ha extendido al spam y el marketing por teléfono, con voces y mensajes que, pese a su esfuerzo por resultar más naturales, hacen dudar de que la emisión corresponda a un ser humano. Por otra parte, la cobertura de las «redes sociales», o bien valdría decir, la apertura universal del diario íntimo, en vez de llevarnos a una comunicación más íntegra, ha devaluado las opiniones personales y las expresiones afectivas por escrito. Al parecer, nuestra cobardía, tendencia al atavismo y las tácticas de mercadeo del software nos están jugando una mala pasada. Desde el anonimato de un perfil falso, hoy una misma persona puede asumir distintos roles y posturas en la red, sin que por eso se le admire como a un Fernando Pessoa, ni se le dé tratamiento como esquizofrénico. El mercado favorece esta disociación de actividades, porque cada máscara exige un tinglado específico, y esto representa multiplicación milagrosa de consumidores. El diseño de plataformas virtuales, campos de juego y «avatares» parece ser el sustituto electrónico de eso que antes conseguíamos con novelas de largo aliento. Con la diferencia de que el lector-usuario de este tipo de historias se ha convertido en personaje, y como tal, no tiene control ni derecho a opinar sobre el papel que ocupa en el planteamiento de la historia.

¿Es entonces, culpa de la tecnología?

Ésa cualidad que tenía la literatura, para colocarnos ante el mundo desde la perspectiva de «El otro», es una función que desde hace más de un siglo, comparte con el cine, y la existencia de internet ha modificado su función pedagógica.

Antes recurríamos a las novelas históricas, ya fuesen testimoniales o investigativas cuando queríamos encontrar una visión particular de los hechos. Sabíamos bien que si no eran imparciales, al menos había una investigación de parte del autor. Ahora, la mayoría se conforma con ver una película y revisar algunos artículos en internet.

Sin embargo, también debemos reconocer que muchas veces la literatura ha servido como coadyuvante de las leyes, confiriendo «belleza» estética a la articulación del orden social, instituido y garantizado por el estado. Pero, una vez los valores se revelaron falsos y el estado como incapaz, no solamente la literatura, sino las mismas leyes se revelan como artificio. Y todos perdemos credibilidad, porque no es mediante gestos y símbolos que pretenden controlarnos, sino mediante guardias, fronteras y drones artillados; la violencia que se hace patente a medida que nos alejamos de los «focos de cultura».

Vladimir Prop y Luis Hjelmslev propusieron a principios de siglo pasado una teoría literaria que bien podría ser la versión dieciochesca de «La Matrix»: dice que TODA narración puede reducirse a una sola, pues existiendo solamente una cantidad limitada de funciones entre personajes (ahora personas) y tomando en cuenta que las características de la personalidad son también finitos, las posibilidades de un personaje en un momento dado de la historia, pueden calcularse de manera matemática. De modo que es imposible que haya «nuevas historias» si no simplemente «variaciones y repeticiones permitidas» ¿Será ésta lo que hay en la base de los juegos de rol en red, y su creciente tendencia al dinero electrónico?

El descubrimiento de los arquetipos planteaba la posible cancelación de la metafísica, con ello la decadencia de las religiones y el cimiento teológico de la política. Estar consciente y bien informado hoy en día no confiere ya ningún poder, bienestar o tranquilidad de consciencia, sólo conlleva a mayor frustración ante la imposibilidad de cambiar un orden que se rige por la inercia de una economía surgida de la violencia y la dominación.

¿Cómo oponernos entonces a éste movimiento desde la literatura? Podríamos ser radicales y aislarnos como eremitas, escribir sólo en lenguas locales, tomar por compromiso la marginalidad. Pero esto no evita que la estructura de la marginación y segmentación social siga creciendo. Lo más recomendable es no olvidar nunca que la informática es un medio y no un fin, que es la presencia de los demás lo que da sentido a nuestras palabras y que es a personas y no probabilidades de mercado a quienes nos dirigimos.

Poesía y ensayo al rescate

Quizá sean éstos los géneros en que mejor se refleja la tendencia mercantil de la literatura. El ensayo, con todo y la tendencia al «abstract», se ha ido despojando del estilo, cuando mucho se ha convertido en una forma de opinar sin comprometerse. Cumplir los requisitos de la academia. Mientras la poesía corre por sentido contrario, es un estilo vacío, juego de palabras en que apelando a sus sentimientos individuales, el autor evita a toda costa aludir a sentimientos colectivos. Pero es precisamente ahí, donde el autor no puede emplear la palabra como máscara, donde es posible todavía una «ética de la escritura». Roland Barthes, que en esto era todo un optimista, hace este llamado el ensayista consecuente, al poeta honesto, al escritor al fin, consecuente con su palabra frente al mundo, a que oído atento permanezca en el camino de la lengua hablada:

Si verdaderamente la escritura es neutra, si el lenguaje, en vez de ser un acto molesto e indomable, alcanza el estado de una ecuación pura sin más espesor que un álgebra frente al hueco del hombre, entonces la Literatura está vencida, la problemática humana descubierta y entregada sin color, el escritor es, sin vueltas, un hombre honesto. Por desgracia, nada es más infiel que una escritura blanca; los automatismos laboran en el mismo lugar donde se encontraba anteriormente una libertad. Una red de formas endurecidas limita cada vez más el frescor primitivo del discurso, una escritura renace en lugar de un lenguaje indefinido.2

NOTAS

1. Jacques Derrida, «De la Gramatología», Siglo XXI, México, 1998. pp. 11-35 «El fin del libro y el comienzo de la escritura», Traducción de O. Del Barco y C. Ceretti.

2. Roland Barthes, «Ensayos Críticos», Siglo XXI, México, 1997. pp. 80. «El Grado Cero de la Escritura», Traducción de Nicolás Rosa.


Leonel Juracán. Un tipo que nació hace como 34 años, salió del IGSS de Pamplona en brazos de su madre. Juracán lee, camina mucho, dizque estudia, a veces ciencias y otras veces pajas humanistas, se embriaga con facilidad y se apasiona por la cultura, sea ésta alta o baja. K’aqchikel desclasado, según linaje y racismo guatemalteco.

Lo más recomendable es no olvidar nunca que la informática es un medio y no un fin, que es la presencia de los demás lo que da sentido a nuestras palabras y que es a personas y no probabilidades de mercado a quienes nos dirigimos.

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