Por Juan José Narciso Chúa

Todo parecía un cuento para niños, el nombre vino de perdida, nadie recuerda bien quién bautizó a este personaje con tal mote. El punto es que Don Bacho se convirtió en una leyenda que acompañó nuestras vidas cuando los niños estaban todavía pequeños. Su imagen se definía como una persona de mediana estatura, con sombrero raído, ojos achinados, pelo liso y descuidado, un bigote imberbe y sonrisa amable.

Un peculiar olor era parte de su mística. Se sabía que siempre cargaba un costal sobre la espalda, el cual se especulaba, se encontraba lleno de basura, otros decían que ahí llevaba sus pocos bienes personales y los más macabros decían que ahí conducía pedazos de carne de perros callejeros que cazaba y preparaba para cocinar.

Siempre vestía un saco oscuro, negro o gris, así como lucía unos pantalones raídos de lona que eran parte de su indumentaria, con una camisa bastante usada y sucia que parecía de un color entre blanco, lila claro o gris. Sus zapatos eran unos caites de llanta que a veces alternaba con unos tenis gastados y sucios, que hacían su paso suave y silencioso cuando se acercaba.

Nunca conseguimos saber dónde residía, o por lo menos en dónde pasaba las noches. La verdad es que generalmente se le veía –dicen aquellos que efectivamente lo vieron -, cuando la noche empezaba a caer, justo en ese momento en que se recrea una zona gris, que dura poco pero que anticipa la llegada de las penumbras de la noche.

Es imposible olvidarlo, así como también resulta imposible no evocarlo aún después de varios años, cuando la infancia de mis hijos es solo un recuerdo, pero que seguramente ellos lo traerán inmediatamente a la memoria, pues se convirtió en un personaje de fantasía, una leyenda urbana, una figura que todos mencionaban pero pocos conocían.

Recuerdo que Lucía Gabriela, mi segunda hija, una noche daba lata llorando y llorando y no conseguíamos que se fuera a dormir, su resistencia era tal que en cada intento por calmarla sus gritos iban tomando mayor sonoridad, esto obligó a mi hermano, quién vivía en la vecindad a acudir a la casa creyendo que habría pasado algo más serio. Cuando entró se enfrentó a la realidad, la Lucha, no cesaba de llorar, a pesar de todos los esfuerzos para llevarla a la cama. Mi hermano como buen médico, la examinó para asegurarse de que no tuviera algún problema físico, pero rápidamente se dio cuenta que no era más que un pequeño pero intenso berrinche.

En ese momento, creo que nació la leyenda de Don Bacho. Mi hermano le dijo que ahí cerca estaba un señor que estaba preguntando por Lucía Gabriela y ante tal afirmación Lucía se calló inmediatamente, pero más interesada en conocer sobre tal cuestión, quién es balbuceó, se llama Don Bacho, le dijo mi hermano y empezó a explicarle que era un personaje que salía de noche a buscar niños que se portaban mal o que lloraban sin ninguna razón. Ahí en el poste está le dijo mi hermano, vení a verlo indicó, pero Lucía ante la explicación de quién era Don Bacho, se rehusó a salir, se calló inmediatamente y se fue a acostar.

De acá en adelante, Don Bacho fue un enorme aliado para conseguir que los niños se acostaran normalmente, así como para que ya no lloraran insistentemente. Todos sabíamos quién era Don Bacho, pero ninguno de nosotros lo conoció realmente. Seguramente Don Bacho se encuentra por ahí, bajo la luz tenue de un poste, con su saco largo y oscuro, su sombrero desgastado y su saco al hombro a la espera de escuchar un llanto perenne o un berrinche sin sentido, para llegar y ponerse a sus órdenes.

Una noche, justamente después de convencer a uno de mis hijos de la presencia cercana de Don Bacho, salí a comprar algo a la tienda, ya eran alrededor de las 10, cuando caminaba en una noche fresca, pero sin luna, me encontré con un árbol de un vecino que había crecido desmesuradamente y que casi atravesaba la banqueta, tuve que hacer un pequeño rodeo para pasarlo, cuando en la penumbra pude observar una figura que con un saco al hombro, una sonrisa que mostraba dientes amarillos y unos ojos achinados sonreía conmigo y me decía: Don Bacho a tus órdenes, luego soltó una carcajada. No recuerdo más, sólo que salí corriendo buscando ansiosamente la luz de la tienda y cuando regresé hice un rodeo para evitar el lugar mencionado, pero en el poste más cercano a la casa, pude ver a Don Bacho, con su costal al hombro.

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