Por Danilo Lara

A través de fina atención a los detalles y a las formas del lenguaje, Robert Eggers nos pone en Nueva Inglaterra en el año 1630. La primer toma es de una niña, Thomasin (Anya Taylor-Joy), mirando con aflicción en la cara cómo ella, y su familia, son exiliados por un tribunal de hombres por el delito de presunción orgullosa. “¿Qué fue lo que vinimos a esta tierra salvaje a encontrar?”, les pregunta a los jueces don William (Ralph Ineson), el mero tata de la familia — Hora y media después, cabalito en la última escena, la película nos regala esa respuesta.

Lo que sigue es un cuento de horror, o más bien de horrores.

Uno es el horror supernatural. Porque, sí, desde bien temprano la lica nos deja claro que acá las brujas existen, que salen a parrandear con Satán y que hacen cosas que no está bien hacer, como secuestrar bebés para destriparlos y usar sus jugos internos como lubricantes para sus escobas.

Luego está el horror psicológico. Ese que se transmite en los cuentos de hadas. La Bruja captura la esencia arquetípica de esas historias. Tiene sus propios Hansel & Gretel perdidos en el bosque, un tuist de Caperucita Roja en que el comeniños no es el lobo (como todos *quieren* creen) sino la propia Caperuza, y a una trágica Blancanieves atacada por su propia mamaíta, quien en ardor psico-sexual jungiano desea asesinarla por ser más hermosa y arrancar las miradas de los hombres de su vida (su esposo y su hijo).

También está el horror sistemático. Las políticas de este hogar son las que uno esperaría de una familia de Puritanos en el siglo XVII. El don manda y vuela machete desde que sale el sol, mientras el varoncito mayor (Caleb, interpretado por Harvey Scrimshaw) aprende. La señora, Katherine (Kate Dickie) es cacho más que manufacturera de seres humanos. Thomasin, futura manufacturera de seres humanos, hace oficios domésticos y, según discuten William y Katherine, como ya no dan las varas se le considera mandar a hacer oficios domésticos para otra familia. Thomasin, además, tiene como tarea cuidar a un par de gemelos (Ellie Grainger & Lucas Dawson) que son engendros abominables y merecen todo lo malo que ocurre en sus vidas.

Por último: el horror ideológico. Aunque no queda claro, en la primera escena se sugiere que el clan de don William fue exiliado del asentamiento por practicar un tipo de cristianismo demasiado hardcore para los Puritanos. Calculen. La doctrina que don William hace que sus hijos repitan, junto con pasajes bíblicos memorizados, es que las personas somos substancialmente basura irredimible. Uno puede ser alguien bueno, como un bebé o el comisionado de la CICIG, Iván Velásquez. O incluso, uno puede ser Iván Velásquez bebé. Pero si es el deseo de Dios que te quemés para siempre en un lago de fuego, eso es justo lo que va a pasar porque sos basura irredimible — Una de las escenas más brillantes de la lica es cuando Caleb es poseído por el demonio y procede a gritar palabras de animales relacionados con la brujería (sapos, gatos, perros negros, etc.), cosa que no tiene mucho de ahuevante. Pero luego, una vez que el demonio aparentemente ha abandonado su cuerpo, Caleb entra en un trance espiritual en el que describe un encuentro que está teniendo con Jesús, detallando cómo toca su piel y besa su boca, y la onda lleva una vibra de erotismo que tiene mucho de incómodo pero también de SÚPER AHUEVANTE. Y como alguien que pasó parte de su adolescencia en células juveniles evangélicas, les puedo decir con solvencia que la escena no es muy distinta de algo que uno vería en un retiro de El Shaddai.

El subtítulo de la película es “Un Cuento Popular de Nueva Inglaterra”, y como todo cuento de folclor, conlleva un rito de pasaje. Estos ritos casi siempre van algo así: un nene en plena pubertad abandona el confort del hogar y es guiado al bosque por una criatura fantástica. Allí se enfrenta a eventos y seres sobrenaturales, además de que su cuerpo sufre mutaciones. Finalmente obtiene algún artefacto o sabiduría divina y regresa a la civilización para ser una persona grande, chambeadora y de bien.

La Bruja cuenta el rito de pasaje de Thomasin y su liberación del confort hogareño. Están los dolores propios de las mutaciones, la criatura fantástica (Black Phillip, un macho cabrío negro que es fabuloso) y la incursión al bosque. Solo que, en este cuento, el bosque es el final mismo del viaje del héroe. La civilización valió madres, el ritual de adultez culmina con el adolescente abrazando para siempre la magia. Esa es su liberación. Eso es “lo que vinimos a esta tierra salvaje a encontrar”.

La última toma es de una niña, Thomasin, mirando con gozo en su cara cómo es recibida por un grupo de mujeres desnudas que danzan y levitan alrededor del fuego.

Siendo un cuento popular, La Bruja tiene su lado moralizante. Estas son algunas de las enseñanzas que yo obtuve de la película:

1. De ser posible, eviten establecer su hogar frente a un bosque de donde provengan murmullos por las noches.

2. No saquen a sus bebés, y menos a sus Iván Velásquez bebés, a jugar frente al bosque.

3. No obliguen a sus hijos a recitar la Biblia… ¡Hey! ¡De hecho, no obliguen a los niños a leer la Biblia en las escuelas! — me refiero, por supuesto, a esa propuesta de ley para establecer la lectura bíblica obligatoria en las escuelas públicas de Guatemala y que, por alguna razón, sigue en consideración.

4. Nel, de verdá, no sigan con esa propuesta de ley. ¿En serio? ¿En pleno siglo XXI? Conste que se los advertí. Después no se quejen cuando la represión de tener que ser indoctrinadas y leer la Biblia obligatoriamente en la escuela, motive a sus hijas a unirse a una asamblea de brujas del bosque y luego se aparezca para robarles sus bebés no bautizados.

El subtítulo de la película es “Un Cuento Popular de Nueva Inglaterra”, y como todo cuento de folclor, conlleva un rito de pasaje.

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