Por Silvia Trujillo

Los primeros días de junio serán de mucha actividad para Sandra Monterroso, artista contemporánea, nacida en Guatemala en 1974, diseñadora por la URL, con una maestría en México, un doctorado en Viena y fundadora de la Asociación de diseñadores y artistas -DAC-. A lo largo de su carrera artística, ha participado en numerosas exposiciones y ganado numerosos premios y reconocimientos tanto a nivel nacional como internacional. La próxima semana sus piezas serán presentadas de forma simultánea en dos muestras colectivas en el país y una más en Viena.

Se define como artista decolonial lo cual se traduce en sus obras, donde logra conjugar sus preocupaciones estéticas y políticas, con planteos que invitan a desaprender el racismo y otras violencias que afectan de manera particular a las mujeres. Hablamos con la artista sobre su propuesta, las intersecciones entre lo biográfico y lo histórico, las implicaciones de la memoria en la identidad y la importancia de la palabra.

¿Cuáles son los temas que has trabajado o propuesto desde tus obras?

Yo tuve mis momentos en los que no me gustaba categorizar mi propuesta, pero siento que últimamente he comenzado a definir más mi arte. Creo que mi trabajo está inmerso dentro lo que prefiero definir como decolonialidad, sobre todo, para alejarme de ese discurso identitario esencialista, eso no es lo que me interesa, tampoco hablo de mayanización porque mi trabajo no está inserto en ese discurso. Si es cierto que hay un reconocimiento de mis raíces, desde mi arte hago esfuerzos por investigar, reconocer y volverme parte de la historia de mi lado materno, de las raíces que vienen de mi abuela. Por otra parte, siento lo que hago como arte acción, porque ese reconocimiento ha sido parte de mi vida, ha sido una acción permanente, en la medida que he hecho mis investigaciones, eso me ha llevado al reconocimiento de mi familia y mis raíces maya Q´eqchies´ y desde allí he podido nombrar el racismo, ponerlo en evidencia. Ha sido un proceso largo en el que hemos ido involucrando a la familia e incorporando un discurso antirracista, y esto, desde lo político, me parece muy importante.

Y además del tema del racismo y de reconocerte en tus ancestras mayas, aparece el hecho que no se puede soslayar, de ser mujer creando en un país como Guatemala que sigue teniendo serios resabios patriarcales. ¿Qué ha significado, entonces, para esa mujer, artista decolonial, producir en el mundo del arte en Guatemala?, ¿qué dificultades te ha tocado vivir en ese sentido?

No ha sido fácil. Seguimos estando en un ambiente hiper machista y aunque afortunadamente mi generación fue la del boom de las artistas mujeres aún no llegamos a la paridad. Hemos abierto camino, hay cierto empoderamiento de esa generación, porque supimos tomar el espacio que se nos abrió desde el Festival del Centro Histórico y Octubre Azul y hoy estamos diciendo lo que tenemos que decir, pero la contracara de eso es que hoy en día somos más mujeres, pero los espacios siempre siguen estando dominados por hombres o por lógicas masculinas. Eso es así y así funciona no solo en Guate sino en todo el mundo, conformamos menos de la tercera parte del mundo del arte, eso nos tiene que decir algo. O en la parte más práctica, ha habido eventos en los que he sido invitada y voy con mi hijo, y tú ves, los artistas hombres van acompañados de sus esposas que son las encargadas de cuidar a los hijos durante las reuniones, los encuentros con los curadores o con los coleccionistas y yo estoy montando, trabajando y cuidado a mi hijo. Haciendo todo a la vez. Nos toca, no es que no podamos estar, estamos en todo, pero para nosotras es más difícil. Cuando se discute si podemos ser profesionales artistas, yo replico no es que no podamos hacerlo, sino que el problema es que hay un sistema patriarcal machista que no nos lo permite.

Y tú, además de lo mencionado, sos una mujer que ha decidido formarse en el mundo del arte, cuestión que tampoco es la generalidad en el país. ¿Cómo has vivido eso de cara a la relación con las y los artistas en el país?

Bueno, en Guate, he tenido la percepción de que siempre hay una justificación para ser un artista autodidacta, y no digo que no, pero eso pasa porque a la mayoría le ha tocado serlo como consecuencia de una mala administración educativa, el sistema educativo es fatal. Casi no hay espacios y en los que hay se te cierran las puertas y terminas superándote académicamente porque te interesa, pero no porque aquí eso te va a abrir puertas en las universidades o en la Academia. Falta debate, falta estudiar, falta crítica, y esos son los vacíos por la ausencia de espacios académicos. En definitiva, los artistas somos libres de elegir si queremos escribir, debatir o dedicarnos a hacer obras, al final de cuentas lo que te hace artista es la obra, pero cuando no hay debate y lo que otras personas dicen de tu obra no es lo que tu querías decir, pues toca escribir y rebatir ideas.

Con respecto a las líneas de investigación, ¿cuáles son las que caracterizan a tu obra?

Tengo dos cosas en mis trabajos, por un lado, el nivel autobiográfico y por otro todo el tema de la ritualidad, ambas cuestiones a veces se ven y a veces no, pero siempre están presentes en mis obras. Además, siempre he querido que haya reconocimiento hacia las mujeres de mi familia. He investigado con ellas, el proceso ha sido largo, de conversaciones, entrevistas, fotografías, recorridos, ir con ellas a sus talleres de trabajo, ver sus telares, la mayoría de ellas son comerciantes, viven de hacer, comprar y vender huipiles. Mucho de lo que he querido contar está relacionado con el racismo y la violencia que ellas viven, desde mi prima que cuenta que cuando viene a la capital la atienden de último en todos lados, hasta mi tía que en uno de los recorridos que hicimos juntas me iba contando la violencia que vivía porque mi tío le pegaba y que caminaba diez kilómetros para ir de su pueblo a otro para vender, ella me decía “en esa piedra grande, ahí mismo, me sentaba yo a llorar cuando iba de camino”. Esa es su historia, esa es mi historia, así ha sido la historia de racismo, de discriminación y de violencia que les ha tocado a ellas y nos ha tocado a todas. Todas esas experiencias vividas son parte de la obra, están y no están, son parte del proceso, aunque no se vean literalmente.

Los hilos, la vida que anida en ellos

El vínculo de ellas con los textiles ¿es lo que te lleva a trabajar con esos materiales?

Hay obras que son el resultado de otras y así fue, en el proceso aparecieron cosas que me maravillaron y terminan siendo otras obras. Todo empezó con una pieza que se llama Meditando el error (2008) donde trabajé el diseño de los trajes. Se exhibió el video, luego, los trajes que se habían utilizado se transformaron en otra obra y luego uno de ellos pasó a ser otra pieza que se llama Matador/Aj Caminsel (2009). Posteriormente, de esa misma obra se hicieron unos grabados y luego en 2011 comencé a trabajar con los hilos, sumergirme en ese mundo y resultó ser todo un proyecto que se llama Efectos Cruzados (2011) relacionado con los nudos y el proceso del teñido. Comencé por eso pero luego lo conecté con la cultura occidental y el choque con la cultura local, de lo cual surgió una obra Expoliada- 1 (2011) una pieza donde se conjugan la identidad y de la memoria porque toca el tema del ritual de la coloración, de dotar de color y luego quitárselos, y tiene implícita la idea de la expoliación que se ha hecho de los saberes de las mujeres de parte del conocimiento occidental y colonizado. Después fue Columna vertebral (2012) surgida, sobre todo, del proceso de registro y los diálogos sostenidos con mis tías y primas en sus talleres.

Nombrar para recuperar la voz

En la pieza que presentaste en la Bienal de Venecia hubo una transición de los hilos a la palabra, ¿Qué implicó esto para ti?

Yo parto de la premisa que el lenguaje es muy importante y me interesa ir detectando que se ha dicho, y que no, sobre la identidad, o como se ha dicho para poder decirlo de otra manera. A pesar de que en mis videos siempre había estado el lenguaje, el q´eqchi estaba de fondo, al estar en función del video quedaba como en segundo plano. Y en la pieza de la Bienal Rokeb´iq´/ Viento (2015) el sonido y el idioma están en primer plano. Yo quería hablar desde mi lugar de privilegio, porque soy una mujer de clase media, mestiza con acceso a educación, eso en este país es ser privilegiada y no quería en esa pieza hablar por nadie, no sería justo hablar por alguien más sino desde mis propias problemáticas. Ha sido una pieza muy polémica, pero eso perseguía con ella.

¿Qué se viene?

Una exposición colectiva en Galería 9.99 en el marco de la muestra Overlap/Traslape. Allí presentaré Expoliada -3 surgida en dialogo con el contexto. Retomo el trabajo con los hilos, esta vez en tonos azules, para poner en cuestión toda la lucha por el derecho al agua y a los ríos sin diques. Conecté la pieza con el dios Chaac, asociado a la lluvia y al agua, es una especie de ofrenda la cual acompañé de un ritual que no presentaré esta vez, pero acompaña la pieza. Yo la considero una obra que está viva, porque si bien yo congelo el proceso en el momento del teñido del hilo, la pieza recoge la energía que precede a ese momento, el ritual, el cuidado. Cuando te acercas al hilo sentís que respira.

En la Alianza Francesa seré parte, también de una colectiva, donde presento un replanteamiento de la pieza con la que participé en la BAP de 2010 con fotografías de ocho mujeres de mi familia. Y en Viena voy a abrir una exposición con Columna Vertebral.

“Es tu semana” le digo, si, repite entusiasmada.

“Falta debate, falta estudiar, falta crítica…  en definitiva, los artistas somos libres de elegir si queremos escribir, debatir o dedicarnos a hacer obras, al final de cuentas lo que te hace artista es la obra, pero cuando no hay debate y lo que otras personas dicen de tu obra no es lo que tu querías decir, pues toca escribir y rebatir ideas”.
Sandra Monterroso

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