Por Alejandro García
Esquisses

Conocí a Jaskaran en una de esas cenas que ofrecen a los becados. Cena prenavideña o posfinales, algo así, no recuerdo. Fue en Midtown, en un salón al lado de un restaurante iraní; no sirvieron comida iraní, sino, más bien, un festín de boquitas: carne y barbacoa, mariscos, trozos de apio y vino, mucho vino.

Jaskaran estaba estudiando su segundo año de una maestría en arquitectura y diseño urbano en Columbia University. Jaskaran vivía en Brooklyn. Jaskaran era de la India, tenía 29 años, recién comprometido. Jaskaran era sijista, llevaba un turbante negro y una densa barba poblaba su rostro moreno.

“And you, Jose, where do you study at?” dijo “¿Y tú, Jose, dónde estudias?” dijo mientras estudiaba el nametag que tenía en el pecho con mi nombre. Jose, sin tilde, Garcia, también sin tilde.

“The New School” le dije.

“Oh, nice” dijo. “¿Y de dónde eres?”

“Guatemala” contesté y casi de inmediato su rostro se encogió compungido. Parecía molesto, casi adolorido al escuchar mi respuesta. “What?” le dije riendo.

“Estuve ahí una vez, hace unos 3 o 4 años.”

“¿Y…?”

“Bad memories,” dijo “malos recuerdos.”

Como un turista, y Guatemala siendo Guatemala, fácilmente pude imaginarme a Jaskaran en aprietos.

Me imaginé a Jaskaran timado por un taxista, me imaginé a Jaskaran entregando su teléfono a algún asaltante, me imaginé a Jaskaran indignado por algún insulto o insinuación racial.

“¿Por qué estabas en Guatemala?” le pregunté, tratando de evadir los bad memories.

“Fui a un congreso a Costa Rica con otros arquitectos de India. Pedimos vacaciones después del congreso para viajar un poco y llegamos hasta Guatemala. Nos encantó pero, bad memories.”

Jaskaran y sus compañeros fueron a Antigua y Pana. Originalmente iban a regresar a India desde México, pero cambiaron su vuelo de salida para pasar un día más en Guatemala, para ir a Xela. El plan de vuelo era Guatemala-Miami, Miami-Frankfurt, Frankfurt-Nueva Dehli pero bad memories.

“La verdad es que todo fue lindo; buena comida, lindos paisajes, todo muy barato” rió. “Pero fue cuando llegamos al aeropuerto, al ¿cómo se llama?”

“Aurora.”

“Sí, ese” asintió en silencio. “Yo era el único sajista. La gente me miraba en la calle raro pero nadie me dijo nada. Fue cuando pasamos a la seguridad del aeropuerto cuando uno de los policías me pidió que me quitara el turbante,” dijo Jaskaran, lucía entre molesto y entretenido. “No puedo quitarme el turbante en público, es parte de mi religión.”

Asentí.

“Insistieron que era por seguridad. Traté de explicarles, hablo un poco de español, pero no me dejaron pasar,” sonrió.

Según me explicó Jaskaran los sijistas portan el turbante con orgullo, como si fuera una corona. Los sijistas devotos no se cortan el pelo y bajo ninguna circunstancia se quitan el turbante en público. El turbante busca promover la igualdad y preservar la identidad sijista.

“And what happened?” le pregunté.

“Nada,” río y tomó de su agua pura; los sijistas devotos no toman bebidas alcohólicas. “Un par de amigos se fueron, nos dejaron un poco de dinero. Cambiamos el vuelo para salir desde El Salvador. Tomamos un bus. San Salvador-México, México-Houston, Houston-New Jersey, New Jersey-Nueva Dehli.”

Le conté a Jaskaran cómo varias veces los policías del aeropuerto me han pedido mis documentos y me hacen preguntas, “seguramente por cómo me visto,” le dije. Le conté de cómo los agentes migratorios se aprovechan de quienes regresan al país y les cobran impuestos falsos. Le conté a Jaskaran de cómo, recientemente, en el Aeropuerto Aurora habían detenido a un rockero que llevaba un cinturón de balas falsas que forma parte de su vestuario, que las habían confundido por balas de verdad. Jaskaran sonreía mientras trataba de asegurarle que no era el único afectado por la ineptitud del personal del aeropuerto. “Pero, no todos son así,” le dije.

“It’s ok. I liked the jocón, though,” dijo. “Pero me gustó el jocón.”

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