Juan Pablo Muñoz y TG

Tostaditas con guacamol, chirmol, frijoles o carne; nachos o papas fritas; poporopos o chucherías servidas en un buen plato o hasta en bolsita; manías o habas con limón; una sopita aunque sea de vaso o en el mejor de los casos un buen caldito de pescado, pollo o res; gajos de lima o naranja; trozos de manzana, pera, piña o la fruta de temporada; julianas de pepino o rodajas de tomate, cebolla o rábano; ensalada de papa o pedacitos de carne con palillo; salchichas, chorizos o longanizas; camarones tipo ceviche o al ajillo; carnitas o chicharrones; mollejas, alitas, deditos de pollo; galletas untadas con cremas de especies, atún, paté, jamones o queso; revolcado, tiras o panza; taquitos, enchiladas; no importa qué te sirvan, cuando te disparás un buen par de tapis, las bocas siempre son bienvenidas.

Cortesía de la casa

Que te ofrezcan un plato de boquitas es considerado por parte de las y los adictos al tapis como una buena señal de cortesía, sea en casas familiares, bares o cantinas. Incluso, es sabido que existen lugares que son particularmente famosos por eso: por la comida que te dan junto al trago. A veces te dan tanto y tan bueno, que te ahorrás hasta lo del almuerzo, aunque al rato parés invirtiéndolo en la bebida.

Pero así como es grato que te sirvan algo, sucede lo contrario cuando no te ofrecen nada… y si te descuidás hasta te hacen malas caras. “Vámonos de aquí, muchá, que en esta cantina no dan bocas”, hemos escuchado que dicen algunos parroquianos de vez en cuando.

LAS ANÉCDOTAS

Es memorable la anécdota de aquella extranjera que, cuando vino a Guatemala, fue a conocer distintos lugares en donde le sirvieron buenos tragos y buenas bocas. Sin embargo, en uno de tantos días le tocó salir sola y se acercó a un bar en el que lo único que le sirvieron, además de un pedacito de limón, fue una tapita con sal. La extranjera, creída de que las bocas eran la regla, preguntó: “… ¿y sólo esto me va a dar?”, obteniendo por respuesta un inmortal: “… ¿y qué quería, pues?, ¿un quintal?”. Dicen las malas lenguas que la turista entendió hasta mucho después la mala pasada, y que no se quedó con ganas de volver al lugar.

Y es que hablando de anécdotas, muchas se pueden contar alrededor de las boquitas. Los abuelos coinciden en contar -sin excepción- que supieron de alguna cantina citadina en donde les ofrecían las famosas boquitas de venado. En el imaginario de los hijos de Baco se mantiene la idea de que eran muy ricas, pero que lamentablemente el local fue cerrado en algún año de por allá por la década de 1960 o 1970. No es cuestión de asegurar nada que no vimos, pero lo cierto es que se dice que por alguna extraña razón en el patio de dicho antro encontraron decenas de colas de chuchos.

Las abuelas y los abuelos siempre decían: “un buen trago, buena comida y buena compañía”, cuando aconsejaban a los jóvenes que empezaban en estas complicadas lides de las borracheras. Por eso, quien invita a su casa a un grupo de familia o amistades, procura siempre preparar -o que le preparen- el mejor guardadito que tenga en la refrigeradora. Quien tiene la certeza de que ello no sucederá, mejor se los lleva a donde su cantinero de confianza. A la larga, con él siempre sabe qué tipo de trato recibirá.

Otra anécdota que es común entre las actuales generaciones de bebedores es la de aquellas épocas en que los padres tomaban. Llevaba a sus patojos, quienes jugando alrededor de la mesa donde se bebía, pasaban de vez en vez agarrando de los exquisitos platillos que había servidos en las mesas.

¿Han visto ustedes a algún adicto al tapis que le haga el feo a unas buenas bocas? Es leyenda urbana que de vez en cuando aparece alguno que otro safado que reniega de las mismas. Dicen que su principal argumento es: “comida hay en mi casa”, por lo que prefiere invertir su esfuerzo corporal en asimilar el alcohol y no saturarlo al tener que hacer digestión. Allí sí que cada quien con su gana. Por lo demás, las bocas son tan bien apreciadas que depende del grupo de comensales, estas pueden tardar apenas unos segundos sobre la mesa… si es que el plato logra abandonar las manos del mesero.

EL EMBUSTE

Cualquiera diría: “qué buena gente doña fulana, aunque sea unas manías nos da”. Sin embargo, hay que sospechar de eso porque aunque no lo conocemos, más de algún estudio científico habrá arrojado datos que confirmen que ciertas comidas provocan sed. En tal caso, el darte unas ricas y deliciosas bocas no sería más que un embuste, en el cual todas y todos caen.

Pero ojo, dado que no en todos los lugares te dan bocas, afortunadamente siempre está el precavido que las improvisa. Justamente a partir del tercer o cuarto trago, más de alguien abre su mochila, sacando de ella la refacción o el almuerzo que no se ha comido. Ceremoniosamente lo abre. Lo coloca en el centro de la mesa, quizás agarrando el primer bocado y dice: “agarren muchá, me las mandaron de la casa”.

No es posible hablar de bocas sin mencionar un tipo algo extraño aunque común de boquitas: los dulces. Si es en casa y es en una ocasión especial, junto al pastel de cumpleaños, a las torrejas de Semana Santa y hasta los tamales negros de Navidad, son acompañados por el consiguiente trago que se está degustando. Algunos dicen que dicha extraña costumbre es mala, porque hace que el licor pegue un poquito más, que por lo dulce, dicen. Por eso la famosa sentencia: “buen bolo no come dulce”. Pero a fin de cuentas, ¿quién es quién para decir cómo debe ser un buen bolo?

En fin, hay miles de detalles que contar alrededor de las bocas, por lo que en otras entregas de esta columna podríamos ampliarnos. Sin embargo, termino mencionando algunas: el bolo que llega manchado a su casa… porque se echa encima las bocas; el que ya algo tomado comió algo que le hizo mal -que por la gastritis, que por el ácido úrico, que por no sé qué-; el que teniendo estómago débil no las acepta… y las devuelve…; el arrecho que se las come aunque ya no quiera… las propias y las del vecino; el que agarra más que los demás y no pocas veces recibe más de alguna mala mirada; el que en el bar se pone gamonal y deleita a sus acompañantes con un par de buenos platos… aunque al otro día le duela un poco el bolsillo; el que arrasando con las existentes termina diciendo que no le gustaron; el que se roba las bocas de las mesas de a la par; el que sin querer dar envidia deja una muestra de lo que comió entre sus dientes; el que las baña en chile para que casi ninguno coma; y, en fin, otras más. ¿Conocen ustedes buenas anécdotas de tapis y bocas?


La redacción Cultura de este vespertino agradece a Restaurante La Negra por las deliciosas boquitas que nos prepararon para acompañar visualmente este texto, nos fundimos en un fraternal abrazo con su administradora Azucena Cabrera y el siempre colaborador Santos Noj.

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