Por Juan Pablo Muñoz Elías y TG

Son las cinco de la tarde, minutos más, minutos menos. Al local empiezan a llegar las y los convocados… y quienes se autoconvocaron. “¿Qué tal, vos, cómo has estado?”, “Qué bueno que viniste, vos”, “Pensé que venías con aquél”. Frases como estas pronostican una buena noche de pláticas y tapis.

Aunque no son exclusivas de estas andanzas, las pláticas son un aspecto esencial de un buen rato bohemio. A excepción de cuando querés estar sólo o de cuando pasás por tu lugar de confianza rapidito por un traguito para calmar la sed, te juntás a tomar los tapis con parientes, amigos, conocidos o amores con la intencionalidad de platicar… o algo más, en el caso de los últimos. Salvo que la rockola suene a todo volumen, cuando ponen la rola que más te llega o cuando definitivamente la muchachada de una mesa está que ya no puede más con el cansancio… o con la bolencia… a los amantes del buen beber es común verlos sumidos en acaloradas disertaciones y discusiones en las que abundan los expertos en todo.

Como ya te conocen, cuando llegás, uno de los que te recibe se pone hacendoso y le dice al cantinero: “uno igual para mi compañero, porfa don cuento”, mientras te sigue contando a detalle la primera parte de la plática, la de ponerse al día sobre la salud, familia o el trabajo. Habrá que esperar un par de tapis más para que empiece lo mero bueno. “Salucita, pues”, se dice entre trago y trago.

La siguiente ola de palabras gira alrededor de la existencia del resto de compañeros de tapis. “¿Alguien ha visto a fulano?”… “Sí, ustedes, cabal la semana pasada me junté con aquél y nos tomamos alguito por allí”… “Por cierto, ¿a qué no adivinan a quién me topé ayer?”. “Salucita, pues”, continuarán diciendo los libadores hasta que el alcohol empiece a hacer relucir sus efectos y afloje en definitiva la lengua.

Expertos en los temas de la vida, en colgazones, en política (local, nacional e internacional), en deportes (prácticamente en todos), en fenómenos sociales, en religión, en crítica de arte, en fenómenos paranormales y, si se descuidan, hasta en las ciencias más duras, un buen bolo siempre va a utilizar lo mejor de la retórica para demostrar a los demás que conoce de un tema, cualquiera. Como dice el dicho, si lo sabe lo dice y si no se lo inventa.

Hará su introducción magistral para cimentar su autoridad: “Fíjense ustedes que no sé qué día estaba hablando con un señor que se dedica a tal cosa y me contó…” o “cabalmente hace poco leí un artículo que decía…”… Al final, no se sabrá nunca si lo leyó o no, si sólo lo vio en la tele o si lo soñó.

Ah, pero en la mesa siempre habrá otro más pilas que encontrará la manera de acuerpar lo ya dicho, de agrandarlo o, por qué no, de refutarlo: “yo sí lo creo porque lo he visto…”, “a mí también me pasó”. O los típicos: “yo conozco a un cuate al que le pasó más o menos lo mismo”, como queriendo introducir la duda. Y el “no es tan así, muchá”, del que de plano va a desmoronar la hipótesis inicial. A esta altura, un observador externo y objetivo, ya estará en capacidad de ir perfilando a los comensales. Y el primero que saldrá a relucir es el que monopoliza la palabra, que de todo quiere y puede hablar y que tiene respuestas para todo. O este personaje es muy sabio o de plano es sólo pantalla. De todo hay.

Un fenómeno que se da en las noches de tapis es que difícilmente se mantiene una plática entre todos. Es cierto que cada bolo está preparado para saber de todo, pero también hay algunas situaciones accidentales que van formando parejas y conversaciones paralelas y especializadas. Dependiendo del lugar en donde quedaste sentado, de quién tengás a la par y del interés específico por determinado tema, te afiliarás a un subgrupo. Uno de los más constantes es el de los fumadores, que por alguna extraña razón tienden a buscarse. “¡Salgamos a echar un tabaco, vos!”… “Está bueno”.

Aparte de elocuentes, según cuentan los adictos al tapis, los bolos en sus pláticas también son versátiles. De un tema se pasan a otro con facilidad, aunque siempre lo tratarán con igual emoción y seguridad, aunque claro, cada quien tratará de hacer girar los temas alrededor de los que más le gustan, convienen o medio dominan. “Antes de que se me olvide, no ven pues que la semana pasada me pasó una cosa…”. “Vos, disculpá que te interrumpa, sólo les quería contar que…”. Y lo anterior, en el caso de los más refinados, porque nunca falta el simplón que deja a otro con la palabra en la boca y de un solo introduce la nueva temática.

Pero, no por lo ya dicho se crea que todas las pláticas de bolos giran alrededor de fantasías. ¿Cuántos buenos proyectos o ideas han surgido alrededor de pláticas de tapis? ¿Cuántos tratos -buenos o chuecos- se han cerrado en estos vaivenes? ¿Cuántos pactos tácitos o expresos se han generado alrededor de la complicidad del trago? “Vos, fijate que te llamaba porque tengo un proyecto que platicarte… ¿Cómo estás para hoy en la noche? Juntémonos en aquél barcito…”. Y tras los primeros tapis: “pues bueno, vos, te pedí que nos juntáramos porque te quería pedir un favor…”.

Ahora bien, las modalidades en que se dan las pláticas al tenor de los tapis son variadas. Teniendo en mente tantas pláticas de bolos que hemos tenido oportunidad de presenciar, haremos un esfuerzo por catalogar las formas en que se desarrollan estas conversaciones, independientemente del tema que traten.

En primer lugar, está la plática necia o reciclada. Aquella que siempre surge y que nunca acaba, es contar la misma anécdota de siempre o alegar por los mismos hechos, es hablar por largas temporadas de lo mismo, es planificar siempre el mismo viaje. “Y empezaron, pues”, diría un tercero que los conozca.

Una que causa mucha risa es la plática confusa, esa que pone en tela de juicio el esquema tradicional de la comunicación según la cual emisor y receptor deben estar en la misma sintonía… Es oír hablar a dos o más bolos entre tapis y tapis y darte cuenta de que cada uno anda en su propio rollo: “Sí, compadre, yo a usted lo quiero mucho, compadre, porque cuando más lo necesité siempre estuvo allí”. Y el compadre contesta: “Gracias, compadre, gracias por escucharme, compadre, porque necesitaba sacar esto que me consumía”.

Dependiendo de las circunstancias y en función del factor temporal en que se sitúan los buenos bebedores, se dan las pláticas anecdóticas, las informativas y las proyectivas. Si se juntan viejas amistades -o amistades ya viejas- se escuchará algo así como: “¿te acordás de aquél gran lío en que nos metiste cuando andábas atrás de aquél tu amor…?”; y el clásico: “ya estamos viejos, muchá, como si nada ya pasaron tantos años… eran buenos esos tiempos”. Característico de estas pláticas es la distorsión que sufren las cuestiones de persona, lugar y modo, pero… ¡qué más da!

Las segundas se dan cuando alguien te cita para contarte algo importante, tipo un “me voy a casar, muchá”, o su contrario, el “me divorcio”. Como las cosas no se dicen en seco, los tapis servirán para que el que cuenta agarre confianza y para que quien escucha lo asimile.

Las últimas, en cambio, surgen de improvisto… “Tengo años de no ir al Puerto, usted”… “Ah, yo también”… -silencio y mirada-… “¿Y qué tiene que hacer mañana, pues?”… “¿Nada, compadre… y usted?”… “¿Pues la verdad que no mucho?”… “¿Y su carro llega al puerto, pues?”… “Me extraña que sí llega”… “¿Sale puerto?”…

Contrario a los anteriores tipos de pláticas de bolos, la proyectiva adolece de un defecto: que un montón de ellas no se cumplen. Los sabidos en la materia dirían que estás son en el más literal de los sentidos: promesas de bolos… “Nombre, compa, quédese echando los tapis y yo mañana lo ayudo a terminar el trabajo”. Luego ya ni te recordás y si sí, te hacés el loco.

“Los bolos y los niños siempre dicen la verdad”, reza el dicho popular. Tras un profundo trabajo de campo, con observación participante y todo, el espacio de El Tapis concluye que ello no es totalmente cierto. Por cuanto se ha visto bolos mentir de manera descarada, se ha determinado que hay una cierta consciencia en ello. Desde cosas tan triviales como: “no tengo pisto, muchá” hasta temas más duros como: “este es mi puro brother, muchá, yo por eso lo quiero”, aunque el día anterior y al día siguiente ande hablando mal de vos.

Para entender lo anterior, basta con recordar que los tapis provocan el efecto de que las personas se desinhiban momentáneamente, haciéndolas decir cosas un poco a conveniencia y un poco inconexas con la globalidad de lo que piensa y siente. O sea, pues, que surgen según el estado de ánimo del bebedor. “Pidan otra ronda, muchachada porque hoy estoy contento, hoy los quiero a todos”.

Terminamos este número de El Tapis, reconociendo que hay misterios en este sagrado arte del buen beber, porque así como está el bolo que con sus tragos parece perico, está el buen bolo que se queda mudo; que así como existe el bolo que se vuelve mentirosazo, está el buen bolo que empieza a soltar verdades por todos lados; que así como está el bolo que en una libadera prefiere hablar de temas cotidianos, está aquél al que le da por volverse existencial. Bien podría aplicarse el famoso aforismo y decir: “Por sus pláticas de bolos los conoceréis”.

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