Por Leonel Juracán

Probablemente, haya quien crea todavía en la milagrosa multiplicación del rebaño de Jacob, pero éste es quizá uno de los relatos más antiguos que existen sobre el uso de la genética y el aprovechamiento económico y político de la misma. Planteándolo de otra forma: Jacob tenía ya 20 años de criar ovejas, e intuitivamente había llegado a las leyes de Mendel. Antes de proponer a su suegro el trato, había preparado el ganado, y Labán, aunque no entendía de genes dominantes y recesivos, tuvo la sospecha de que había sido víctima de un engaño, que su yerno podía ser inteligente y servicial, pero no por eso honrado, así que enfurecido lo persiguió sin tener en claro lo que debía reclamarle. Jacob se salió con la suya.

Lo que sabía Jacob

En 1866 un monje llamado Gregor Mendel publicó ante la Sociedad para el estudio de las Ciencias Naturales de Brün (actual República checa) un estudio en el que daba cuenta de las probabilidades matemáticas de que ciertas características en plantas diferentes (de frijol), pasaran de padres a hijos en una o dos generaciones sucesivas. De cómo en la primera generación una de las características podía mantenerse oculta, pero manifestarse hasta la segunda o tercera generación. A las que se manifestaban en la primera generación, Mendel llamó, “dominantes”, y a las que lo hacían según una probabilidad “recesivas”. Quizá por el hecho de ser religioso, su descubrimiento no pasó de ser una curiosidad, pero no fue sino hasta 1900, que otros científicos, en Alemania, Austria y Holanda llegaron a las mismas conclusiones.

En la práctica, sin embargo la cuestión es bastante más complicada que simplemente multiplicar entres sí las probabilidades y el número de características a analizar. (Mendel estudió 28 mil plantas). Muchas características no son “completamente dominantes”, otras existen en muy poca proporción, o pueden ser incompatibles con otras, generando enfermedades o defectos congénitos. Calcular entre una gran cantidad de individuos y características los posibles resultados de una “cruza” no deja de ser una probabilidad estadística. Muy útil en términos económicos, si hablamos de plantas y animales de crecimiento rápido, pero de escasa ayuda si esperamos resultados específicos e inmediatos

La Nueva Genética

En 1869, Friedereich Miescher descubrió que en el núcleo de cada célula había una sustancia, responsable de su respiración y funcionamiento, pero su conexión con la transmisión de la herencia no fue posible sino hasta que Walther Flemming y Robert Feulgen observaron paso a paso la división de las células y la forma en que ésta sustancia se agrupaba, formando los así llamados “cromosomas” (cuerpos coloreados).

Más tarde, en 1910, Thomas Hunt, otro científico, ganador del premio nobel, haciendo cruces de moscas, demostró que la herencia estudiada por Mendel estaba contenida en los cromosomas, que éstos se agrupaban en pares y dichos pares se intercambiaban durante la fecundación sexual. De aquí en adelante, todas las investigaciones y descubrimientos se concentran en la bioquímica, tratando de explicar la forma en que esto ocurre, las sustancias que están involucradas, y sus consecuencias en los organismos vivos.

Se acuñaron las palabras “locus” y “alelos” para identificar los sitios de cada cromosoma responsable de las características observables en los seres vivos, Watson y Crick describieron la estructura molecular del ADN en 1953, y el trabajo de los científicos se concentra en descifrar el contenido específico de cada locus. ¿Con qué fin? predecir mejor los resultados, evitar enfermedades hereditarias y mejorar las características de plantas y animales. Sin embargo, hasta aquí, no se había conseguido intervenir directamente en la cadena de ADN.

El problema ético

Aunque cualquiera podría elogiar las cualidades de observación y experimentación de Jacob en su cruce de ovejas, el corolario previsible es lo que nos preocupa. ¿Es posible, realizarlo con seres humanos? Claro que sí, es posible y se ha hecho desde hace muchos siglos. Esto lo sabe cualquier criador de perros, sin necesidad de conocimientos avanzados en genética: Para controlar y aislar las características que deseamos, sólo es cuestión de mantener la endogamia, es decir, la reproducción entre miembros de una misma familia, o “comunidad genética”. Así lo hicieron los hebreos de la antigüedad, casándose entre primos, los egipcios, entre padres e hijas, los incas entre hermanos. Y actualmente en algunas familias mayas y ladinas que buscan “conservar la fortuna”. El resultado previsible, viene dado por la estadística: Aumenta peligrosamente la probabilidad de que alelos causantes de enfermedades se agrupen en un individuo.

Sin embargo, el problema actual es todavía más complejo: Con el descubrimiento de las sustancias que ayudan a combinar las dos mitades de cada cromosoma, ya no es necesario esperar a que se reproduzcan varias generaciones, pero también se abre la posibilidad de hacer cruzas que no podrían ocurrir naturalmente, creando híbridos que “teóricamente” debieran resultar en cualidades benéficas, pero con una amplia gama de problemas secundarios.

Un ejemplo lo tenemos hoy en el convenio suscrito por Guatemala desde hace diez años, (Decreto legislativo, 19-2,006) sobre la protección de obtenciones vegetales (La derogación de la Ley Monsanto no afecta la protección de las patentes comerciales). Las especies vegetales producidas por recombinación pueden repeler a los insectos necesarios para el ecosistema, no producen las mismas hormonas vegetales que sus vecinas originarias, y en muchos casos, ni siquiera los mismos nutrientes.

En el caso de animales, los resultados pueden ser aún más variables que con las plantas, generando subproductos inesperados, no siempre tóxicos pero que también pueden ser perjudiciales al medio ambiente, animales más vulnerables a los virus, y con tendencia a padecer de tumores y otras enfermedades asociadas a la reproducción celular.

Por supuesto, todos pensamos que sería bueno que la leche de vaca trajera ya las vacunas para prevenir enfermedades en los niños, que los vegetales tuvieran mayor concentración de nutrientes para evitar el hambre en el mundo. Pero la complejidad de los ecosistemas no se ha estudiado a profundidad, sólo existe una biosfera y somos nosotros los que más tenemos más que perder.

Ahora, por las cuestiones morales, no hay nada que se pueda objetar, la pretensión de la razón occidental siempre ha sido conseguir «el dominio sobre toda la naturaleza» y nadie debería adjudicarse la propiedad de un organismo. Pero si hemos practicado la manipulación genética con nosotros mismos, aún antes de que existieran los métodos actuales, ningún respeto podría esperarse hacia los animales y las plantas.


Leonel Juracán. Un tipo que nació hace como 34 años, salió del IGSS de Pamplona en brazos su madre. Juracán lee, camina mucho, dizque estudia, a veces ciencias y otras veces pajas humanistas, se embriaga con facilidad y se apasiona por la cultura, sea ésta alta o baja. Kakchikel desclasado, según linaje y racismo guatemalteco.

“Y respondió Jacob: No tendrás que darme nada, si accedes a lo que voy a proponerte, volveré a apacentar tus ovejas. Yo pasaré hoy en medio de tus rebaños y apartaré toda res manchada y rayada entre las ovejas y toda res manchada entre las cabras, esas reses serán mi salario. Mi honradez testimoniará por mí después, cuando vengas a verificar mi salario, toda res que no sea manchada y rayada, entre las cabras y manchada entre las ovejas que sea en mí un robo”.
Génesis 30, 31-33.

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