Por Juan Calles

Ya no recuerdo cuántas veces me vi en la necesidad de parar la lectura y limpiar los lentes, limpiar las córneas, ordenar los recuerdos, secar las lágrimas; ya no recuerdo cuando fue la última vez que leí esta novela. Si recuerdo cuando la compré en una feria municipal del libro hace muchos años, no llegué buscando libros de Luis Alfredo Arango, llegué a buscar una lectura importante, total. El ejemplar tenía las pastas viejas, verdes y arrugadas; pero las letras, la narrativa y los recuerdos firmes, enhiestos, punzocortantes.

Lo leí enamorado y hambriento, estaba con una mujer de gas neón y era un desempleado, la lectura de aquella novela me incrementó el enamoramiento y el hambre por conocer más de Luis Alfredo Arango, después de algunos años y muchos libros, Luis Alfredo Arango sigue siendo ese escritor admirable y novedoso que te exprime lo que sos, lo que guardás muy dentro de vos, pero que página a página-historia tras historia, va saliendo a llorar, a humildemente reconocer que sos eso, un lector agradecido. La mujer de gas neón ya no está, me procuré un trabajo y un salario, Arango sigue obligándome a ser el mismo niño asombrado.

Después del tango vienen los moros es un ejercicio de memoria, una forma de aferrarse al que fuimos, al individuo que fuimos, al país que fuimos, a la sociedad que fuimos. No es una novela bucólica, no encontraremos aquí el aldeanismo que corroe a muchos (demasiados) autores contemporáneos de Arango, tampoco hay en la novela falsa erudición, es una simple y bella forma de recordar cómo ser patojo, como ser un guatemalteco en Guatemala.

“No sé cuántas veces me pasó lo de salir al patio en noches de luna y mirar las hojas de los árboles, durísimas, como si fueran de vidrio o de metal. Salir al patio y quedarme temblado de frío; tiritando ante la magnificencia del cielo… Casi palpar la humedad de la noche y sentirme solitario, único habitante del planeta, pequeño pez fosforescente palpitando en los trasfondos del océano; pájaros tal vez… Salir al patio a orinar los heliotropos apagados, a tiempo que la luna, siete veces más grande amarilla, rodaba entre los pinos, cuesta arriba.”

Arango narra y hace poesía, hace poesía y narra, nos obsequia este anecdotario hecho novela y con ella nuestras propias anécdotas se nos vienen encima como avalancha de ropa limpia, olorosa a nuestro pasado, a nuestros fantasmas más queridos. La novela está llena de párrafos como el fragmento anterior, que te deja sintiéndote niño con frio, orinando temeroso en el patio de la casa de la abuela. Ese es el mayor logro de Después del tango… regresarte a esa época cuando lo que hoy pensás se estaba configurando en tu cabeza. Cuando lo que hoy sos solo era una posibilidad remota. Arango te lo recuerda, te lo devuelve en bandeja de hormigón.

Hay en esta novela una ciudad de Guatemala muy vieja y sin embargo muy actual, Calles que ya no existen, callejones masacrados por la modernidad, pasajes, cines, cantinas y puteros que Arango nos recuerda, una ciudad que ya no es, pero que es esta misma en la que pululamos soportándola y amándola al mismo tiempo.

“Ciudad de cucuruchos, judiciales, guardaespaldas y bolitos en las últimas. De mujeres afanadas por el pan de cada día; mujeres con canastos balanceándose sobres sus cabezas; mujeres asoleándose en las plazas; muchachitos arropados en cajones – nacer, crecer, vivir en un cajón ¡y terminar en otro!-. Palomas que se visten con andrajos. Tiendecitas de artesanías, ahora en plena decadencia, sobre fauces de tragantes malolientes; tragantes atascados de basura; aceras cochambrosas, paredes orinadas, periódicos con caca y millones de bolsitas de nailon arrastrándose en las calles, hojarasca pertinaz e indestructible.”

La lógica de esta novela es un ir y venir, del recuerdo al presente para dejar dicho quien se es, quien nos dejamos ser, que nuestro pasado nos construye, que las relaciones sentimentales nos configuran un hoy y calcular un mañana, los hermanos, las tías, las abuelas, las mujeres, todos son parte de nuestra piel, de nuestro ser, de nuestro no ser.

En esta novela recorremos 50 años en la historia de nuestro país en tan solo 130 páginas, desde un punto de vista niño, desde un punto de vista tan ingenuo y hermoso que comprenderemos al instante la situación de un hombre que vivió para observar, para crear con lo observado, un artista cabal, que con su creación tenemos para vivir y revivir nuestra historia, nuestro país.

Una palabra, llevo casi quince días tratando de encontrar una palabra para describir ésta novela, llevo quince días leyendo sus páginas una y otra vez, me he secado las lágrimas y sonado los mocos una y otra vez. La palabra no aparece, no surge, se me escapa, se deja ver entre los renglones pero se rehúsa a ser utilizada; Luis Alfredo Arango la detestaría, debo entregar esta reseña a la redacción del periódico y no quiero enviarla sin ésta palabra huidiza y orgullosa.

Una lectura más al episodio de los aviones tiroteando Salamá, leeré otra vez la parte en la que el tío Fito lo acusa de comunista por estudiar en la Normal y escuchar música clásica, ¿Me gusta más esa escena de amor cuando la llama Noi, mi Noi.. mi ciela linda?

La palabra no cabe en esta reseña; andá a una librería, buscá Después del Tango vienen los Moros de Luis Alfredo Arango, comprála, leéla y encontrá la palabra, hacé la palabra, escribí la palabra.


Juan Calles. Periodista, documentalista, lector de tiempo completo, ha facilitado el taller de narrativa del Centro Histórico. Autor de “Triciclo”, libro de cuentos cortos. Nació en mayo del 73, pero no está seguro de ello.

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