Por Miguel Flores Castellanos

Cecilia Cóbar se proyecta como rara avis en el campo fotográfico guatemalteco, porque aborda el cuerpo masculino, con lo que de entrada causa miedo a más de uno. En la representación masculina a través de la fotografía, solo se le han adelantado Susy Vargas y Adela Marín en Costa Rica a principios de este siglo. En su calidad de mujer y fotógrafa, ha tenido que sortear la visión ortodoxa de corte eminentemente patriarcal, que tienen tanto los modelos locales, como el aparato institucional guatemalteco. Porque sus fotografías hacen emerger emociones sensibles.

Para la sociedad de doble moral como la guatemalteca, el desnudo en arte es sinónimo de belleza de mujer, el cual es permitido mostrar en cualquier escena, ocasión y medio. Pero cuando se trata del desnudo del varón la primera reacción histérica es de tacharle de obsceno y pornográfico, lo que no debe estar en escena -mostrarse-, lo que debe permanecer oculto, y se apela a la moral y buenas costumbres para su contención.

Una exposición como esta, además, pone en acción la construcción personal de la masculinidad del observador, construida generalmente bajo preceptos patriarcales soportados por cuatro pilares poderosos: violencia, competitividad entre iguales, autosuficiencia y homofobia. Cecilia Cóbar destruye estas pilastras decimonónicas y pone en escena al varón frágil, indefenso y proclive al amor. Esta fotógrafa ha roto la tradición del ocultamiento del sexo masculino, y no esta dispuesta al ostracismo al que se le ha confinado a tantas mujeres por mostrar un pensamiento audaz. El que encuentre una flor… debe gozarla con el alma y el espíritu.

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