Por Lucía Lara

Lunes, 5:30 a.m. ¿Qué demonios ocurre con el transporte del futuro? ¿De dónde salen tantas personas? Seguro que todos salen del mismo lugar que mis preguntas. ¿A qué hora voy a llegar al trabajo hoy? Últimamente llegar temprano es imposible. ¿De dónde salió tanta gente y porque tengo que esperar tanto para poder subir a un bus? Esto es absurdo. Entre empujones y pocas palabras logro entrar.

Voy a llegar tarde… ¡Diablos! Solo quiero dormir, este lugar es una jungla. Mientras lamento que el fin de semana sea tan corto, me sujeto y el bus se pone en marcha. Cada vez que voy en un bus me gusta observar a mis compañeros de camino, adivinar por sus rostros quien baja primero. La trivia de hoy me ha puesto frente a un tipo que parece muy despierto para ser esta hora y a la par de una mujer de veintitantos, el cabello suelto y rubio, creo que no viene sola, ¿quién es ese de atrás? ¡Soy una metiche! Seguro son pareja, la cercanía de sus cuerpos, los movimientos del hombre atrás de ella… Tengo que dejar de verlos, esperen, ¿Qué? ¡El no viene con ella! ¿o sí?

Que camino tan largo, voy a llegar tarde, ¿Él que hace? ¿Porque ella no se mueve? Mírame… Mírame, él ya me vio, sintió mi mirada, lo sé. Sus ojos pequeños y redondos cruzan con los míos. -¿Oye qué haces?- Su mirada me esquiva, se esconde, ¿y por qué ella no me ve? Mírame, solo una vez, voltea a ver… Ella no viene con él.

La Avenida Bolívar nunca había sido tan larga, ¿por qué ella sigue fingiendo que no pasa nada? ¿por qué no se mueve? solo un poco, ¡mírame!

Está en shock, ella está en shock…

El continúa lanzándome miradas retadoras, lo enfrento: ¿QUE ESTáS HACIENDO? Me esquiva. Quiero que mi pensamiento lo atraviese. Al fin logro conectar con otra mirada, se trata de la mujer sentada frente a la chica en presunto shock, de inmediato nos entendemos: -el de atrás es un acosador- ¡lo sé!

En un movimiento de miradas, gestos y vibras la chica lo logra, se mueve, ¡se mueve! Al fin nos vemos las tres. Ella voltea la mirada, lo observa, yo lo miro con una mezcla de odio y asco. La señora lo fulmina con esa cara que solo las señoras te pueden hacer, es como si los ojos se les fueran a salir solo para ir a cazarte…

¡Ahora nosotras te vamos acosar! Saco mi teléfono, lo apunto, el bus frena y él se mete entre la gente que se baja en el trébol, maldita rata escurridiza…

La chica al fin respira, acomoda su cabello tras las orejas y se pierde entre la gente. Ella baja en el mismo lugar. Yo continúo, el trayecto recto me aleja, la rabia me invade, me duele el vientre.

¿Por qué sigo acá? ¿Cuándo llego a mi destino? El escaso aire que se cuela por las pequeñas ventanas del monstruoso transporte público, no me parece suficiente, necesito bajar. El resto del camino se siente aun más largo, la cabeza no deja de darme vueltas, una mezcla de asco e impotencia me invaden y las preguntas, que como bien he aprendido, no siempre obtienen respuesta, se formulan más rápido de lo que puedo procesarlas: ¿por qué no se movía? ¿acaso él la escogió por eso? ¿y si yo no lo hubiera visto? ¿Realmente cambió algo el verlo? ¿por qué no hice nada? ¿POR QUÉ NO HICE NADA? Soy una cobarde. No hice nada.

Al fin afuera, la mañana es fría y la rabia me arde; en los ojos, las manos, los ovarios… El amanecer empieza a dibujar sus colores en el cielo. Ya es tarde…


El texto anterior fue publicado originalmente en www.lacasaestatomada.wordpress.com

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