Por Danilo Lara

Una tarde de diciembre, el joven Tobías—técnico en instalación de circuitos de vigilancia—paseaba en Interfer, dando tiempo a que el tráfico disminuyera y esperando tal vez hallar productos que fueran de su agrado.

“Esto es lo puro real, usté. ¿Ya vio? Nada de efectos especiales” explicaba emocionado el doncito chapudo a cargo de uno de los kioscos. “¿En dónde dice que fue eso?” preguntó Tobías. “Marruecos, mi amigo. Un lugar precioso. Dicen que todo ese lago que se mira está rodeado de unas grandes roconas de sal”.

Tobías sintió intriga, “¿quién tomaría el video, jefe?”. “Fíjese que fueron unos turistas americanos. Andaban paseando en Año Nuevo cuando lo vieron. Qué impactante: nada más y nada menos que ver a un ángel caer”.

En la pantalla, un video de YouTube exhibía a una criatura luminosa descender desde los cielos hasta empotrarse en el lago. La majestuosidad del escenario mediterráneo era entonces interrumpida por una secuencia de gritos: Look! What is that thing, guys?! I dunno, check it out. It’s falling. Oh my god, it’s falling!! Oh my GOD!!!

Tobías pensó que lo del video era un pájaro, un pájaro blanco bien grande con unos rayos de luz puestos en post producción. “Plash” dijo el chapudito en tono solemne, mirando a su ángel estrellarse en el lago. El mercader pasó a una modalidad más reflexiva, “imagínese, caballero, qué cosas nos quería advertir esta presencia cuando perdió el control del vuelo”.

“No tengo idea” respondió Tobías, “guerras, asesinatos, incesto, gente que se acuesta con chuchos. Esas cosas, de plano.

“Exacto mi amigo, usted lo ha dicho”. El comerciante colocó su mano sobre el hombro de Tobías y continuó con voz más íntima, “mire, yo lo que digo es ¿hasta cuándo se va a arrepentir el ser humano? Póngase a pensar, que la maldad de los hombres es tal que este ángel no pudo siquiera respirar nuestro aire”.

“Ay, don, yo no soy nadie para decirle a un ángel qué hacer. Pero yo que él sí me hubiera puesto un casco. Así como los de astronautas”.

De inmediato, el chapudito le acercó a Tobías un vaso plástico, a medio llenar con lo que parecía ser agua pura.

—Lo invito a probar, mi estimado.
—¿Y esto qué es?
—Ah mire qué milagro. Resulta que muchos expertos se propusieron encontrar al ángel del video. Llevaron equipo y tecnología, ¡pero acaso lo encontraron, usté!
—Qué lástima. Tantos misterios y enigmas se habrían resuel…
—Entonces un finquero tejano se emocionó con el video. A los pocos días pidió que le prepararan su viaje para Marruecos y allá, fascinado con el lugar, decidió comprar el lago.
—Púchica, qué lujo.
—Claro. Pero, lo más lindo, es que este buen varón quiso compartir la bendición y comenzó a extraer agua del lago. Ahora vengo yo, y como la bendición hay que multiplicarla, ¿o no, mi amigo?
—Por supuesto.
—Vengo yo y le comparto la bendición, con esta agua del mismísimo lago en el que cayó el ángel. Es una maravilla ¿o no?—dijo el colorado con gran júbilo.
—Pues…
—Hágase el favor de probarla, mi hermano. Aquí le tengo las botellitas sueltas a trece cincuenta y los paquetones de veinticuatro a doscientos treinta, para que le lleve a su familia.
—No tengo familia, don. Vivo solo.
Usté, pero yo le siento sabor a Salvavidas.
—Ah es que ya lleva un proceso de purificación química para que pueda envasarse. Eso sí, le garantizo que la bendición de los Cielos sigue allí adentro, intacta.
—¿Será? Es que como ya uno no sabe ni qué creer, don…
—Ah claro que sí, mi estimado. Es más, le voy a presentar a una amiga.

El microempresario llamó a una exuberante edecán de voluminosos rizos castaños. Tras disculparse con un niño, a quien golpeó con las majestuosas alas de plumas de cisne e incrustaciones de lentejuelas que colgaban de su ajustado traje, la dama saludó con una sonrisa. Al verla, Tobías recordó que, por gordo, la camisa a veces se le desabotonaba en el área del vientre, que no se lavó los dientes después de almorzar garnachas y otros varios motivos para sentirse inseguro.

—Angelita, te presento al joven…
—“Tobías”.
—Tobías está interesado en adquirir un paquetón de nuestra agua. Pero quería que tú le contaras tu experiencia.
—¿Tú la tomas, Angelita?— preguntó Tobías, con voz dulce y estúpida.
—Yo la tomo siempre. Este cutis que ves se lo debo a la sangre del ángel caído.
—Angelita, contale al amigo Tobías lo que te pasó en aquella disco—solicitó entusiasmado el señor chapitas.
—¡Ay esa vez! Fijate que era Semana Santa y andábamos en Mazate trabajando con el grupo de baile, cuando la discoteca que amenizábamos se incendió. Qué pesadilla. Una de mis amigas quedó ciega de un ojo y un colega brasileño tuvo quemaduras de tercer grado, debido a todo el aceite que se había aplicado en el pecho.
—¿Y a ti no te pasó nada, Angelita?
—¡Absolutamente nada! Quedé tal y como me mirás. Gracias a que tomo esta agua. Definitivamente, fue un milagro del ángel ahogado.

Tobías adquirió un paquetón de veinticuatro botellas de agua Ángel Caído. Se tomó dos pasando el tráfico y otras tres al día siguiente. Tanto fue elevando su consumo de agua, que a la semana se encontraba de nuevo en Interfer, comprando otros cinco paquetones.

Tobías se puso a hacer bici y a correr en Pasos y Pedales cada domingo. Después comenzó a involucrarse en actividades asombrosas como CrossFit, yoga o tai-chi.

Un año después, Tobías consumía un promedio de ocho botellas diarias de agua Ángel Caído y ese era el único tipo de líquido que ingería. Cero frescos, gaseosas o chelas. También empezó a practicar deportes extremos incluyendo enduro, parkour, escalada de rocas y paracaidismo. Durante ese tiempo fue asaltado en un semáforo de la Reforma. El ladrón le disparó a quemarropa en la pierna, y diez días después, Tobías estaba haciendo triatlón en Pana, como si nada.

A los cuatro años de haber tenido su primer encuentro con el agua Ángel Caído, y convencido de ser indestructible gracias a ella, Tobías tomó la decisión de arrojarse al cráter activo del volcán de Pacayá.

La lava lo arrastró hasta las cercanías de una aldea. Horas más tarde, los bomberos recibieron la alerta de los locales, quienes afirmaron haber hallado el cuerpo sin vida de un hombre de unos treinta años poseedor de un cutis hermoso.

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