Por Gustavo Maldonado

Es claro que no podemos restarle importancia al significado que tiene en la historia, el nacimiento y evolución de la pantalla como elemento integrado a nuestra forma de vida; ni dejar de lado los aportes que como humanidad hemos recibido en la práctica de la vida, a partir de su existencia. La pantalla, ese objeto, a veces medio curvo, a veces rectangular, a veces cuadrado, en nuestros días plano, a veces con pulgadas de más a veces de menos. La pantalla surge a partir de la obsesión humana de condensar en un espacio reducido y controlado, el universo. Sintetizarlo.

Cuenta Borges1 que la muerte de su amiga Beatriz Viterbo, estrechó repentinamente sus lazos de amistad con Carlos Argentino Daneri, esposo de la occisa, quien tras un par de charlas acerca de un largo poema, a primera vista irrelevante, le reveló por medio de una llamada telefónica la existencia del Aleph en el sótano de su casa. Borges, urgido por la curiosidad, corrió, atravesó la distancia como un rayo, hasta la casa del amigo. Tras quedarse solo, a oscuras, llevado por Carlos Argentino a tenderse sobre el suelo del sótano, pudo observar finalmente, entre la decimonovena y la vigésima escalera: el Aleph. Un punto donde convergen todos los lugares, todas las imágenes, todos los tiempos, sin trasposición ni transparencia. La síntesis del universo.

Una de las consecuencias que se muestran a nuestros ojos actualmente como parte de las formas sociales, a partir, entre otras circunstancias, de la evolución de la pantalla, es la fragmentación e individualización del ejercicio humano de la vida en el mundo. Existe una tendencia que forma parte de la evolución de los modelos de comunicación propagados por el sistema de mercado. En el tránsito de lo gregario a lo individual, juega un papel fundamental la creación de tecnologías que alimentan el individualismo. De las proyecciones de cine y la televisión, a la Personal Computer (PC) y de esta a las tablets y dispositivos personales, los smarthphones, los relojes interactivos, los juegos de video portátiles, la intención se ha modificado.

Resulta impactante verificar a cada instante la presencia casi tiránica de la pantalla en nuestra vida. Surge una pregunta: ¿Cómo puede una pantalla, en muchos casos del tamaño de la mano, captar nuestra atención por lapsos tan prolongados, abstrayéndonos de lo que afuera nos espera: el apabullante devenir del mundo?
Puede que sea el tremendo barullo del mundo, que nos desborda al punto de vernos empujados a buscar e inventar universos reducidos y controlados, como los que se pueden encontrar en la pantalla, a un click de distancia, para deslizarnos sin pena dentro de ellos.

En Indonesia, un chico de extracción obrera permanece 72 horas apostando en línea frente a una pantalla. Una inmigrante ilegal, viajando desde Guatemala en busca de aquel sueño tantas veces soñado, se ve absorbida por la teleserie de narcotraficantes colombianos en el norte de México. Un grupo de amigos decide observar el encuentro de futbol, entre el Barsa y el Real, frente a los televisores de la vitrina de un almacén de electrodomésticos en una avenida de San Salvador. El noticiero del domingo nos revela desde la pantalla nuevas crueldades, nuevas mentiras, nuevas tragedias.

Pantallas en las calles/ formando caleidoscopios en las vitrinas de los almacenes/ Pantallas en los lugares donde se come/ donde se compra/ en los lugares de trabajo/ Hay incluso pantallas que proyectan lo que está sucediendo en ese mismo lugar/ en el mismo momento/ En los bancos, en los espacios públicos, en los buses/ las tenemos en las manos, en los bolsos, en los bolsillos/ hay pantallas.

Observar a las personas adentro de los centros comerciales o en tardes nubladas, comiendo y viendo la pantalla del televisor, detrás de los grandes vitrales de un restaurante, es como ver una pantalla. Las ciudades de estos principios de siglo, con sus estéticas fluorescentes, parecen sacadas de una pantalla; las imágenes van y vienen entre la realidad y la pantalla. La imagen que tenemos de universo, ha sido captada desde una pantalla.

1Borges, Jorge Luis (1899-1986). Escritor argentino, autor de varias colecciones de relatos, poesía y ensayos. Al final de su vida, con apoyo de varias personas, dictó, ya ciego, los últimos trechos de su obra. Cultivó como pocos la narrativa breve. Nunca escribió una novela.

*Extracto del capítulo II de “La dimensión paralela de la pantalla.”


Gustavo Maldonado (1974). Deambula por los campos de las ideas y las imágenes audiovisuales, utilizando como medios de expresión el texto escrito y el cine.

“¿Cómo puede una pantalla, en muchos casos del tamaño de la mano, captar nuestra atención por lapsos tan prolongados, abstrayéndonos de lo que afuera nos espera: el apabullante devenir del mundo?”

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