por Camilo Villatoro

Aparentemente las aves raras suelen volar en escenarios teatrales nocturnos, ante la contemplación de espectadores de diferentes estaturas: peinados, despeinados, gente con corbata, jóvenes, viejos; estratos sociales de clase media para arriba (¿qué tan arriba? Nunca se sabe).

Eso percibí en el ambiente del concierto/despedida de Ishto Juevez (dijo que se iba a tocar puertas a los Yunais): su participación en el proyecto Aves Raras. Juevez logra convocar a un variopinto grupo de melómanos. Uno puede ver ahí a muchachas ataviadas con ornamentos multicolores, a elegantes jóvenes jípsteres, a señoras mayores y recatadas, a periodistas que pasan desapercibidos bajo su playera con la estampa de un pentagrama invertido con un macho cabrío en el medio. Es decir, gente un poquito loca que siempre busca espacios de desborde cultural para romper la cotidianidad urbana que los agobia.

El espectáculo de Ishto Juevez es uno de esos momentos de ruptura con la cotidianidad. Irónicamente, Juevez nos recuerda la cotidianidad del lenguaje colorido de la guatemalidad mestiza (no ladina), sólo que de forma simpática y amable con nuestro sentido del oído, en forma de distintos ritmos musicales, desde el swing hasta el reggae, pasando por La Cucaracha y compañía.

Juevez no es de los que se quedan callados mucho tiempo en el escenario. A menudo aprovecha los intermedios entre rolas para decir lo que considera necesario, yendo más allá del entretenimiento barato que acostumbra nuestro incipiente medio artístico. La crisis política, la desigualdad del país, la reivindicación de la herencia precolombina, el conformismo de las sociedades de consumo, son temas que no faltaron en su concierto de Aves Raras. También habló del espíritu, o lo que sea que eso signifique. No soy bueno para interpretar la vocación mística.

La cosa es que la sala de la segunda planta del antiguo Lux, se llenó. Se vio a un Juevez de diez años de carrera artística, con toda la madurez musical que eso conlleva, al lado de músicos virtuosos que lo acompañaron en varias rolas del concierto. Particularmente me estremeció la interpretación de Ir para llegar…  “/viene de mojao/ no tiene pasaporte/ no ha comido na’/ dale un su zapote.” Lírica simple como inconmensurable.

Ojalá Ishto venga con buenas noticias cuando regrese de los Yunais. Todo apunta a que lo logrará.

Pormenores técnicos y logísticos: la hora chapina que siempre nos hace desesperar un poco, más exactamente unos 40 minutos. El fotógrafo que siempre arruina el paisaje escenográfico para tomarle fotos de espaldas a los artistas, un “ni modo” al que nos tienen acostumbrados estos eventos. El desafortunado fallo de sonido en el micrófono condensado del chelo; afortunadamente se pudo componer al término de la rola afectada. De ahí todo bien.

 

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