Por Edgar Barillas*

El cine era aún en blanco y negro cuando Guatemala comenzó a aparecer en las pantallas. Lo hace de una manera inesperada. Ya los guatemaltecos habían conocido la geografía de su país a través de los noticieros fílmicos de la Tipografía Nacional que seguían la pista de los gobernantes en sus giras departamentales. Digamos que ya se habían trazado los rasgos de la imagen del territorio y lo habían hecho viendo ese cine gratuito que utilizaba una pared de iglesia o almacén para recibir el haz luminoso del proyector estatal, aún en los poblados más alejados. Al menos en las ciudades, también las historias de Tarzán, el hombre mono que creara Edgar Rice Burroughs, eran conocidas si no por la literatura y los comics («chistes», como se decía antes en Guatemala), si por las películas que se proyectaban en los cines. Por ello se sabía que Tarzán vivía en la África tropical, en una selva lleva de vida silvestre y de «nativos salvajes» que a veces eran ingenuos y a veces muy feroces, así como de unos entrometidos maleantes que alteraban la tranquila vida del pillaje colonial disfrazado de epopeya civilizadora. Entre liana y liana, entre aullido y aullido, Tarzán era el Rey de la Selva. Por ello cuando una compañía cinematográfica apareció en el puerto de San José, en la costa sur de Guatemala en aquel año de 1935 para filmar Las nuevas aventuras de Tarzán (que dirigiría Edward A. Kull y protagonizaría Bruce Bennett -o sea Herman Brix, el atleta campeón de los juegos olímpicos1), lo más lógico del mundo era pensar que Guatemala con sus selvas y bejucos en el norte petenero iba a servir de paisaje sustituto de la llamada África Negra. Pero no.

Según la película, el francés D’Arnot (quien había sacado a Tarzán de la custodia de los monos y le restituyera en Inglaterra con el título nobiliario de Lord Greystoke) había caído accidentalmente con su avioneta en selvas guatemaltecas y hecho prisionero por una tribu de adoradores de la Diosa Verde. Este era un ídolo relleno de joyas que tenía la fórmula de un explosivo capaz de destruir la humanidad entera. Amigos: hay trabajo para Tarzán (aunque, pensándolo bien, pudiera ser cualquiera otro superhéroe). Al enterarse de la noticia, el hombre mono deja sus rasgos primitivos y se viste de traje (como corresponde a un noble inglés) para ir en barco a Guatemala al rescate del amigo. Se une a una expedición que busca la Diosa Verde… y a unos bandidos que también quieren las joyas y la fórmula. (Lo dicho: hay trabajo para el Rey de la Selva).

El barco llega a Puerto Barrios y los expedicionarios se dirigen a Chichicastenango. Por fin están en Guatemala, «Cuna de la Antigua Civilización Maya», según dice la película. De Chichicastenango, su plaza central, su iglesia de Santo Tomás y su arco de Gucumatz, se dirigen al Río Dulce, para penetrar en la densa selva y encontrarse con los adoradores de la Diosa Verde… en Antigua Guatemala. De ninguna manera se trata de un error o de desconocimiento de la geografía guatemalteca, sino se trata de una licencia cinematográfica que asombra a los que conocen el territorio donde se rueda el filme, pero que es intrascendente para aquel que lo desconoce. A todo esto, Tarzán ya se olvidó de los atuendos propios de su noble linaje y se atavió con su taparrabos y repartió buenas dosis de aullidos y puñetazos. Tras el robo del ídolo, se dirigen nuevamente a la costa atlántica, pasando por Quiriguá, con plática incluida sobre la importancia de las estelas. Termina el recorrido por el país en un poblado de la costa atlántica, de nombre At Mantique (que quizás sea Amatique), que cuenta con buen hotel, con marimba y suntuosas instalaciones… que no es otro que el hotel Palace, en la Ciudad de Guatemala. Como es previsible, el superhéroe ha recuperado a su amigo, ha derrotado a los bandidos, ha resuelto el misterio de la Diosa Verde y ha roto más de un corazón. La expedición parte hacia Europa y, luego, Tarzán regresa a su vida selvática en África.

Como las películas de Tarzán son objetos de culto, el editor de una revista dedicada a la obra de Rice Burroughs, D. Peter Ogden viajó a Guatemala en 1992, a fin de visitar los lugares en los que se rodaron Las nuevas aventuras de Tarzán (Ogden, 1992): 148). Ogden se manifiestó sorprendido por las dificultades que tuvieron que enfrentar los productores e intérpretes para movilizarse por las carreteras del país, dado que, si era tortuoso hacerlo en 1992, cómo sería en 1935. Desembarcar en San José, al sur, un camión con cuatro toneladas de equipos fílmico y de sonido, para luego ir al occidente, después a la costa del este (Puerto Barrios, Livingston, Río Dulce), de ahí a las selvas peteneras en el norte, para regresar a Quiriguá y otra vez al sur, da una idea del área cubierta, dice el editor. Si esto lo hubiera hecho una de las principales compañías cinematográficas y en esas «primitivas» condiciones -dice un quejoso Ogden-, hubiese recibido las aclamaciones de la crítica y numerosas menciones en las historias del cine, pero como fue una producción independiente y una película en episodios semanales, su trabajo no fue noticia2. El recorrido de Tarzán y su comitiva nos ha llevado por primera vez en un largometraje de ficción por la geografía guatemalteca. Nuestra cartografía de lugares filmados había comenzado a poblarse.

Una nueva visita de Tarzán a Guatemala es recordada en varias páginas de internet por vecinos de Huehuetenango y sin duda persiste en la tradición oral de la localidad. En esta ocasión el hombre mono vino a Zaculeu en 1967, el sitio arqueológico cercano a la ciudad occidental, reconstruido por encargo de la compañía frutera United Fruit Company que los gobiernos revolucionarios de 1944 a 1954 pusieron en la picota. Como el trabajo arqueológico fue una intervención en gran parte destructiva y luego una puesta en escena arquitectónica de una ciudad maya idealizada, en los furgones se trajeron los adminículos necesarios para convertir la ciudad muerta bajo el cemento, en una urbe «primitiva» con vida. Los disfraces de los extras y las gracias de Chita, la chimpancé que acompañaba al hombre mono en todas sus aventuras, hicieron el resto para que Tarzán tuviera un ambiente adecuado.

En esta ocasión, el héroe blanco auxiliaba a un prestigioso arqueólogo, el Dr. Singleton y su hija, María, a fin de encontrar «la piedra azul del cielo», que debía estar bajo las pirámides. Por supuesto, no se trataba de una piedra cualquiera sino una que podría dotar a su poseedor de poderes divinos. Algo así como una piedra filosofal «tarzánica». Como en toda historia que se repute «decente», tiene que existir un antagonista y este no es ni más ni menos que Tatakonbi, un militar que quiere ser un dictador. El filme, Tarzán y la rebelión de la jungla (Tarzan´s jungle rebellion, William Witney, 1970) es justamente la versión cinematográfica de dos capítulos de la serie de televisión estelarizada por Ron Ely, llamados Tarzán y la piedra azul del cielo (The blue Stone of heaven).

1La película original está compuesta por doce capítulos, que serían exhibidos semanalmente. Más tarde se realizó una versión integrada que no tiene todo el contenido de la de episodios. De tal forma que para visionar los lugares filmados en Guatemala y que llegaron a la pantalla, es necesario recurrir a la versión original y no a la síntesis posterior.

2D. Peter Ogden, «The search for Opar», en Jerry L. Schneider Edgar Rice Burroughs and the silver screen, vol. I, California, EUA, ERBville Press, 2005.

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