POR GABRIELA MAYER
Agencia DPA

Al autor de «Rayuela» le tocó nacer y morir en Europa, en parte por ese azar que a su criterio hacía mejor las cosas que la lógica. Y justamente este 2014, además de celebrar su centenario, marca las tres décadas de su muerte en París, el 12 de febrero de 1984.

_cul4-5_1cPor eso Argentina le rinde tributo con el «Año Cortázar 2014», mientras también por otras latitudes se evoca al cronopio mayor. Desde el Salón del Libro de París hasta próximamente la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, se suceden homenajes, conferencias y exposiciones.

Con la presencia permanente de lo lúdico y el humor, desarrolló una obra literaria única dentro de la lengua española. Sus magistrales relatos sorprendieron con la introducción de lo fantástico en la realidad cotidiana. Pero fue la explosiva novela «Rayuela» la que lo consagró a nivel internacional y se convirtió en una de las insignias del «boom» latinoamericano.

Cortázar buscó intensamente una renovación del lenguaje y le quitó un manto de solemnidad a la literatura. El escritor mexicano Carlos Fuentes, su amigo y compañero del «boom», lo definió como «el Bolívar de la novela latinoamericana». «Nos liberó liberándose, con un lenguaje nuevo, airoso, capaz de todas las aventuras».

Tenía 4 años cuando su familia regresó a la Argentina y poco después su progenitor abandonó para siempre la casa familiar. La infancia y adolescencia de Cortázar transcurrieron en Banfield, suburbio sureño de Buenos Aires, con una enorme afición por leer y escribir.

Se graduó como profesor en letras y trabajó como docente en Bolívar y Chivilcoy, pueblos de la provincia de Buenos Aires. Posteriormente se desempeñó en la Universidad de Cuyo, provincia de Mendoza, a la que renunció en 1945 por oponerse al peronismo. Uno de sus primeros cuentos, «Casa tomada», fue publicado en 1946 nada menos que por Jorge Luis Borges, por entonces secretario de redacción de la revista porteña «Los Anales de Buenos Aires».

En una carta, definió así los años previos a su partida a París: «De 1946 a 1951, vida porteña, solitaria e independiente; convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético».

Delgado, muy alto y de apariencia juvenil, Cortázar siempre arrastró las «erres» y fue un apasionado por el jazz y el boxeo. El año de su llegada a la capital francesa, 1951, se publicó en Buenos Aires su primer volumen de cuentos, «Bestiario». En 1953 contrajo matrimonio con la argentina Aurora Bernárdez y ambos trabajaron como traductores en la UNESCO. Esa misma década vieron la luz nuevos libros de relatos: «Final del juego» (1956) y «Las armas secretas» (1959).

Este último incluye «El perseguidor», inspirado en el saxofonista Charlie Parker y probablemente el cuento preferido de Cortázar. Una suerte de bisagra, porque allí se produce el descubrimiento del prójimo. «Un poco lo que el personaje de ‘El perseguidor’ busca en el cuento, yo lo estaba buscando también en la vida».

En 1960 se publicó su primera novela, «Los premios», y dos años más tarde, la colección de textos «Historias de cronopios y de famas», donde aparecen los cronopios, «esos seres desordenados y tibios» que obran con rebeldía. En 1963 fue el turno de «Rayuela», protagonizada por Horacio Oliveira y la Maga, que permite una lectura lineal, o bien invita al lector a convertirse en cómplice, saltando de un capítulo a otro, según indica su Tablero de Dirección.

Por entonces viajó a Cuba, invitado como jurado del Premio Casa de las Américas. Allí nació su compromiso con las causas latinoamericanas y una estrecha relación con la isla. Años más tarde, visitó varias veces Nicaragua para apoyar con fervor la revolución sandinista.

Se propuso seguir viviendo en su terreno lúdico y fantástico, pero con la adopción de un compromiso que se reflejaría en su creación literaria. Ese Cortázar que abandonó la torre de marfil de la «literatura pura» publicó entre otros «Libro de Manuel» (1973), que según el propio autor le valió «palos de izquierda y derecha».

Formó parte del Tribunal Russell II, que juzgó y denunció las violaciones a los derechos humanos de diversas dictaduras latinoamericanas. Su compromiso político lo convirtió en un cronopio trotamundos, mientras la junta militar argentina (1976-1983) lo colocaba en las «listas negras». Cortázar pasó de ser un emigrado voluntario a un exiliado.

En 1980 publicó los relatos de «Queremos tanto a Glenda» y dos años después editó otro volumen de cuentos, «Deshoras». Trabajó en «Los autonautas de la cosmopista», una curiosa expedición por las autopistas francesas, con su segunda esposa, la canadiense Carol Dunlop. Pero Dunlop falleció a los 36 años en 1982 y Cortázar quedó sumergido en el desconsuelo. Debió terminar solo el libro, cuyos derechos de autor destinó al pueblo nicaragüense.

El escritor concretó todavía una anhelada visita a Buenos Aires en diciembre de 1983 y se sorprendió por las amplias muestras de cariño en un país que recuperaba la democracia. Regresó a París, donde recibió los cuidados de Bernárdez, hasta que su vida se apagó a los 69 años a causa de una leucemia. Fue enterrado junto a Dunlop en el cementerio de Montparnasse. Sin embargo, la maquinaria del juego no se detiene, mientras Cortázar, tal como postula en «Rayuela», siga logrando hacer del lector un cómplice, un camarada de camino.


Frases de Cortázar

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_cul4-5_1b– AZAR: «Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana» («Clases de literatura. Berkeley, 1980», 2013).

– CRONOPIO: «… me considero sobre todo como un cronopio que escribe cuentos y novelas sin otro fin que el perseguido ardorosamente por todos los cronopios, es decir su regocijo personal» (1967, carta a Roberto Fernández Retamar, incluida en «Cartas», 2012).

– CONSTANTE LÚDICA: «El niño nunca ha muerto en mí y creo que en el fondo no muere en ningún poeta ni en ningún escritor. He conservado siempre una capacidad lúdica muy grande» («Clases de literatura. Berkeley, 1980», 2013).

– CUBA: «… mi solidaridad con la Revolución Cubana se basó desde un comienzo en la evidencia de que tanto sus dirigentes como la inmensa mayoría del pueblo aspiraban a sentar las bases de un marxismo centrado en lo que por falta de mejor nombre seguiré llamando humanismo» (1969, incluido en «Papeles inesperados», 2009).

– EVOLUCIÓN POLÍTICA: «De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad, como la imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en París nació un hombre para quien los libros deberán culminar en la realidad» (1967, carta a Fernández Retamar en «Cartas», 2012).

– LO FANTÁSTICO: «Desde muy niño lo fantástico no era para mí lo que la gente considera fantástico; para mí era una forma de la realidad que en determinadas circunstancias se podía manifestar, a mí o a otros, a través de un libro o un suceso, pero no era un escándalo dentro de una realidad establecida» («Clases de literatura. Berkeley, 1980», 2013).

– LITERATURA Y LIBROS: «La verdad es que la literatura con mayúsculas me importa un bledo, lo único interesante es buscarse y a veces encontrarse en ese combate con la palabra que después dará el objeto llamado libro» (1969, incluido en «Papeles inesperados», 2009).

– NACIONALIDAD: «A mi manera y desde lejos, yo he probado que fui, que soy y que seguiré siendo mucho más argentino que todos los que sacan banderas los días patrios o cantan el himno sin siquiera entender bien sus palabras» (1981, carta a su madre María Herminia Descotte de Cortázar en «Cartas», 2012).

– NICARAGUA: «… dedico muchos esfuerzos a Nicaragua, que tan admirablemente lucha por mantener su soberanía frente a los Estados Unidos que quisieran aplastarla» (1982, carta a su madre en «Cartas», 2012).

– «RAYUELA»: «He querido escribir un libro que se pueda leer de dos maneras: como le gusta al lector-hembra (de actitud pasiva), y como me gusta a mí, lápiz en mano, peleándome con el autor, mandándolo al diablo o abrazándolo…» (1963, carta a Jean Barnabé en «Cartas», 2012)»

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