JUAN JOSÉ NARCISO CHÚA

A las seis de la mañana del domingo, la mañana se presenta un tanto fría, pero fresca, llena de luz, aunque el sol todavía no pega con plenitud y en el trayecto para llegar al punto de partida veo un montón de personas ya movilizándose, corriendo hacia algún lado, buscando cumplir con sus propios compromisos. Eso sí, noto un montón de gente con suéter y a pesar que yo llevo algo para esos ambientes, presiento que debo prescindir del mismo por el espacio de tiempo que quiero cubrir.
_cul4-5_5cLlego al Obelisco, inicio mis estiramientos y a mi mente concurren aquellos días de infancia cuando Normita nos llevaba a los columpios, el resbaladero y la ruleta que existían hace años en ese lugar, cuidándonos y jugando con mis hermanos y yo, siendo unos infantes. Un poco más al oriente, veo a mi mamá con nosotros tres, descansando en la grama ahí cerca del paso de los aviones sobre los antañones arcos, luego de un viaje en camioneta y de caminar de la estación de la dos al zoológico de La Aurora y regresando tomamos un descanso. Era un primero de mayo y cerca de nosotros habían unos adultos también sentados sobre la grama descansando y platicando, cuando de repente aparece un jeep con soldados, se bajan y empiezan a vapulear a estas personas y yo le digo a mi mamá: “por qué los golpean mama?”, por qué se los llevan?, mi mamá me pide que calle sin explicarme el incidente que me turba y quién sabe?, si me marca para siempre.
Inicio mi recorrido del Obelisco por la avenida La Reforma hacia el norte, son las 6:20 horas, utilizando la nueva ciclovía, que por cierto, se encuentra más repleta de corredores que de ciclistas, paso por la Embajada y acude a mi mente la solicitud de mi primera visa y Tono Narciso me apoyó, llegando de madrugada para hacerme la cola y más tarde me incorporé a la cola acompañado de Romeo, mi eterno amigo y hermano. Luego un restaurante de carne cercano, no se me olvida el incidente cuando invité a Normita y Luis su esposo a cenar en una visita que hicieron a Guatemala y la carne estaba dura y Luis con su buen humor me dice: “qué bueno que la mesa está fuerte para poder cortar la carne”.
A mi lado dejo la cancillería, acuden a la mente el Gatío y Marcel, con quienes compartí ese espacio de trabajo, en donde hay una plaza pequeña atrás de los despachos y ahí una vez compartíamos con Marcel algunas reflexiones y preocupaciones. Paso por el Cecon y el Cefol, donde tuve nexos de trabajo con Celso, Poncho y otros buenos amigos. Cruzo en la Mariscal Cruz y paso por el antiguo Cine Reforma y recuerdo a mi papá invitándome a ver el Padrino I, película que me impactó y aún hoy me gusta volverla a ver. No se me olvida el lujo de butacas de dicho cine en una combinación de madera y pana y el telón dorado.
Cruzo en la 7ª avenida y mis pensamientos se cruzan con el Pecos cuando se comían hamburguesas en el carro, cuando existía La Hoguera –recinto de visita permanente por colegas de la Facultad de Ciencias Económicas-, me vienen a la mente visitas a la Manzana en los bajos del Conquistador, justamente con Romeo y la Tere, disfrutando la música de More than a feeling de Boston y vaya si no me costó sacarlo, cuando el principio no quería ir. Llego al Centro Cívico y no dejo de admirar la obra de Dagoberto Vásquez y Gonzalez Goiry, me pierdo en el remanso del recuerdo de obras de enormes artistas guatemalteco y otros allende que me hacen sentirme bien y relajado en obras de Matisse, Monet, Degas, Manet y otros. Cuando siento, estoy pasando la 18 calle y ahí debo hacer varios quiebres para evitar bultos, tubos, tablas y mercadería que los comerciantes ya están descargando para iniciar un día de trabajo en domingo y me admiro de esa persistencia, ese espíritu, esa motivación permanente.
En esos pensamientos ando cuando ya me adentré en el Centro Histórico. Paso por la periférica del IGGS y me recuerdo de mi hermano Luis, el médico, quien trabajo años en el Seguro Social y no puedo pasar sin rememorar “Aquí nadie pasa sin saludar al rey” y el Carvis ambos en la 16 calle, el Costa Azul en la 7ª y 15 calle, donde mi viejo nos llevaba a acompañarlo con sus compadres. Lo indeleble de esos recuerdos, me conducen muchos años atrás y cuando retorno de esas memorias ya estoy arribando al parque central, paso la Catedral, dejo el Palacio Nacional al lado y me enrumbo hacia la Calle Martí.
Me encuentro con la casa del Choco Morales, viejo y querido amigo, paso por la casa del doctor Orellana, nuestro anfitrión espléndido durante nuestras visitas de Viernes de Dolores, alcanzo la Calle Martí y me recuerdo de la Niña de Guatemala y empiezo a recordar sus rimas, a pesar lo temprano del domingo, me cuesta un tanto atravesar la Martí y voy enfilándome al hipódromo, sin dejar de recordar en la iglesia de La Asunción, el bautizo de mi primo Byron Chúa y una foto de mi viejo altivo, elegante y sonriente junto con mi tío Adolfo, mi mamá, mis hermanos y mis primos Chúa Lemus.
Cuando tomo la cuchilla de la 7ª. hacia la Simeón Cañas, me distrae la mente con aquellas caminatas con mis primos Carlos y Alfredo Mancía Chúa y mi hermano y yo, siendo unos patojos saliendo de la 10ª avenida y 2ª. calle de la zona 2, para el hipódromo, previa llamada a mi primo Héctor Chúa Muralles, quien tenía pelota de básquetbol, para jugar un rato en las canchas del hipódromo, reflexionado hoy sobre ello, pienso que tal vez ahí me prendí de ese intenso deporte que fue parte de mi vida y todavía hoy lo practico con mucho gusto con mis hijos.
Cuando siento estoy circulando el mapa en relieve y luego a mi lado derecho dejo el Trapo Torrebiarte y me doy cuenta que terminé el 50% de la jornada y voy de vuelta. Corro por un sendero bonito que se encuentra paralelo a la Simeón Cañas, en donde puedo observar que el movimiento de gente es mucho mayor y la cantidad de corredores y corredoras se incrementa agradablemente y cruzamos saludos con varios de ellos, sabiendo que nos transmitimos ese sentimiento de alegría por correr y de saber que ese esfuerzo termina en una satisfacción que lo abriga a uno por horas y días.
Paso al lado del Parque Morazán y me recuerdo de Claudiña, mi querida amiga y la mente me lleva con doña Teresita, paso por un supermercado La Torre, no se me olvidan mis hijos dentro del carro esperando cuando un sanate se metió en el vehículo y pasaron por tremendo susto y chiste.
Al doblar en el final del Parque Morazán me enfilo por la 6ª. avenida hacia el sur y me siento muy bien, se inicia una pequeña bajada y alcanzo a ver el Parque San Sebastián, no puedo dejar de pensar en el Obispo Gerardi, a quien conocí en una reunión en el Seminario trabajando para la negociación de las comunidades de las CPR en Petén, también viene a mi mente la tienda de enfrente de “Sancebollas”, agradable lugar para la bohemia, incluso lo cita Goldman en su libro: “El Arte del Asesinato Político”, mencionando a personajes conocidos por su pasado e incluso su presente. Termino inquieto por esos sucesos desagradables pero continúo para enfilarme por la 6ª. avenida del Centro Histórico, al pasar por el Portal del Comercio retorno a paseos con mi mamá comprando cosas, caminando con las tías y con mis primos por esos lugares. Un pensamiento más líquido me llega cuando recuerdo El Portalito, ese mágico lugar de encuentro, bohemia y música.
Continúo y me siento aún mejor que antes, veo a un muchacho corredor que me rebasó por la Avenida Simeón Cañas, con su playera de Alemania y me lleva ahora un par de cuadras de distancia, bien dicen: “nunca los de adelante van tan rápido si los de atrás corren bien” y así es. Ahora veo el Palacio de la Policía Nacional y el joven corredor sigue adelante, pero lo distingo bien, significa que estoy más cerca y en ese proceso me encuentro cuando alcanzo la 18 calle y el corredor que me adelantaba, desaparece.
Continúo y ya me siento cerca de mi destino. Paso el Calvario, el mercado de La Placita y arribo a la Municipalidad e inicio una pendiente hacia abajo que me permite respirar con tranquilidad y cuando siento estoy en el cruce de la 6ª y el viaducto, en donde, a pesar de la hora, ya se mueven varios vehículos que me impiden pasar el crucero rápidamente y no sin ciertos tropiezos, pero llego al otro lado y continúo.
Al subir de la 6ª a La Reforma, me siento muy bien y sé que me falta muy poco y llego a La Reforma de nuevo, en donde un nuevo aire, aquél que le aparece a uno ante la certidumbre que ya casi llegó y lo invade a uno un sentimiento de felicidad por el casi logro. Me meto a la ciclovía de nuevo y voy feliz, satisfecho, contento de casi llegar al inicio de mi trayecto. El zigzag de la ciclovía lo lleva a uno tranquilamente. Paso la 10ª calle, llego a la 12 calle, paso el Camino Real, rebaso la estatua de Miguel Ángel Asturias y me involucro de nuevo en sus libros, pues releí Viernes de Dolores en el viaje a Europa y me volvió a encantar.
La cantidad de corredores y ciclistas es mayor, al igual que los vehículos y personas que se movilizan en esas calles. Alcanzo el rótulo en donde inicié y continúo hacia el Obelisco y doy una circunvalación al mismo para retornar al punto de inicio junto a mi rótulo. Son las ocho de la mañana, una hora y cuarenta minutos y poco a poco, bajando el paso lentamente, me detengo. Ha sido una jornada agradable, satisfactoria y de muchos recuerdos. “Correr es una maravilla”, me digo, y me voy.

Lo indeleble de esos recuerdos, me conducen muchos años atrás y cuando retorno de esas memorias ya estoy arribando al parque central, paso la Catedral, dejo el Palacio Nacional al lado y me enrumbo hacia la Calle Martí.
Ha sido una jornada agradable, satisfactoria y de muchos recuerdos. Correr es una maravilla, me digo, y me voy.

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