“cuando no se ha cuidado del corazón y la mente en los años jóvenes, bien se puede temer que la ancianidad sea desolada y triste”. Foto La Hora

Por: Giovany Emanuel Coxolcá Tohom

En agosto de 1889, José Martí aseguraba que “cuando no se ha cuidado del corazón y la mente en los años jóvenes, bien se puede temer que la ancianidad sea desolada y triste”. La frase da ocasión para reflexionar sobre la importancia de fomentar y crear espacios de lectura en las instituciones de educación primaria. La tarea es una de las más difíciles del mundo, sobre todo en países con niveles insondables de miseria política y corrupción burocrática.

¿Cómo generar espacios apropiados para la lectura? ¿Cómo seleccionar el material bibliográfico idóneo para quienes empiezan a conocer y a intuir la verdadera naturaleza de las escuelas? ¿Los niños de hoy deben leer los mismos libros que leyeron sus padres durante la infancia? Con cada intento de respuesta, las preguntas se multiplican.

Aunque la tarea es ardua, alienta saber que, en otras partes de América Latina hay quienes se han entregado a tiempo completo a la exploración y estudio de la literatura infantil y han reflexionado con rigor acerca del fomento de la lectura en el impenetrable universo de la infancia.

El Fondo de Cultura Económica publicó hace más de dos décadas El corral de la infancia, de la argentina Graciela Montes, en su colección Espacios para la lectura. La versión disponible en Guatemala es una reimpresión del 2018. Este libro habría sido motivo de alegría para José Martí.

Es posible que jamás se podrán traspasar los muros que se imponen entre la infancia y la edad del adulto, que es la del embrutecimiento casi por antonomasia. Una vez fuera de ella, jamás se vuelve. La poesía y otros artificios del lenguaje permiten intentarlo, a veces con resultados deplorables. El descuido y la incapacidad de los adultos para atender las necesidades recreativas y formativas de los niños, el desconocimiento -estoy tentado a anotar irresponsabilidad, pero sería una calificación injusta para quienes, pese a todo, hacen hasta lo imposible para incentivar la lectura en las aulas y fuera de ellas- de los docentes han hecho que la infancia se vuelva un objetivo comercial, uno de los mercados más rentables para la industria de la televisión, del cine y para la industria tecnológica en general. Son raros los niños que no encuentran en la lectura una reafirmación del tedio, y no son culpables de que sientan aversión por el libro.

El adulto ha perdido o se ha olvidado de las reglas que implica habitar la edad de la infancia. El Estado solo está interesado en perpetuar el embrutecimiento de la población y, hay que reconocerlo, lo ha hecho bien. Los ciudadanos que a cada cuatro años salen a elegir a funcionarios impresentables o aborrecibles, son los niños que ayer se les estropeó el corazón y la mente. Las instituciones educativas públicas se encuentran abandonadas, quienes ejercen la docencia en ellas fueron niños sometidos al aburrimiento, a la represión, pocas veces tuvieron orientación responsable para llegar a la lectura. En la mayoría de las instituciones educativas privadas se perpetúan los prejuicios que en la sociedad forman parte de las buenas costumbres y normas de comportamiento.

Ante el espeluznante escenario del párrafo anterior, leer El corral de la infancia es fundamental para asumir los desafíos que se presentan a diario en las aulas escolares. No malograr el corazón y la mente de un niño es responsabilidad colectiva, nuestra. Por suerte, para los lectores de nuestra lengua existe Graciela Montes, ensayista, traductora y editora, que vino al mundo un 8 de marzo de 1947 a iluminar nuestro tiempo y tiempos venideros.

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