Por: Giovany Emanuel Coxolcá Tohom

La séptima reimpresión que el Fondo de Cultura Económica publicó en el 2013 de reafirma la indiscutible calidad literaria de Josefina Vicens, otra autora archivada por el canon o por quienes ejercen la docencia en las facultades de letras de algunas universidades. No me extenderé en el contenido de las novelas, para no redundar en lo que Aline Petterssson suscribe en el prólogo de 12 páginas.

Supe por vez primera de El libro vacío hace más de una década, en una plática con Luis López Astorga y Pedro Luis Rojas, el primero, de una imaginación letal; el segundo, lector voraz: leyó Las almas muertas y La sala número 6, cuando aún no cumplía una década de estar en el mundo. Ambos estaban destinados a ser los mayores poetas de nuestro tiempo; sin embargo, su lealtad a las letras es grande y han preferido la honradez del silencio. Eran los días en que decidimos sustituir las aulas universitarias por una tienda de esquina o por una cantina en donde sonaban las peores bandas de rock guatemalteco. Mientras escribo estas líneas, pienso que soportar las ínfulas de grandeza musical de la piara nacional valió la pena solo porque jamás olvidé este título de Josefina Vicens.

Leer el libro fue un ajuste de cuentas y un homenaje con quienes me acompañaron en mis primeros años de exploración literaria. Leerlo en voz alta fue la reafirmación de que pocas personas hacen de un libro una obra musical.

No recuerdo en qué momento se me ocurrió volver a leer en voz alta. Lo hice durante la primaria o la secundaria para memorizar poemas, nombres de países, fechas conmemorativas y nombres de políticos o burócratas despreciables que han demolido y deshecho esto que nunca llegaría a ser nuestro país (tan despreciables como algunos de los personajes secundarios que aparecen en Los años falsos). El adjetivo que califica a semejantes primates va por mi cuenta. La osadía de los profesores de aquel entonces no llegaba a tanto y sospecho que, en la actualidad, salvo las excepciones de siempre, la actitud docente ha cambiado poco.

La lectura en voz alta era eficaz: memorizaba lo necesario para afrontar los exámenes y para responder con exactitud cuánto era 7 x 9, antes de tener derecho a recreo. Aún recuerdo a quienes les falló la memoria y se quedaron sin poder salir a patear la pelota a las diez de la mañana o reprobaron el año escolar. Quizá no leyeron en voz alta o los métodos de enseñanza de entonces no eran los mejores.

Digo en el cuarto párrafo que no recuerdo en qué momento volví a leer en voz alta porque ya sumo varios libros leídos así. Vicens no sería la excepción y, como lo sospechaba, la satisfacción fue plena, desde la primera hasta a la página 331.

El libro vacío vio la luz en 1958 y mereció el Premio Xavier Villaurrutia. Antes únicamente lo habían obtenido Juan Rulfo y Octavio Paz, dos figuras planetarias de la literatura. Los años falsos apareció en 1982. Tuvo menos resonancia que la primera. Josefina Vicens abre esta novela con las siguientes palabras: “A Alaide Foppa, ausente, pero siempre presente en mí”.

Postergué la lectura de Josefina Vicens durante años, desde la primera vez que tuve noticias de ella en una de mis faenas etílicas; pero, un día de estos, Ilina Muñoz y yo decidimos leer las novelas en voz alta. No logro explicarme por qué ciertos libros, ciertos títulos exigen una lectura en voz alta. En el caso de Los años falsos, la dedicatoria a Alaide Foppa, por quien siento una sincera admiración, fue una razón más para la lectura en voz alta. Aun así, me sigo preguntando por qué ciertos libros, autores o títulos nos hacen esta invitación, como si en sus páginas hubiese una secreta clave musical esperando ser descifrada.

Pese a que la lectura, incluyendo la compartida, implica una experiencia personal, única e irrepetible, me atrevo a sugerir que adquieran este libro. No se arrepentirán, estoy seguro.

El libro vacío, para no terminar este párrafo sin dejar un adelanto de su contenido, es una exploración acerca de la vida y de las complejidades del arte, específicamente del arte de escribir. Más de alguno se reconocerá en la desesperación del personaje por no saber qué escribir, cómo empezar una novela. Los años falsos hace que volvamos la mirada a los problemas de nuestro tiempo: la perversión política, el cinismo de las autoridades gubernamentales, los rituales frente a la tumba de quienes toman la decisión de adelantarse.

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El profesor Zíper y las palabras perdidas, de Juan Villoro, Rafael (El Fisgón) Barajas Durán

En esta entrega de la serie, acompañaremos a Alex en una nueva aventura en la que tendrá que resolver el misterio de las palabras que comienzan a desaparecer. Junto con sus amigos Julia y Asdrúbal, se enfrentará con poderosas personalidades que pretenden controlar el lenguaje y a la gente; pronto se dará cuenta de que la Academia de Control y el malvado Criptograma están detrás de esto. Por supuesto, tendrá que recurrir al entrañable profesor Zíper y sus inventos para salir del embrollo, además de contar con la ayuda de personajes como Francisco Hinojosa y El Fisgón, que resultarán piezas clave para descifrar los acertijos de esta divertida historia.

Casas del Vedado, de Alejandra G. Amatto Cuña, María Elena Llana

Casas del Vedado reúne once cuentos de María Elena Llana cuyo escenario será siempre el interior de las casas de un barrio emblemático de la burguesía cubana, donde los personajes decidieron enclaustrarse como respuesta a las profundas transformaciones de la infraestructura política y socioeconómica que trajo consigo la Revolución. Los personajes, mayormente femeninos, se quedan habitando espacios enquistados, amurallados, y que, imprecisos, vacilan entre la vida y la muerte, constituyendo una forma de la otredad que igual tiene un fuerte contenido político como una puesta en escena de lo sobrenatural, lo anómalo, lo fantástico.

La formación, de Jerzy Andrzejewski

El original campo de concentración de Oswiecim en Polonia, que habría de convertirse al iniciarse la «solución final» en Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de exterminio de la historia mundial, donde fueron asesinados más de un millón de judíos, en el 41 reunía mayoritariamente presos políticos polacos. Andrzejewski conocía bien la historia. Nacido en Varsovia en 1909, siendo un joven estudiante de medicina fue miembro de la Resistencia. El futuro autor de Cenizas y diamantes y Las puertas del paraíso, logra en este texto una de las más aterradoras revisiones del nazismo.

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