Juan Antonio Canel Cabrera
Escritor
«Deberías publicar tus poemas, deberías publicar tus poemas, deberías publicar tus poemas». Eso le dije a BrendaCarol Morales durante algunos años, hasta que un poco molesta me dijo un día: «No insistás, por favor; no me presionés». Entonces, como chucho apaleado y con la cola entre las patas, dejé de insistir. Arrinconado en mi mente, lamiendo el hueso descarnado de la resignación, pensé: «si no quiere, no quiere; iqué chingados!» Con sinceridad pensé que no lo iba a hacer; que sería una escritora sin libros.
Pero se me volteó la tortilla. Cuando dejé de insistir, pasado el tiempo, me dijo: «Voy a publicar el libro Vagabunda de la noche». En el estadio de mis pensamientos solo logré escuchar: «¡Goooooool, gol, gol, goooool!…» Enseguida, dando tiempo a que en la cancha cesaran los gritos, añadió: «quisiera que le hicieras una presentación». En principio me pareció una sacada de tarjeta roja. Sosegado el asombro y algo apendejado le respondí: «ehh, puesss sí; está bien…». De esas resultas mi nombre aparece en estas breves líneas como presentador.
Siempre me ha pasado que cuando veo algo que me gusta, me detengo para esculcar con detenimiento la razón del atractivo. Qué se esconde detrás o adentro de eso que causa mi admiración. Una minifalda, por ejemplo, esa pieza tan sencilla y económica en cuanto a la cantidad de material que se necesita para hacerla: cuando las usan las mujeres, a los hombres nos alebrestan las hormonas; las ponen como poporopos en la poporopera. Pero si la quitamos del cuerpo de mujer y la dejamos doblada en un estante del ropero ¡pardiez!, no nos dice nada. Y cavilo sobre por qué es incapaz de decirnos algo. Es solo un pinche pedazo de tela cosida y doblada. Y así, no solo con las minifaldas sino con cuanta cosa me causa admiración; a veces me paso un tiempo inmedible jugando al gato y al ratón con las ideas que se derivan de ese asombro.
Con los poemas de BrendaCarol me pasó eso desde el principio. Desde que me mostró alguno de sus poemas primarios; de esos surgidos de la espontaneidad que propicia la necesidad de expresarse, de los que estaban martillados por el dolor, el desencanto amoroso, la desesperanza, me dije: «¡Puchis! ¡Estos poemas están re chingones!» Intuí en ella esa fuerza volcánica tan necesaria para conmover a sus lectores.
Fueron esas las primeras veces que le sugerí que debía publicar algunos de ellos. Luego, dejamos de vernos durante años. En ese ínterin vi que en dos antologías le publicaron, en una un poema y en otra, un cuento. Eso me alegró mucho porque lo que leí me mostraba una factura diferente a lo primario que había leído de ella.
Cuando vi sus trabajos publicados, mi alter ego que es de lo más chingón, impertinente y siempre anda cucando la conversación, me preguntó:
— ¿No que no publicaría, pues?
— ¡Sho! —le respondí.
Fue entonces cuando tuve la convicción que BrendaCarol se había convertido en escritora.
Advertí, en ese momento, que todo ese material primario que vi hacía mucho tiempo maduró; no solo por la forma como estaban escritos sus trabajos sino por la hondura; por ese duende literario de la intuición poética que se volvió su inquilino permanente. La volví a ver, pasados los años. ¿Saben cómo la encontré? Convertida en profesional. ¿Profesional de qué? De la literatura. Profesora de literatura. Me alegré tanto por ella, en aquellos lejanos años, que no me resistí a preguntarle si seguía escribiendo. En esa oportunidad me mostró algunos cuentos y muchos poemas que me hicieron ver, con regocijo, la manera como ella se mostraba tan dueña de los recursos literarios y cómo habían contribuido a acentuar su fuerza poética; su personalidad poética.
—Te lo dije —masculló mi otro yo.
A partir de ese momento fue cuando comencé a insistirle en que publicara con la consecuente mandada a la chingada que ya les conté. Por eso, ver ahora los poemas contenidos en su libro Vagabunda de la noche, me esponja de regocijo. Como dicen los muchachos: «me hacen sentir chichudo». Es una especie de dulce venganza por haberme mandado al carajo cuando le insistí en que escribiera. Y me digo con satisfacción interior: «Valió la pena esperar».
Los poemas de BrendaCarol que están contenidos en este libro no están escritos para leerlos en reuniones sociales ni en actividades literarias. NO. Muchos de ellos son para disfrutarlos a escondidas, alumbrados únicamente por la lamparita del teléfono. Son poemas, en pocas palabras, para la intimidad. Para la soledad evocadora del placer, no solo sexual sino del que provoca el alejamiento de los tiempos tristes, la bienvenida de la esperanza y el gusto por recordar la llegada de la adrenalina para hacer, en su momento, el reclamo airado y sincero. Cada poema es una festividad porque las ideas íntimas que allí se manifiestan están acompañadas por el ritmo perfecto, por la música interior que hace mover al espíritu en sintonía con el cuerpo. Una a una, las palabras y frases, tienen el don de tocar la fibra adecuada que convierten al poema en energía interior. Claro, al lector o lectora los provee de placer; de un goce íntimo que uno quisiera que se quedase enquistado en nuestro ser; se nos repitiera a cada momento en el deleite de la evocación. El orgasmo de la nostalgia. No voy a hacer lo que hacen muchos presentadores de citar un montón de retazos de sus poemas para estructurar el texto. No. Lo adecuado en este momento es urgirlos a que le den vuelta a la página y se dispongan al placer. Cada poema los sacudirá, en cada uno encontrarán provocación, profundidad poética y ganas de repetirle a BrendaCarol: «¡deberías publicar otro libro, deberías publicar otro libro, deberías publicar otro libro!» Qué chingados que los mande a la chingada para que, a la vuelta de algunos meses, nos encontremos con otro libro suyo; que su lectura nos haga llamar a los bomberos de la poesía para que apaguen ese fuego de la pasión que ella habrá despertado en nosotros. Y, bueno, que el placer nos acompañe. Amén.