Camillo Sbarbaro. Santa Margherita Ligure (Génova), Italia, 1888 – Savona (Génova), 1967. Poeta, ensayista y traductor. Entre sus muchos libros publicados, cabe destacar Resine (1911), Pianissimo (1914) y Truccioli (1920). Vertió al italiano a autores como Stendhal, Huysmans, Flaubert, Supervielle y Balzac, entre otros. |
Calla, alma mía. Son los tristes
días en los que sin voluntad se vive,
los días de espera desesperada.
Como el árbol desnudo en el invierno
que se entristece en el desierto patio,
yo no creo que pueda dar más hojas
y dudo de haberlas dado nunca.
Caminando tan solo por la calle
entre la gente que me empuja y no me ve
me parece estar de mí mismo ausente.
Y me sumo a la gente amontonada,
frente a las vitrinas deslumbrado,
y me vuelvo al susurrar de cada falda.
Por la voz de un juglar ciego,
por el imprevisto rayo de una nuca,
me gotean de los ojos tontas lágrimas,
se me enciende en los ojos la avidez.
Porque mi vida entera está en mis ojos:
cada cosa que pasa la conmueve,
como un débil viento al agua muerta.
Soy como un espejo resignado
que refleja cada cosa por la calle.
En mí mismo no miro, porque nada
encontraré…
Y, llegada la noche, en mi cama
me tiendo entero como en una tumba.
La niña que camina bajo los árboles
La niña que camina bajo los árboles
no tiene más que el peso de su trenza,
un hilo de canto en la garganta.
Canta sola
y salta por la calle: porque no sabe
que nunca tendrá un bien más grande
que ese poco de oro vivo sobre los hombros,
que esa alegría en la garganta. A nosotros, que no tenemos
otra felicidad que las palabras,
y no el encendido lazo ni la mucha
esperanza que agranda aquella el corazón,
si no es demasiado pedir, que se nos quite
antes la vida que ese único bien.
Ahora que has venido
Ahora que has venido,
que con paso de danza has entrado
en mi vida
como una ráfaga en una estancia cerrada —
para celebrarte, bien tan esperado,
las palabras me faltan y la voz
y callarme junto a ti ya me basta.
El gorjeo que ensordece el bosque
al nacer el alba, enmudece
cuando sobre el horizonte salta el sol.
Pero a ti mi inquietud buscaba
cuando, de muchacho,
en la noche de verano me asomaba
a la ventana como sofocado:
porque no sabía, me palpitaba el corazón.
Y todas tuyas son las palabras
que, como el agua que rebosa en el borde,
a la boca venían, solas,
las horas desiertas, cuando se adelantaban
puerilmente mis labios de hombre
por sí mismos, por deseo de besar…