Los dos modos de acercarse al ser 

 

Platón (428-347 a. Je.) es uno de los más grandes filósofos de la antigüedad. Fue discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, aunque con este último tuvo unas relaciones más bien tensas, dada la orientación realista y naturalista del discípulo. Como el mismo Platón confiesa en su famosa Carta VII, el motivo de su filosofar fue principalmente político: el motivo último de su reflexión era la orientación de la vida pública en la polis de su tiempo. Con este fin escribió La República, el más famoso de sus diálogos: se trata de la descripción de un Estado ideal, regido inteligentemente por filósofos, en el cual reinaría la mayor armonía entre las distintas clases de ciudadanos, en parte gracias a la desaparición de la propiedad privada. Para Platón las ideas son la verdadera realidad, el modelo del cual copian su realidad las cosas sensibles. Por eso, la mayor perfección consiste en el mayor acercamiento a esas ideas inmutables, como son la idea de Bien, de Ser, de justicia, etc. La tarea del sabio es conducir a los demás hacia esa verdadera realidad del mundo de las ideas, despreciando el mundo material y sensible. Por esto, Platón es uno de los primeros idealistas en sentido estricto aunque, como hemos dicho, su teoría del conocimiento fuera enormemente «realista»: al hombre le es posible, mediante el esfuerzo filosófico, el descubrimiento y contemplación de las ideas o formas eternas. En el siguiente diálogo —escrito en su senectud— expone Platón cuáles son los dos modos fundamentales de tratar el problema del ser. (*)

* González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.

 

Teeteto. — Vamos, pues, a esos filósofos.

Eleata. —Por cierto, dan la impresión de que se libra entre ellos una especie de combate de gigantes, a juzgar por el ardor que ponen en su disputa sobre el ser.

  1. — ¿Cómo?
  2. — Unos tratan de hacer descender a la tierra cuanto hay en el cielo y en las regiones de lo invisible, estrechando groseramente entre sus manos piedras y árboles. Apegados a esos objetos que tocan, se mantienen firmes en su afirmación de que es ser sólo lo que ofrece alguna resistencia y contacto; definen al cuerpo y al ser como idénticos y, si algún otro dice que existen seres que no tienen cuerpo, muestran un profundo desprecio hacia él y se niegan a oírle.
  3. — Terribles hombres son ésos de que hablas; yo me he encontrado con un buen número de ellos.

E.—Por eso precisamente sus adversarios se mantienen en guardia defendiéndose desde una posición superior, en una región invisible, sosteniendo con ardor que ciertas formas o ideas inteligibles e incorporables son el verdadero ser. En cuanto a los cuerpos que ponen los otros y lo que aquéllos llaman verdad, los reducen a polvo con sus argumentos, y en vez del ser, no reconocen en ellos más que un inestable devenir. En tomo a estas cuestiones, Teeteto, se libra por ambas partes, desde siempre, una batalla encarnizada.

(Tomado del Sofista.)

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