Juan Blanco

Doctor en Filosofía por la Höchschule für Philosophie, München, Alemania.

Las navidades son las fiestas de la memoria de la secularización de dios. El nacimiento del pobre de Belén es la epifanía del amor a lo finito, a lo frágil y perecedero. ¿No es la kénosis del creador (Filipenses 2, 7) un atentado onto-terrorista contra la infinitud y la omnipotencia de las religiones fundamentalistas que nada saben, ni quieren saber, del anárquico amor entre dios y la humanidad? En la natividad se encarna la vocación humano-divina a la proximidad. En esta relación proxémica, la divinidad es seducida por la humanidad a tal grado que termina acampando entre nosotros (Jn 1, 14). Por eso, el cobijo inmunitario ofrecido por una religión de tonos kenóticos no descansa ya sobre la megalómana ilusión de estar contenido en el interior de una esfera omniabarcante y eterna. No. La inmunidad salvífico-navideña tiene que ver más bien con la producción de vecindad solidaria y generosa, con el cuidado de la vida finita, con el mecenazgo político que instaura y robustece instituciones capaces de resguardar la vida común. Ser cristiano navideño implica romper con las relaciones interpersonales jerárquicas y ejercitar el escepticismo contra las instituciones que viven de las rentas del anuncio de un dios desencarnado, indolente y dueño de todo.

Con la kénosis, el imaginario cristiano inauguró la posibilidad de una estética existencial de rasgos isocráticos. Una existencia anarco-agapita, si se quiere. Por lo anterior, no parece tan exagerado afirmar que el cristianismo mainstream guatemalteco es uno anti-kenótico, anti-navideño. ¿Pero por qué? La principal razón no yace en la fascinación que ejerce la moralina paulina, y menos aún en el uso estratégico del avejentado dios de la ley sin amor. La explicación quizá sea un tanto más comarcal e histórica. El cristianismo importado a Mesoamérica con la sunámica ola de invasiones del siglo XVI traía consigo los cimientos de una estética finquera. En El requerimiento –ese breviario onto-teológico escrito en 1519 para justificar (a)moralmente la violencia de los invasores contra los no-conversos–, el núcleo del evangelio colonial-imperial no contemplaba otra alternativa salvífica que la conversión de cada uno de los derrotados en ancilla Domini.

Ser cristiano se convirtió así en sinónimo de sumisión a la voluntad de poder de los vicarios del Pantocrator, en la obscena obligación de dar testimonio de la participación en relaciones jerárquicas, patriarcales y monoteístas. Desde hace más de quinientos años, ser cristiano mainstream es una paráfrasis del combate a los heresiarcas que anuncian formas de vida más livianas y trans-finqueras. Hoy día, estos cristianos anti-kenóticos aparecen en la televisión proliferando bendiciones de un dios sádico y corrupto, o se lamentan por las tragedias de compatriotas que mueren en el intento de fuga de la infernal finca que han coadyuvado a instaurar. En ocasiones menos comunes, reconocen públicamente sus impúdicos actos de corrupción a la vez que, iracundos y resentidos, maquinan el destierro de quienes osan desenmascararlos. No sorprende tampoco que las instituciones que hoy pactan con los indolentes acólitos del poder, coloquen mañana en los altares de la liturgia de la dignidad humana a correligionarios perseguidos a causa del intento de reducir los efectos del averno finquero.

La natividad cristiana es el recuerdo de un ateísmo anárquico que se alimenta de la secularización de la divinidad. Este cristianismo kenótico llegó también en los barcos del colonizador. Viajó como polizón en las biblias de la cristiandad. Se anidó en el regazo de endebles comunidades sospechosas de sedición. Sobrevivió a la persecución castrense y encendió las hogueras anímicas de comunidades escondidas en la montaña. Esta encarnación anarco-amorosa sigue aconteciendo. Eclosiona en la vida de quienes recogen del asfalto extranjero los cuerpos de los migrantes anónimos, en la comunidad heroica que resiste los estados de excepción del poder finquero; en el veredicto de jueces que protegen los bienes comunes, en quienes defienden los ríos y las montañas, en los promotores de los derechos humanos; en los Rutilio Grande de una iglesia que no se limita a dar condolencias frías en papeles muertos, en los Cosme Spessotto de la paz y el bien. Y en la decembrina atmósfera festiva del ágape familiar.

¡Feliz navidad! ¡Que el anarco-amor del mocoso de Belén desacomode nuestras existencias finquerófilas y nos permita engendrar una hiper-comunidad de la que nadie quiera nunca fugarse!

PRESENTACIÓN

La Navidad es una de las grandes celebraciones del ciclo litúrgico cristiano, constituye la alegría expresada en los ritos por el nacimiento de Cristo.  Son días, sin embargo, cuyo significado marcado por el consumismo, se ha reducido al descanso, las compras y el bullicio superficial de jornadas estresantes.

Hacer una crítica a la sociedad contemporánea pasa por tomar distancia del relato impuesto por el capitalismo.  Quiero decir, señalar sus desviaciones, pero sobre todo, su voluntad de muerte, la vocación por lo trivial y su obsesión por las ganancias.  Se trata de dinamitar las bases ónticas que convierte la realidad en mercado y mercancías a costa del valor supremo de lo humano.

Con ese interés, proponemos el texto de Juan Blanco, “La navidad trans-finquera”, en la que elabora, a partir del significado kenótico de Cristo, una crítica al discurso de los detentores del poder en nuestro continente y en particular en Guatemala.  Se trata del intento de recuperación de lo que llama el “anarco-amor”, encarnado en los profetas, Rutilio Grande y Cosme Spessotto, entre otros.

La maldad de esa realidad injusta tiene sus bases históricas en un acomodamiento de la doctrina cristiana que nuestro intelectual explica con las siguientes palabras:

“El cristianismo importado a Mesoamérica con la sunámica ola de invasiones del siglo XVI traía consigo los cimientos de una estética finquera. En El requerimiento –ese breviario onto-teológico escrito en 1519 para justificar (a)moralmente la violencia de los invasores contra los no-conversos–, el núcleo del evangelio colonial-imperial no contemplaba otra alternativa salvífica que la conversión de cada uno de los derrotados en ancilla Domini”.

Deseamos que tenga un feliz descanso y disfrute la compañía de los que ama.  Que ese Dios hecho hombre sea motivo de esperanza en una realidad que clama su venida.  Hasta la próxima.

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