Pere Gimferrer (Barcelona, 22 de junio de 1945). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Escribe en español, catalán e italiano.  Es miembro de la Real Academia Española desde 1985 y Premio Nacional de las Letras Españolas en 1998. Sobre el poeta, Antonio Lucas nos dice: Gimferrer cree más en la verdad contagiosa de la emoción. En la impresión que algo deja y cómo ésta sedimenta, dando lugar a emociones nuevas. O renovadas. Aunque nada resulta accidental o improvisado en su escritura, sino que todo responde a un proyecto literario muy bien articulado desde el origen. Aunque si le preguntas, lo niega.

Cuchillos en abril

Odio a los adolescentes.
Es fácil tenerles piedad.
Hay un clavel que se hiela en sus dientes
y cómo nos miran llorar.

Pero yo voy mucho más lejos.
En su mirada un jardín distingo.
La luz escupe en los azulejos
el arpa rota del instinto.

Violentamente me acorrala
esta pasión de soledad
que los cuerpos jóvenes tala
y quema luego en un solo haz.

¿Habré de ser, pues, como estos?
(La vida se detiene aquí.)
Llamea un sauce en el silencio.
Valía la pena ser feliz.

Primera visión de marzo (IV)

Ordenar estos datos es tal vez poesía.
El cristal delimita, entre lluvia y visillos,
la inmóvil fosforescencia del jardín.
Un aro puede arder entre la nieve bárbara.
Ved al aparecido y su jersey azul
Así puedo deciros
esto o aquello, aproximarme apenas
a la verdad inaprensible, como
buscando el equilibrio de una nota indecisa
que aún no es y ya pasó, qué pura.
Violines o atmósferas. Color muralla, el aire
proyectando más aire se hace tiempo y espacio. Así nosotros
movemos nuestras lanzas ante el brumoso mar
y son ciertas las luces, el sordo roce de espuelas y correaje,
los ojos del alazán y tal vez algo más, como en un buen cuadro.

Primera visión de marzo (III)

¡Con qué tenacidad
insiste la columna!
Serpiente o mármol o marfil
en el silencio ovalado de la plaza
impone su ascensión: oro o musgo que crece,
sal y rumor de luces submarinas.
Medallones del sol, a plomo sobre el aire,
se fijan en el muro y su estertor calcáreo:
arden, mueren, desmienten
una verticalidad hecha de sombra.
Veo
con otros ojos, no los míos, esta plaza
soñada en otros tiempos, hoy vivida,
con un susurro de algas al oído
viniendo de muy lejos.
Atención:
bajo el viento de marzo la plaza en trance vibra
como un tambor de piedra.
Mar o libro de horas,
se trata de ordenar estos datos dispersos.

Primera visión de marzo (II)

La tarde me asaltaba como una primavera
en Arezzo, y yo cedía al repertorio
de emociones y usos de poeta: deidades
se materializaban a mi voz, faunos ígneos
amenazaban cada gruta, sombras
de mí mismo me esperaban bajo el tapial de álamos.
(Todavía no he hablado, ni lo haré,
de otros prodigios, alcotán o ninfa Egeria,
clase de francés a mis doce años o recuerdos de una guerra no vivida,
primeras horas con Montaigne o inútiles lecciones de solfeo,
minotauro de Picasso y poesía entre mis apuntes, toda una memoria abolida
por el silencio encapuchado de esta tarde.)
Penitente el jardín, las hojas ciegas
amarilleaban obstinadamente. Sin duda vine a esto,
y no llamado por un rito o mística
revelación; sabiendo, y aceptando,
que nada iba a hallar sino en mí mismo. Así el jardín es otra
imagen o rodeo, como al final de un súbito pasillo
la luz se abre y el balcón llamea,
ignorado hasta entonces; o más bien
la pausa entre relámpago y relámpago,
cuando en la oscuridad todo es espera
y de pronto llegó (¿pero era esto?). Luces
inquietan el jardín, como el balneario
– un quinteto en la pérgola, té, gravilla – donde aún es posible
reconocerse, aquél, bajo los sauces tártaros,
y estar allí sin que nadie lo sepa,
como uno que viajó consigo mismo en el avión, entre brumas neerlandesas,
y aún hoy lo ignora.
Fácil, fácil conquista, marzo y árboles rojos.
Surtidor el unánime, tened piedad de mí.

Primera visión de marzo (I)

¡Transmutación! El mar, como un jilguero,
vivió en las enramadas. Sangre, dime,
repetida en los pulsos,
que es verdad el color de la magnolia, el grito
del ánade a lo lejos, la espada en mi cintura
como estatua o dios muerto, bailarín de teatro.
¿No me mentís? Sabría
apenas alzar lámparas, biombos,
horcas de nieve o llama en esta vida
tan ajena y tan mía, así interpuesta
como en engaño o arte, mas por quién
o por qué misericordia?
Yo fui el que estuvo en este otro jardín
ya no cierto, y el mar hecho ceniza
fingió en mis ojos su estremecimiento
y su vibrar de aletas, súbitamente extáticas
cuando el viento cambió y otras voces venían
– ¿desde aquella terraza? – en vez de las antiguas,
color de helecho y púrpura, armadura en el agua.
Tanto poema escrito en unos meses,
tanta historia sin nombre ni color ni sonido,
tanta mano olvidada como musgo en la arena,
tantos días de invierno que perdí y reconquisto
sobre este mismo círculo y este papel morado.
No hay pantalla o visera, no hay trasluz
ni éstas son sombras de linterna mágica:
cal surca el rostro del guerrero, roen
urracas o armadillos el encaje de los claustros.
Yo estuve una mañana, casi hurtada
al presuroso viaje: tamizaban la luz
sus calados de piedra, y las estatuas
– soñadas desde niño – imponían su fulgor inanimado
como limón o esfera al visitante.
Visión, sueño yo mismo,
contemplaba la estatua en un silencio
hecho sólo de memoria, cristal o piedra tallada
pero frío en las yemas, ascendiendo
como un lento amarillo sobre el aire en tensión.
Hacia otro, hacia otra
vida, desde mi vida, en el común
artificio o rutina con que se hace un poema,
un largo poema y su gruesa artillería,
sin misterio, ni apenas
este sordo conjuro que organiza palabras o fluctúa
de una a otra, vivo en su contradicción.
Interminablemente, mar,
supe de ti: gaviotas a lo lejos
se volvían espuma, y ella misma
era una larga línea donde alcanzan los ojos: unidad. Y en el agua
van y vienen tritones y quimeras, pero es más fácil
decir que vivo en ella y que mi historia
se relata en su pálido lenguaje.
Pentagrama marino, arquitectónico,
qué lejano a este instante muerto bajo la mesa,
al sol en la pecera y el ámbar en los labios,
a la lengua de cáñamo que de pronto ayer tuve.
Interiormente llamo o ilumino
esferas del pasado y me sé tan distinto
como se puede ser siendo uno mismo y pienso
en el mejor final para este raro poema
empezado al azar una tarde de marzo.

Selección de textos por Gustavo Sánchez Zepeda.

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