Jairo Alarcón Rodas
Filósofo y catedrático universitario

 Me llamaba la atención no ver los ojos en los rostros, sino solamente un resplandor sin brillo en medio de un nido de arrugas.
Albert Camus, El extranjero.

Al encuentro con la ausencia, la existencia se desconcierta, se entristece, se ensombrece, llora. Habituado a la presencia del ser que se estima, del que se quiere, del que se ama; a la compañía de lo que se siente que es parte de uno sin serlo, los ojos vacíos se sumergen en la nostalgia del ser y lloran entristecidos, visibles e imperceptibles lágrimas de dolor, pena y soledad perpetua, al enfrentarse al retiro total, a la separación, a la nada.

El abismo de la muerte se nutre con la vida, se alimenta de ella, la devora. Sin embargo, acostumbrados a creer en la prevalencia de la vida, ilusos, engañados, los humanos se turban al saber que la muerte se impone, a veces imperceptible otras estruendosamente, sentenciando quién es la que gobierna. Y así, como dice la poeta, las cosas que mueren jamás resucitan, las cosas que mueren no tornan jamás, la ausencia se queda para siempre.

Será que la vida traiciona o bien es la muerte la que repentinamente da zarpazos letales, pues ese es su destino, terminar con la vida para que se reinicie la vida. Sin embargo, pese a tal sombrío futuro, hay vida. ¿Qué sucedería si no se sobrepusiera la existencia a la nada? Por qué, como dijo el filósofo de Leipzig, hay algo más bien que nada. Y si eso no sucediera, ¿qué sería…?

En el antes y el después de la conciencia del todo, ¿cómo realmente sería?, ¿cómo será? Rastrear el pasado con elementos del presente, dibujar lo acontecido, describir paso a paso lo ocurrido será suficiente para dar respuesta a las interrogantes que ello conlleva. ¿Cómo sería el mundo sin conciencia? ¿Qué razón de ser tendría?

Quizás sea ese el motivo por el que el universo en su impulso vital forjó una conciencia para que hable en su nombre de lo que es, que diga lo que fue, que especule sobre lo que será y dentro de ese eslabonamiento de tiempos y de hechos, la voz y el silencio, el ser y la nada, la vida y la muerte se comparten su presencia y discuten sobre el desenlace fatal, aunque saben quién será ganador de tal disputa.

La conciencia universal es razón suficiente del porqué hay vida y dentro de esta la existencia de cada uno de los seres de este planeta. Hablar con simpleza sobre las cosas, describir las grandezas del cosmos, asombrase, gozar, deleitarse de la naturaleza, reír, llorar, angustiarse por los hechos y posibilidades que brinda la existencia es lo que destaca el valor de la vida sobre la muerte. Pero, al iniciar ese recorrido vital es también acercarse a su final ya que el futuro trae la muerte.

La vida es así compleja, para los ojos de una mente inquieta que se pregunta ¿qué razón tiene el ser si es disuelto por la nada?, ¿qué hay de la vida si es velada por la muerte? Para aquellos que sin reflexión no alcanzan a comprender más que en mitos, religiones, dogmas y creencias, la necesidad de la muerte se entiende para el triunfo de la vida, ya que vivir en este mundo resulta ser un castigo. Así, inseparables, ya que no es posible pensar en la una sin la otra: en el ser y la nada, en la vida y la muerte, se abrazan eternamente, enamoradas y a la vez celosas la una de la otra.

En cambio, para los que viven su existencia dentro de prosaicos momentos, el paso del ser al no ser resulta simplemente una conexión fútil de medios y fines. Así, aunque la conciencia humana rehúse aceptarlo, el reloj de la existencia, su duración es implacable, tiene incertidumbre de la vida, pero certeza fatal de la muerte.

Duele la ausencia, duele saber que ya no será posible compartir presencias, no habrá empatía, diferencias, reconciliación, incluso discordia. Las palabras, las risas, los quejidos, que alguna vez fueron eco de lo que fue, se apagan en el silencio absoluto de la nada, dejando recuerdos que se pierden con el paso del tiempo y rastro de tristezas y añoranzas. Puede ser alguna especie de egoísmo, el apegarse a un sentimiento, así son algunos humanos que les cuesta comprender tal rompimiento.

La última imagen que los ojos ven de aquellos que se van se queda para siempre, aunque decir eso sea un leve parpadeo entre lo que es y lo que ya no será en la inmensidad abrumadora del todo. La soledad, esa que surge al quedarse solo, al ya no estar acompañado, al disolverse para siempre, lacera la existencia de los que se quedan, duele al igual que aquella que se siente cuando se está acompañado sin estarlo. Razón tenía Eric Hoffer cuando dijo, es la soledad la que hace el ruido más fuerte.

Así como la conciencia habla sobre el todo, el existente lo hace por el ausente. Este, al quedarse mudo, no puede contar sobre lo que fue, sobre la extrañeza total de su partida y el miedo que quizás experimentó al terminar sucumbido por la nada y la angustia, tristeza y dolor que dejó tras su partida. Hablo de tu helada piel, de tus labios púrpura, de ese instante entre el ser y no ser que violenta la vida, que la arrebata para siempre. Hasta cuando duraran los recuerdos, tus recuerdos que disipe un poco la ausencia, tu ausencia…

Unos se van tristes, con dolor y sufrimiento, otros con resignación, incluso con una sonrisa; algunos se ausentan sin darse cuenta, pero todos dejan el recuerdo en aquellos que aguardan también el momento de su partida, no obstante, de frente con el ausente el dolor aparece.

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