La dialéctica hombre-sociedad
Presentamos a continuación varios textos de Karl Marx y de Friedrich Engels que pueden ayudar a desmentir algunas concepciones vulgares y dogmáticas sobre los mismos. La visión de Marx sobre el papel del hombre en la sociedad es netamente dialéctica. Ello significa negar, contra los idealistas como Hegel y también contra muchos materialistas mecanicistas de su tiempo, que el hombre, lejos de ser un mero producto de la sociedad, de las circunstancias, de la educación, es también quien construye y modela el mundo en que vive. Esto implica la afirmación de la actividad creadora del hombre en la historia y
también la negación de todo determinismo: lo que acontece en la historia humana no está determinado por misteriosas leyes universales que todos los individuos y pueblos tienen que obedecer. En este sentido, es menester consiguientemente relativizar la importancia de la producción y de la economía: la praxis humana en el campo sociopolítico e ideológico puede influir retroactivamente sobre las actividades productivas, introduciendo cambios significativos en las mismas. La sociedad y la historia son, por tanto, procesos abiertos, libres de un destino ciego. Los primeros textos son de Marx; el último es de Engels. (*)
* González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.
Cuando se ha visto en el hombre la esencia, la base de toda la actividad humana y de toda relación humana, sólo la «escuela crítica» puede inventar nuevas categorías y transformar al hombre en una categoría, en el principio de una serie de categorías. (…). La historia no hace nada: no «posee inmensa riquezas,» no «libra combates.» Son los hombres reales y vivos los que hacen, poseen y luchan. La «historia» no utiliza a los hombres como medios para conseguir —como si fuese una persona individual— sus propios fines. La historia no es nada más que la actividad de los hombres para la consecución de sus objetivos.
(Tomado de La Sagrada Familia, 1844.)
La doctrina materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación distinta, olvida que las circunstancias se hacen cambiar precisamente por los hombres y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues,
forzosamente a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de
la sociedad. (…).
La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.
(Tesis III sobre Feuerbach, 1845.)
Pero mi crítico no se conforma con eso; le agradaba transformar mi resumen histórico de la aparición del capitalismo en Europa occidental en teoría filosófico-histórica general con pretensión de prescribir un camino de desarrollo inmutable para todos los pueblos, sin consideración de las condiciones particulares de su realidad histórica a través de la cual llegaron finalmente a un orden económico que asegura el mayor desarrollo de la fuerza productiva de la sociedad y el desarrollo universal del individuo.
Pido perdón: tal explicación sería demasiado enaltecedora y, simultáneamente demasiado vergonzosa para mí. (…).
Así vemos llegar a resultados fundamentalmente diferentes apariencias sorprendentemente análogas bajo condiciones históricas diferentes. Examinando individualmente cada una de esas evoluciones y comparándolas podemos solucionar fácilmente el enigma. Pero nunca podremos encontrar esta solución por medio de una clave que valga para todo, algo en la forma de una teoría filosófico-histórica general, cuyo mayor mérito residiría en que sería, digamos, supra-histórica.
(De una carta de Marx del año 1877.)
Pues la totalidad de estas relaciones, según las cuales se vinculan los realizadores de la producción entre sí y con la naturaleza, y en las cuales ellos producen, este todo es justamente la sociedad, considerada según su estructura económica. El proceso capitalista de producción, al igual que cuantos le precedieron, se desarrolla bajo determinadas condiciones materiales, que son al mismo tiempo exponentes de determinadas relaciones sociales que los individuos contraen en el proceso de la reproducción de su vida. Lo mismo aquellas condiciones que estas relaciones son, de una parte, premisas y de otra parte resultados y creaciones del proceso capitalista de producción; son producidas y reproducidas por él. (…).
La riqueza real de la sociedad y la posibilidad de ampliar constantemente su proceso de reproducción no depende de la duración del trabajo sobrante, sino de su productividad y de las condiciones más o menos abundantes de producción en que se realice. En efecto, el reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda pues, conforme a la naturaleza de la cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción material. Así como el salvaje tiene que luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para encontrar el sustento de su vida y reproducirla, el hombre civilizado tiene que hacer lo mismo, bajo todas las formas sociales y
bajo todos los posibles sistemas de producción. A medida que se desarrolla, desarrollándose
con él sus necesidades, se extiende este reino de la necesidad natural, pero al mismo tiempo
se extienden las fuerzas productivas que satisfacen aquellas necesidades. La liberación, en este ámbito, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores organizados,
regulen racionalmente este su intercambio material con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo
con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo, siempre seguiría siendo éste un reino de la necesidad. Al otro lado de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se consideran como fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad.
(Tomado del volumen III de El Capital, 1894, póstumo.)
Por lo demás, falta solamente un punto que ni Marx ni yo hemos realzado (subrayado)
suficientemente, por lo que estamos igualmente culpados. Todos hemos puesto en primer lugar el acento principal sobre la divergencia de las representaciones políticas, jurídicas y otras ideologías y las acciones motivadas por ellas, de la realidad fundamental económica; y
así tuvimos que hacerlo. Por lo tanto, hemos dejado la forma por el fondo: el modo y la forma en que esas representaciones se elaboraron. Esto dio a los adversarios un margen favorable a las equivocaciones. (…). Es la vieja historia: al principio siempre es la forma que se descuida por el contenido. Como le he dicho, lo padecí también yo, y el error me apareció sólo post festum. Por lo tanto, no pienso hacerle ningún reproche; además, culpable yo desde hace más tiempo, no tengo ese derecho: al contrario. Pero quisiera llamar su atención sobre este punto para el futuro. En eso reside también la representación absurda de los ideólogos: porque negamos a las diversas esferas ideológicas que intervienen en la historia una evolución histórica independiente, dicen que les negamos toda eficacia histórica. A la base hay una idea no dialéctica de causa y efecto como polos opuestos, la completa omisión de los efectos recíprocos; los señores olvidan muy a menudo y casi con desprecio que un momento histórico, una vez puesto en el mundo por otros hechos finalmente económicos, reacciona también sobre su contexto y puede incluso provocar sus propias causas.
(Carta de Engels a Mehring, 1893.)