Víctor Muñoz
Escritor. Premio Nacional de Literatura

Gedeón vino a buscarme.  De inmediato me dio la noticia de que había conseguido un trabajo; que su mamá le había hablado a Méndez, amigo mutuo, que tiene un taller de mecánica de carros por allá por El Guarda, que estaba muy contento porque deseaba aprender el oficio de arreglar carros y que su mamá también estaba muy contenta.  Por alguna causa que no logro recordar, esa vez conversamos muy poco, nos despedimos y la vida siguió su camino, y no nos volvimos a ver sino al cabo de unos dos o tres meses. Vino a buscarme porque necesitaba un consejo.  Antes de que yo pudiera aconsejarlo de cualquier forma tuve que preguntarle a qué se debía que viniera con un ojo vendado, con una mano llena de vendajes y cojo.

-Pues verás –me dijo, mientras se acomodaba debido a sus evidentes lesiones-, tal como te conté la vez pasada, resulta que decidí dedicarme a aprender el oficio de mecánico de carros porque creí que se trataba de un buen trabajo en el que uno podía hacer muchas cosas y hasta poner un negocio propio.  ¿Te acordás que te conté que mi mamá le fue a hablar a Méndez?

-Sí –le dije-, recuerdo que me contaste eso.

-Pues bien, a vos, que sos buena onda te lo cuento, que aquél, como cuate es una cosa, pero ya como jefe, dueño de su negocio, es otra.  De entrada me dijo que tenía que presentarme todos los días a las ocho de la mañana en punto, y que si llegaba un minuto más tarde ya no me dejaría entrar.

-Bueno –le dije yo-, tenés que recordar que él tiene varios trabajadores y lo primero en un negocio son los buenos ejemplos y la disciplina.  Imaginate nada más, que vos comenzás a llegar tarde y no te dice nada, los demás se van a dar cuenta y ahí comienza el desorden.

-Si vos –me ripostó-, pero yo no tengo la costumbre de levantarme temprano; y es más, si me levanto temprano como que me enfermo.

-Pues vas a tener que acostumbrarte porque eso de meterse uno a trabajar es cosa de responsabilidad.  ¿Y a qué hora te levantás vos, pues? –le pregunté.

-Por ahí por las siete y media de la mañana o las ocho, y por eso, y para que estableciéramos la forma en la que íbamos a trabajar, le dije que me permitiera entrar a las nueve, pero me dijo que no.

-¿Y por qué te levantás tan tarde?

-Porque me acuesto un poco tarde.  Es que siempre dan unas series bien interesantes en la tele y no me las quiero perder.  Son bien emocionantes, vieras.  Lo malo es que pasan muchos anuncios y se van terminando por ahí por las once y media de la noche, entonces, en lo que ceno algo, me lavo los dientes y preparo mis cosas me dan las dos de la mañana.

Como de sobra sabido lo tengo, que con este Gedeón no se puede, le dije que estando así las cosas tenía razón, y que lo mejor que podía hacer era explicarle a Méndez el problema y de esa manera pudieran encontrarle alguna solución al asunto.

-¿Verdad que sí, vos?

-Claro –le dije-, platicá con aquél, explicale cuál es tu problema y yo creo que aquél va a comprender la cosa.

-Gracias, vos –me dijo.

-Pero mirá –le pregunté-, ¿a qué se debe que venís con un ojo parchado, y todo vendado y cojo?

-Pues cosas del oficio.  Me puse a ayudar a uno de los mecánicos que estaba esmerilando un hierro y una chispa se me metió en el ojo.  Me tuvieron que llevar al hospital.  Al día siguiente me puse a sostener una plancha de lámina pero se me zafó, y por querer agarrarla me pasó cortando la mano y por poco me quedo sin el dedo gordo; otra vez al hospital; y apenas ayer, uno de los mecánicos me pidió que le sostuviera una mordaza de freno mientras él la colocaba en una prensa, entonces me pidió que la fuera metiendo dentro de las quijadas, pero el ángulo estaba demasiado incómodo.  Logré colocarla ahí, pero no muy bien y se vino al suelo, pero me cayó sobre mi pie y me quebró un dedo. Hubieras visto la alharaca que hizo el Méndez; me trató de inútil y de torpe y me dijo que mejor me fuera a mi casa porque si seguía ahí iba a parar muerto a causa de mi ineptitud.  Todavía traté de explicarle que eso de mirar con un solo ojo cuesta, pero no quiso atender mis razones.

-Mirá Gedeón –le dije, poniendo cara de circunstancias-, de verdad siento mucho todo lo que te pasó.  ¿Y ahora qué pensás hacer?

-Pues mi mamá me dijo que es solo de esperar a que me cure y que le va a ir a hablar otra vez a Méndez para que me reciba, pero es por eso que te vine a ver, quiero que me aconsejés si será bueno que vayamos otra vez a verlo o mejor me decido a buscar otra profesión.

Como de sobra sé que este Gedeón no sirve para nada le dije que hiciera lo que creyera conveniente, que yo en su caso lo primero que haría sería sanarme de todas las lesiones y ya después, con la cabeza fresca, pensar muy seriamente en lo de buscar otra profesión.

-Gracias vos –me dijo-, yo ya sabía que vos me ibas a comprender y me ibas a dar un buen consejo.  Y fíjate que me voy porque quiero estar a tiempo en mi casa para ver la serie de televisión de la tarde, que también está bien buena, vieras.

Y se fue y no he vuelto a saber nada de él.

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