Por: Santos Barrientos
En la XI edición de la revista del Consejo de la Carrera Judicial se publicó recientemente el ensayo titulado “El derecho ambiental, la literatura y el encierro de Bernardo”, escrito por el doctor Carlos Arsenio Pérez y este servidor. La reciente publicación de “Justicia para erizos”, de Ronald Dworkin, me hizo recordar la importancia de la aplicación de la justicia ética y moral que se reconstruye en dicho libro. Además del establecimiento de imaginarios sociales que no conocen fronteras entre la literatura y el derecho.
El prolífico filósofo del derecho, Ronald Dworkin, a lo largo de su trayectoria iusfilosófica construye un marco sistemático de la literatura jurídica que puede resumirse (si es que más de 40 años de estudios filosóficos pueden resumirse en pocas palabras) en tres estadios del conocimiento: 1) la teoría política, 2) la teoría del derecho y 3) la teoría ético-moral. Las tres constituyen el cimiento principal de sus afirmaciones y negaciones de un derecho pura y llanamente positivizado. Sus formulaciones se encuadran en el sentido que Atienza llamaría pospositivismo. Una teoría de ponderaciones argumentativas expuestas en el sentido de formalizarse en lo que él mismo denominaría “derecho como integridad”. Es, pues, así, como expone una alternativa al muy positivizado derecho, no limitándose a negar los cimientos fundamentales del positivismo jurídico.
En “Justicia para erizos”, reimpresión publicada por el Fondo de Cultura Económica, Dworkin se basa en una teoría de la ética y la moralidad, que no es una simple construcción de conceptualizaciones que pretendan dar cuenta de la justicia ética y la justicia moral. Se basa en principios y valores unívocos; partiendo de la metáfora del poeta griego Arquíloco de que “el zorro sabe muchas cosas; el erizo sabe una, pero grande”. Y de esta cuenta, deriva la realidad de las profesiones relacionadas al derecho, que es explicado ampliamente en un discurso de Atienza (“Juristas y zorizos”), acerca de que los filósofos del derecho, notarios, abogados… deben formarse en la universalidad para formar, desde lo particular, juicios de valor, al momento de profundizar en el desarrollo de casos (es decir, ser “zorizos”).
No se puede elaborar una construcción filosófica del derecho sin pasar por Dworkin. A pesar de ser uno de los críticos más incisivos contra la muy elogiada teoría positivista del derecho, defendida a ultranza por Kelsen, sus posturas filosóficas han sido objeto de innumerables críticas de quienes sostienen que resulta importante, aun en este tiempo, hablar de separación entre el derecho y la moral. Dworkin formula su idea en la semántica filosófica del derecho con principios. Es decir, en un sentido práctico, cuando se aplica determinada norma jurídica para un caso en concreto lo que se realiza es un sistema de valoración; en tal sentido, el uso de los principios forma parte importante al momento de ponderar la consistencia formal del derecho (el conjunto de reglas).
Por tanto, es imprescindible leer “Justicia para erizos”, no solo por ser un clásico de la filosofía del derecho, sino por constituir una obra fundamental en el entendimiento de la justicia ética y moral de un modo práctico. Esto significa que las concepciones que fundan el pensamiento dworkiniano es la de la interpretación. La de los principios y valores fundamentales para abordar la cuestión crucial de cómo pensar los problemas morales de la realidad social: la realidad humana. Basta observar los profundos conflictos que aborda el derecho y la aplicación integral de las normas en observancia a la “dignidad humana”. Dworkin demuestra con nitidez el “derecho como integridad”.
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