Política sin ética

Nicolás Maquiavelo (1469-1527) es uno de los fundadores de la ciencia política. Contra lo que era frecuente en su tiempo (legitimar el Estado a partir de la “voluntad de Dios”, y de la “ley natural”). Maquiavelo estudia la política con independencia de la moral. Se preocupa solamente de indagar cuáles son las fuerzas y principios que operan en el mundo estatal, sin pretender que éstos se ajusten a las normas éticas. Ello, naturalmente, no implica que Maquiavelo postule la desaparición de la ética, o que no le dé importancia (como el término “maquiavelismo” sugiere en la actualidad); para él se trataba solamente de saber cómo un determinado fenómeno —el Estado— funciona, independientemente de que ese comportamiento fuera moral o no. En este sentido, la filosofía de Maquiavelo es, más que una legitimación fáctica del gobierno al estilo de Trasímaco, una des-legitimación de los políticos de su tiempo, que pretendían para sí diversos tipos de justificaciones morales e incluso trascendentes. Ahora bien, como objetivo inmediato, la obra de Maquiavelo se orienta a la formación de un hipotético “príncipe” que habría de llevar a cabo la unidad de su país, Italia, tal como deseaba la burguesía entonces naciente. (*)

* González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.

Nos resta ahora ver cómo debe conducirse un príncipe con sus gobernados y amigos (…). Siendo mi fin escribir una cosa útil para quien la comprende, ha tenido por más conducente seguir la verdad real de la materia que los desvíos de la razón en tomo a ella; porque muchos imaginaron repúblicas y principados que no se vieron ni existieron nunca. Hay tanta distancia entre saber cómo viven los hombres y saber cómo deberían vivir ellos que el que, para gobernarlos, abandona el estudio de lo que se hace para estudiar lo que sería más conveniente hacerse aprende más bien lo que debe obrar su ruina que lo que debe preservarle de ella; supuesto que un príncipe que en todo quiere hacer profesión de ser bueno, cuando en realidad está rodeado de gentes que no lo son, no puede menos de caminar hacia su ruina. Es, pues, necesario que un príncipe que desea mantenerse aprenda a poder no ser bueno, y a servirse o no servirse de esta facultad según que las circunstancias lo exijan. (…).

No es necesario que un príncipe posea todas las cualidades de que hemos hecho mención anteriormente; pero conviene que él aparente poseerlas. Aun me atreveré a decir que si él las posee realmente, y las observa siempre, le son perniciosas a veces; en vez de que, aun cuando no las poseyera efectivamente, si aparenta poseerlas le son provechosas. Puedes parecer manso, fiel, humano, religioso, leal e incluso serlo; pero es menester retener tu alma en tanto acuerdo con tu espíritu, que en caso necesario sepas variar de un modo contrario.

Un príncipe y especialmente uno nuevo, que quiere mantenerse, debe comprender bien que no le es posible observar en todo lo que hace mirar como virtuosos a los hombres; puesto que a menudo, para conservar el orden de un Estado, está en la precisión de obrar contra su fe, contra sus virtudes de humanidad, caridad, e incluso contra su religión. Su espíritu debe estar dispuesto a volverse según que los vientos y variaciones de la fortuna lo exijan de él; y, como lo he dicho más arriba, a no apartarse del bien mientras puede, sino a saber entrar en el mal cuando hay necesidad.

(Tomado de El príncipe, 1513)

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