César Antonio Estrada Mendizábal
Enero de 2024.
Desde el advenimiento del maquinismo que dio origen a la revolución industrial en el siglo XVIII hasta los más recientes logros científicos el hombre no ha dejado de admirarse de lo que las ciencias naturales pueden hacer. Muchos bienes y males han resultado de la actividad científica: pareciera ser que la ciencia, como todos los instrumentos, obedece a quien hace uso de ella, por supuesto, carece de voluntad, y los resultados y sus consecuencias dependen de quien la usa, del sistema y régimen social en que se utiliza.
Si se considera la realidad cotidiana de la gente en el mundo de las relaciones sociales y en la forma como sostiene su vida corporal, o sea, si se entra en el terreno de la economía política, puede decirse la ciencia pierde su aura idealizada de ser una práctica realizada por inquietos investigadores que buscan el conocimiento sólo por el saber mismo, y se revela simplemente como una fuerza de producción –indispensable, eso sí– en el régimen capitalista industrial. Pensadores como Francis Bacon, científicos con importantes aportes filosóficos como Galileo y Newton, la corriente del empirismo inglés, Kant y tantos otros, dieron pie al positivismo de Comte que entronizó a la ciencia como modelo que todas las disciplinas que se respetaran debían seguir. El análisis de Carlos Marx, sin embargo, la baja de ese trono y la ve simplemente como sirvienta en la producción capitalista de mercancías, es decir, como ancilla administrationis, según diría Horkheimer.
¿Dónde queda, entonces, el reconocimiento social de hacer ciencia (en el caso que consideramos, ejercer las ciencias naturales), los afanes por entenderla, cultivarla y andar por los vericuetos de sus enunciados? ¿Será que estamos solamente ante un instrumento para dominar la naturaleza –de la cual somos parte– y aprovechar sus recursos, o hay algo más?
Pues, sí hay algo más, y es importante. Ya lo dijo Aristóteles al inicio de su Metafísica: el hombre desea por naturaleza saber. La ciencia no sólo es aplicación sobre el mundo, también es conocimiento. Si bien el hombre es un animal casi desvalido que para sostener su existencia puramente biológica necesita de la técnica para proveerse de los medios necesarios, también es cierto que le surge el interés por conocer las cosas que lo rodean –de las cuales tiene experiencia por la práctica– y de llegar a conocerse a sí mismo y tener una noción del porqué de su existencia individual y social.
Es justamente aquí donde el poder cognoscitivo de la ciencia puede servir para ayudar a desentrañar la naturaleza de las cosas y dar confianza a la humanidad en sus capacidades intelectivas y en su poder de transformar la realidad histórica o su circunstancia –como diría Ortega y Gasset. Para ello no se trata sólo de justificar el conocimiento científico, de cuestionar su validez, de saber cómo funciona su método, tarea de la epistemología o filosofía de la ciencia, sino de llegar –con el concurso de la filosofía de la naturaleza y de la metafísica– al ser material, al ser de las cosas, y ver qué son, cómo son y evolucionan, en la medida en que esto sea permitido por el particular modo de conocer humano.
El viaje de ida a los objetos científicos y el viaje de vuelta a las cosas reales
Las cosas, los cuerpos (entendidos en el sentido de aquello que tiene extensión limitada y es sensible a los sentidos), los objetos con que el hombre se encuentra en la vida son complejos, tienen múltiples y distintas características que dificultan su conocimiento como el todo concreto que son. Para facilitar la indagación, es comprensible, entonces, que se tienda a simplificar las cosas que son el objeto de estudio, a hacer un análisis o separación de sus partes, a fijarse sólo en ciertas propiedades y hacer abstracción de las demás.
Este análisis reductivo practicado por las ciencias positivas o empiriológicas (término usado por Maritain) tiende incluso a descartar lo cualitativo en sus conceptos, a no considerar las cualidades (que son determinaciones, accidentes o atributos de los entes materiales) para fijarse principalmente en la cantidad, en lo cuantitativo, en lo que puede ser expresado en el lenguaje de la matemática. La Física y la Fisicoquímica (o Química física) son ejemplos claros de este proceder. Ciencias como la Biología, la Ecología o algunas ramas de la Geología prestan más atención a las cualidades y trabajan con entes más complejos que dan lugar a que surja en ellos su organización.
Una vez se ha practicado este análisis, después de haber desmenuzado la cosa en sus partes simples, de haberlas indagado y estudiado, y de tener un conocimiento aceptable de ellas, queda la difícil tarea de conjuntar estos conocimientos parciales para volver a la cosa real que es precisamente el objeto de la indagación. El problema es que en el viaje de ida de la cosa a sus partes se ha dejado de considerar diversos aspectos o propiedades que no han sido tomados en cuenta en el estudio hecho por la ciencia, y no hay garantía de restablecerlos en el viaje de vuelta al objeto real, esto es, cuando tratamos de sintetizar el conocimiento de las partes para llegar al del todo. Las cualidades que se han dejado de lado no pueden simplemente sobreponerse a los resultados de la investigación de las partes. Según Manuel Sacristán, esta segunda etapa corresponde a la dialéctica materialista que consistiría en recuperar lo concreto sin hacer intervenir más que los datos materialistas de la reducción científica.
Como puede verse, entonces, la ciencia positiva no trata de las totalidades concretas y determinadas sino de simplificaciones, de abstracciones que se han hecho de los entes reales, y se requiere una reflexión posterior para unir las piezas de este rompecabezas cognitivo con el objetivo de llegar, por fin, a un conocimiento, aunque sea parcial y perfectible, de las cosas extensas o cuerpos que forman parte de nuestro mundo vital. Por supuesto, este conocimiento así obtenido debe pasar por la piedra de toque de la experimentación, de la práctica, que permita su valoración y su posible mejoramiento de modo que se acerque más a la esencia y propiedades de lo real.
Los objetos científicos y su relación con la realidad
En el viaje de ida, una vez se tiene al objeto ya analizado, es decir, separado en sus partes, partes que se determinan con base en criterios establecidos por quien investiga, se puede iniciar el estudio científico de las mismas. Tómese, como ejemplo, una de las primeras y utilísimas transformaciones de la naturaleza de las cosas que presenció el hombre, a saber, el fuego. En esas épocas remotas de la prehistoria, habrá sido de maravillarse ver cómo cierto material de los suelos, las arcillas, al someterse a un proceso que incluía la acción del fuego, cambiaban su consistencia y se transformaban de objetos suaves y maleables en otros duros a los que se había dado diversidad de formas.
Pues bien, luego de milenios, el estudio de la combustión ígnea llevó a saber que se originaba de una reacción entre unos compuestos de carbono y el oxígeno que resultaba en la producción de energía la cual puede asociarse con el movimiento y la posición de las cosas o, en términos de la mecánica clásica, de sus masas. (Luego, la Teoría de la relatividad agregaría que toda masa, por el mero hecho de serlo, equivale a una cantidad de energía.) Surge entonces la pregunta de qué es la masa de un cuerpo, de a qué se refiere cuando se habla de un kilogramo de algo, y es en este momento donde se plantea la cuestión de cómo se puede definir según la ciencia positiva, según la Física, la masa. Se hará de la masa, por consiguiente, un objeto científico que no va a ser un objeto concreto de los que existen en el universo pero que sí tendrá relación con ellos, será referido a ellos, a su cantidad o extensión como primer accidente de la materia.
¿Cómo se define un objeto científico?
Los objetos de una ciencia no son las cosas reales o entes materiales sino dichas cosas vistas según los predicados de dicha ciencia, esto es, consideradas según ciertos puntos de vista, bajo determinados conceptos. Por ejemplo, en Mecánica se definen la masa, el espacio y el tiempo, sin tomar otros atributos que tendrán su interés en otras esferas pero no para la Física. Cada ciencia tiene sus criterios para definir sus objetos, y hay dos formas de definir un objeto científico.
La primera, propia de las disciplinas más cuantitativas como la Física y la Fisicoquímica, es una definición operacional, mediante la cual la definición de una magnitud queda dada por su medición y hace uso de observaciones y medidas que se relacionan con nociones propias de la ciencia en cuestión. Por ejemplo, una definición de masa se basa en la segunda ley de Newton y dice que la masa de un cuerpo se define como resultado de la operación m=F/a, donde F es la fuerza que sufre el objeto cuya masa se está definiendo, y a es la aceleración que se le imprime (variación de la velocidad con respecto al tiempo).
Las magnitudes que entran en esta definición operacional de la masa, la fuerza y la aceleración, deben ser medidas y han de estar previamente definidas. Por supuesto, como en otras áreas del saber, puede haber conceptos primarios que queden sin una definición más que la analógica, so pena de caer en círculos viciosos.
La segunda forma de definir un objeto científico es mediante los términos propios de una ciencia particular, es decir, según el punto de vista adoptado en dicha materia, sin que sea necesario efectuar mediciones. Un ejemplo es la definición de gen en biología como una secuencia lineal organizada de nucleótidos –que a su vez tienen una determinada composición química– que contiene la información o la forma necesaria para la síntesis de biomoléculas con función celular específica.
Los objetos científicos tienen, entonces, una relación indirecta u oblicua con los objetos reales. Los primeros han sido extraídos o abstraídos de los segundos y reflejan sólo aspectos particulares de los mismos.
Si se quiere saber qué dicen y cuál es el valor ontológico de los resultados y de los modelos que la ciencia hace de las cosas, si se pregunta qué se puede concluir acerca de las propiedades, de la naturaleza, de la esencia de los cuerpos o entes materiales, no es posible apelar al realismo ingenuo y afirmar simplemente que los modelos científicos corresponden mecánica y automáticamente a las cosas reales. Por el contrario, primero, como se dijo antes, las teorías deben contrastarse con la práctica –con los resultados de la observación y la experimentación– para probar su validez, y, una vez pasado este requisito crucial, hay que hacer una consideración más detenida de las determinaciones, propiedades o características que han sido dejadas de lado para lo cual es necesario entrar a considerar cuestiones relacionadas con áreas filosóficas como la Teoría del Conocimiento, la Filosofía Natural y la Filosofía de la Ciencia.
El realismo científico y la Teoría Cuántica
Como paradigma, esto es, como ejemplo, de la relación ontológica que los resultados o enunciados científicos tienen con los objetos concretos vamos a considerar el realismo científico y la Teoría Cuántica.
El realismo como postura filosófica tiene dos facetas, a saber, una ontológica que afirma que existe un mundo o un universo constituido por distintas categorías de seres –como los materiales y los espirituales– que son independientes del yo, y un realismo epistemológico o cognitivo según el cual dichos seres pueden ser objeto de la actividad del yo cognoscente de manera tal que pueden ser conocidos; la realidad, por consiguiente, puede ser conocida. En el fondo, las ciencias naturales, positivas o empiriológicas tienen como base este realismo que las orienta en su actividad indagadora de las cosas. A esta concepción se le puede llamar realismo científico.
Por otro lado hay corrientes como la del positivismo y sus distintas variantes que se originan en el empirismo inglés y llegan hasta el positivismo lógico y el instrumentalismo, que despojan a la ciencia de sus consecuencias ontológicas. El positivismo se satisface con el conocimiento de los fenómenos perceptibles –lo positivo, lo dado– y las relaciones que se pueden establecer entre ellos, en tanto que el instrumentalismo ve a la ciencia sólo como un medio o instrumento para dominar la naturaleza, para obtener ciertos resultados prácticos.
Desde la perspectiva del materialismo histórico, es natural que se hayan producido estas visiones instrumentalizadoras del conocimiento, si el fin último es aumentar la productividad del trabajo en la reproducción del capital, para aumentar la tasa de plusvalía o de ganancia. Posturas como el positivismo, el instrumentalismo o el pragmatismo, entonces, serían una especie de justificación ideológica de la ciencia bajo el régimen burgués.
La Teoría Cuántica ilustra los problemas que pueden presentarse entre una concepción realista de la ciencia y los revolucionarios resultados de la física moderna. La revolución científica de principios del siglo XX, con el trabajo de Planck, De Broglie, Schrödinger, Heisenberg y otros dio origen a esta crucial teoría que estudia los entes del mundo microscópico de dimensiones muy reducidas como las de los átomos o los electrones, mundo donde la experiencia ordinaria es inaplicable, en el que los instrumentos de medición y detección apenas son suficientes y afectan o perturban las magnitudes que se pretende medir. Por estas razones inherentes a la naturaleza de los entes microscópicos, los objetos científicos cuánticos presentan problemas a la hora de considerar su estatus ontológico o de interpretar sus propiedades.
El realismo ingenuo según el cual los objetos científicos y sus propiedades corresponden directamente y sin mediaciones a la realidad no es aplicable aquí. ¿Es posible, entonces, conservar una perspectiva realista del mundo cuántico? Sí es posible aunque con ciertas precauciones que no pueden pasarse por alto. Veamos.
Hay que empezar por reconocer la provisionalidad y perfectibilidad de los enunciados científicos. Esto debe tomarse en cuenta especialmente en el caso de aquellos que se refieren a objetos alejados de nuestras vivencias ordinarias o que no podemos percibir sino por medio de sofisticados instrumentos de observación y medición que, en muchos casos, presuponen la validez de ciertos principios teóricos que, a su vez, pueden ser revisados. Además, no puede descartarse la posibilidad de que futuras innovaciones tecnológicas o teorías físicas alternativas permitan mediciones más precisas o, por el contrario, interpreten de manera distinta los datos experimentales o bien conduzcan a hallazgos que den lugar a una visión o imagen distinta de los objetos de estudio.
Por otro lado, en el estudio o investigación de un mismo objeto concreto, al fijarnos en algunas u otras de sus propiedades, al abstraerlas para constituir un objeto científico que le corresponda, podría elaborarse más de un modelo de él con sus correspondientes tratamientos teóricos cuyos resultados cuantitativos coincidieran con suficiente aproximación o fueran congruentes con las mediciones experimentales. Cómo decidirnos, cómo discernir entre distintas teorías que concuerdan con lo empírico, con la práctica, es un problema que requiere consideraciones científicas ulteriores y que nos lleva al campo filosófico y a lo que los antiguos griegos llamaron νοῦς (nous): el intelecto, visión, reflexión y, podríamos agregar, la experiencia vital que resulta en un buen sentido crítico.
Los enunciados de la Teoría Cuántica y las observaciones experimentales hacen patente que las partículas microscópicas tienen un dinamismo y ciertas propiedades que son totalmente distintas de las del mundo macroscópico lo cual, sin embargo, no nos debería llevar a superponerlas en los objetos de nuestra experiencia cotidiana. Difícilmente podríamos, por ejemplo, suponerle las características ondulatorias de un electrón a una bola de billar o apelar al principio de incertidumbre de Heisenberg para afirmar que debido a su naturaleza no es posible conocer con exactitud simultáneamente la posición y la velocidad de la Tierra con respecto al sol.
Valor ontológico de los objetos científicos microscópicos
Como indicamos antes, los objetos científicos son representaciones más o menos aproximadas de los objetos concretos y reales que son los verdaderamente existentes, representaciones que se obtienen al abstraer ciertas características de estos y dejar otras por un lado. Las ciencias naturales que se ocupan de cuerpos de dimensiones mayores a las del mundo molecular y que son perceptibles por los sentidos o por instrumentos cercanos a ellos como un microscopio óptico, no tienen mayores dificultades en sacar conclusiones acerca de los objetos reales a partir de los científicos. Los objetos cuánticos, sin embargo, por su naturaleza, sí se tornan problemáticos en esta primordial cuestión en que se trata de llegar al conocimiento de lo real.
Dado que en los objetos científicos que cada ciencia particular define de acuerdo con sus criterios y con base en los cuales establece sus modelos, sólo se consideran ciertas propiedades, resulta que, en efecto, no podemos identificar automáticamente dichos objetos con los realmente existentes. En realidad, existen sólo como referencias cognitivas, es decir, como objetos a los cuales se refiere el conocimiento –que siempre tiende o se dirige a algo– dentro del contexto de cada ciencia o teoría. Si a estos objetos científicos corresponde un ente real, no puede ser garantizado sin una comprobación empírica confiable experimentalmente y sopesada con todo el rigor de la ciencia que sea posible. En tanto esta confirmación no ocurra, debería suspenderse el juicio.
Se puede concluir, entonces, que, efectivamente, las Ciencias Naturales permiten ir conociendo las cosas, los cuerpos, los entes materiales, la naturaleza en continuo movimiento y su extensa red de relaciones recíprocas. Obsérvese, empero, que en este escrito nos hemos limitado a tratar del conocimiento de la materia sin vida; cuando esta actúa, entramos en el complejo y vasto campo de lo orgánico, de lo vivo, de la Biología que, no obstante, tiene sus bases físicas y químicas.
La ciencia, pues, con su hermana la técnica, aparte de ser necesaria para que la humanidad se provea de los medios materiales de vida a partir de los recursos naturales, con las posibilidades que da para conocer la realidad objetiva coadyuva a que el hombre pueda moverse y ubicarse en la vida, en la sociedad y su devenir, en la historia, y –¿por qué no– intentar su cambio y superación hacia un régimen y modo de producción más acorde con lo humano. Este conocimiento que se alcanza por la ciencia, sin embargo, es limitado, provisional y perfectible, responde al modo humano de conocer y requiere de ulteriores consideraciones filosóficas, del espíritu intelectual (el nous de los antiguos griegos) y de otras formas de sensibilidad que también acercan a la realidad.
Bibliografía
- Marx, Carlos, El capital, tomo I, 3ª edición. Traducción de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México, 2008.
- Horkheimer, Max, Crítica de la razón instrumental. Traducción de Jacobo Muñoz, Trotta, Madrid, 2002.
- Aristóteles, Metafísica. Traducción de María Luisa Alía Alberca, Alianza Editorial, Madrid, 2008.
- Vitoria, María Ángeles, El alcance cognoscitivo de la físico-matemática según Maritain, Acta Philosophica, 15(2006/II) 287-316.
- Sacristán, Manuel, Sobre el Anti-Dühring, Prólogo a su traducción castellana del Anti-Dühring de Engels, Grijalbo, México, 1964.
- Agazzi, Evandro, El impacto epistemológico de la tecnología, http://www.argumentos.us.es/numero1/agazzi.htm .
- Agazzi, Evandro, El bien, el mal y la ciencia. Traducción de Ramón Queraltó, Tecnos, Madrid, 1996.
- Artigas, Mariano, Filosofía de la ciencia, Eunsa, Pamplona, 2006.
- Evandro Agazzi (Editor), Realism and Quantum Physics, Amsterdam, The Netherlands, 1997.
- Migdal, A. B. Cualitative Methods in Quantum Theory, traducción del ruso al inglés de A. J. Leggett, Addison-Wesley, USA, 1989.
- Bergson, Henri, El pensamiento y lo moviente. Traducción de M. H. Alberti, La Pléyade, Buenos Aires, 1972.