Dueño de una línea de trazo limpio, seguro y con capacidad de síntesis para expresar lo más en menos, podría definir el estilo del maestro de la plástica Dagoberto Vásquez Castañeda (octubre 1922- junio 1999).
Poseedor de una línea firme y de enorme sutileza poética que contrastaba con una personalidad fuerte y honesta, así como una creatividad innata, son parte de los atributos que define Rodrigo Vásquez Bianchi al referirse a su padre, de quien este año conmemora el centenario de su nacimiento con una serie de actividades.
Vásquez Castañeda fue pintor, escultor, dibujante, grabador, muralista. Su natural talento unido a una férrea disciplina le permitió el dominio de múltiples técnicas y materiales, además de incursionar en la investigación y enseñanza académica; publicó tres libros relacionados con las danzas tradicionales, festividades, pintura popular y un cuarto volumen sobre artistas nacionales.
Fue un destacado maestro de la plástica que formó parte de la Generación de 1940, junto con compañeros de trayectoria como Guillermo Grajeda Mena, Roberto González Goyri, Juan Antonio Franco, Max Saravia Gual, Roberto Ossaye y Arturo Martínez, entre otros.
Tres de ellos dejaron con sus obras murales en el Centro Cívico, legado de la modernidad, que hoy forma parte del Patrimonio Cultural de la Nación, al que también se sumó la obra del maestro Efraín Recinos.
También fue un hombre con una convicción ideológica sin tapujos, que lo llevó a empuñar las armas durante la Revolución de octubre de 1944, solía salir a protestar a las calles, hasta que en una oportunidad fue capturado y obligado a salir del país. Estuvo además en la lista negra de los perseguidos políticos, como recuerda su hijo, quien ofreció una de las charlas sobre su padre como parte del ciclo de conferencias que se llevan a cabo en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Carlos.
Este es un breve repaso por el hombre, el artista y su obra.
EL HOMBRE
Inmerso en un país gobernado por una dictadura militar, Vásquez fue uno de los firmantes del Memorial de los 311 que exigió la renuncia del general Jorge Ubico. Durante la gesta del 20 de octubre participó con fusil en mano en la Guardia de Honor. Luego, durante el gobierno revolucionario, formó parte de las brigadas de defensa.
Cuenta su hijo que Vásquez se encontraba trabajando en el mural de la fachada oriente del Palacio Municipal, alrededor de 1956, cuando llegó el presidente Carlos Castillo Armas a hacer un recorrido por la obra. Todos se pusieron de pie para saludarlo, menos él.
Uno de los que acompañaba la comitiva le preguntó si no iba a saludar al presidente, a lo que Vásquez respondió: “mi presidente es Árbenz”. Castillo Armas reconoció al artista porque habían sido vecinos y le tendió la mano, pero él no le correspondió.
Posteriormente, en una manifestación del 25 junio de 1956, en repudio al gobierno de Castillo Armas, recordada por la muerte de cinco estudiantes universitarios, el artista fue capturado, le esposaron las manos a la espalda y lo dejaron en El Salvador.
No fue la única vez, también fue arrestado en varias protestas cívicas en contra de las dictaduras militares, se supo que estuvo en la lista negra de los escuadrones de la muerte, pero no volvió a abandonar su país, comenta su hijo.
La esgrima fue su única afición deportiva, de la cual tuvo una colección de espadas. Cuando su hijo le preguntó en una ocasión para qué las tenía, le respondió: «Son de una época cuando los problemas se resolvían de otra manera».
EL ARTISTA
Vásquez definió su carrera a una corta edad. Desde los 15 años, aproximadamente, se inscribió en la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENAP) donde permaneció hasta los 22 años, en 1944.
“Dagoberto, al igual que yo, no tuvo educación superior. Al finalizar la escuela primaria se puso a trabajar. Sin embargo, por su inteligencia y disciplina llegó a poseer una sólida cultura a base de ser autodidacta. Era un ávido lector, siempre llegaba al taller con un libro bajo el brazo (…)”, son parte de las líneas que lo describen en esa época por su amigo de la infancia, González Goyri, en su libro Reflexiones de un artista.
El taller al que solían acudir era del maestro Julio Urruela Vásquez, quien se encargó de elaborar los vitrales del Palacio Nacional, proyecto que llevó a cabo por la colaboración de los entonces estudiantes de la ENAP, conocidos como la generación del 40.
Posterior a ello, la Junta Revolucionaria de 1944 dio un impulso al arte como pocas veces ha sucedido en el país. Fue gracias a esta oportunidad que Vásquez fue de los primeros en obtener una beca para estudiar en el extranjero. Escogió la Escuela de Artes Aplicadas en Chile, en compañía de su amigo Grajeda Mena.
A su regreso en 1949, tomó clases de filosofía en la Facultad de Humanidades, como también tuvo una larga trayectoria como catedrático en la Facultad de Arquitectura en las universidades de San Carlos de Guatemala, de la Rafael Landívar y Mariano Gálvez; así como en la ENAP; escuelas de Música y de Teatro de la Dirección General de Cultura y Bellas Artes.
“Fue muy prolífico, con una capacidad de trabajo impresionante, una energía vital y una disciplina espantosa. Se tomaba los tragos y de madrugada ya estaba trabajando, a pesar de que toda la vida se movilizó en camioneta”, cuenta su hijo Rodrigo.
SU OBRA
La mujer fue su fuente de inspiración a lo largo de su obra. “Estudió la figura femenina y la tomó como tema, con una gran sensualidad, al mismo tiempo que la figura del hombre la interpretaba usualmente con expresiones viriles, acompañado de armas, espadas y demás”, explica Rodrigo.
Además, “uno de los mayores logros de los artistas revolucionarios se aprecia en el Centro Cívico. La idea de fundir en cemento los murales junto con el muro, propuesta de Vásquez (apoyada por Grajeda), resolvió un problema técnico que los arquitectos e ingenieros de aquella época no supieron resolver”, escribió el crítico de arte Guillermo Monsanto en una columna de opinión.
En su madurez, el artista logró figuras más estilizadas, a diferencia de sus primeras tallas escultóricas, aunque para González Goyri el hilo de su evolución no se pierde. “Dueño de una línea, de un estilo muy personal, honesto, sincero. En el curso de su trayectoria nunca ha habido grandes saltos ni cambios espectaculares (…), en ningún momento deja de ser fiel a sí mismo”, afirma.
Para este maestro, el arte no era una decoración, sino un conocimiento de la verdad, pero con una solución estética, de contenido profundo, explica su hijo. Todo esto llevado en apego a un estilo e infinidad de materiales como óleo, acuarela, piedra, mármol, madera, bronce, latón y mosaico, entre lo más relevante.
“Escogió formarse en Chile porque no le interesaba ser discípulo de ningún artista, quería seguir su propia evolución, creando una propuesta estética propia, con una ética rigurosa”.
En estos días, sus hijos organizan una serie de actividades para rendir homenaje al padre, al artista, al hombre. Los ciclos de conferencias de la Facultad de Arquitectura son uno de ellos. También busca que se registre su obra pública como Patrimonio de la Nación, prepara un libro infantil para colorear con obras de su padre y exposiciones en tres lugares cuyas fechas están por definirse.
El legado del maestro Vásquez lo resume el crítico Monsanto de la siguiente manera. Vásquez es una de las figuras más destacadas y polifacéticas de la Generación del 40, su estilo sintético, sobrio y de elegante plasticidad ha incursionado dentro del expresionismo sintético y el figurativismo abstracto, pero que apunta hacia lo clásico por su equilibrio y valor formal, de acuerdo con la charla de Ricardo Martínez en los ciclos de conferencias dedicados al artista.
CENTRO CÍVICO
• Fachada oriente Banco de Guatemala.
RECONOCIMIENTOS
FAMILIA
• Hijo de Ricardo Vásquez y Magdalena Castañeda.
• Contrajo nupcias con la chilena Blanca Bianchi con quien tuvo tres hijos: Rodrigo, Antonio y Claudio.
El Attico, xilografías y linóleos de Dagoberto Vásquez
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