La pandemia con sus creencias y vivencias. Foto la hora: Ap

Alfonso Mata

La COVID-19 nos lleva a pensar que en estos momentos somos simples humanos cuyas convicciones, sean las que sean, nos plantean múltiples dudas, certezas contradictorias y en medio de esa confusión, aparecen alternativas que mezclan lo que tenemos de creencias y vivencias: profano y religioso, ciencia tradición, deseos y obligaciones. Y, más allá de la lectura que hacemos del hecho pandémico sobre nosotros, nos entristece y asusta la lectura inmediata fuera de nosotros, en donde se agita un mundo público y privado  que más que preocupado por lo que sucede, pone fuerzas y ganas en sacar raja de la situación; actitud que en lugar de solucionar agudiza la problemática. ¿De qué se trata fundamentalmente?

Yo me pregunto si mi lectura del problema pandémico no es más que un «desencanto con el mundo propio», no es más que un malestar propio. Una apariencia que me engaña por el mero hecho de que tomo como «certero» lo que resulta de mi formación salud-enfermedad y las consecuencias que provoca ese binomio, que nada tiene que ver para quienes lo ven y más que ven, lo viven a diario en sí mismos o a su alrededor.

Siento que cada día estamos más inmersos en el universo de la materialidad que en lo natural, y nuestros sueños se abandonan a ello: a pensar y actuar en un mundo donde ahora sabemos que hay que soñar todo el tiempo. Pero en cualquier sociedad, «el encanto» de obtener la materialidad choca con el mundo real. Y este mundo que se considera real, dentro y fuera de nosotros, tiene que describirse, al parecer, más que con el lenguaje de la ciencia con el moral del egoísmo. Lenguaje que a menudo es puesto en primer plano en las sociedades actuales tal y como lo comprobamos con el actuar social ante la pandemia.

Por supuesto, la medicina científica no puede expulsar de su universo conceptual, las referencias de costumbres, tradiciones y deseos y toma  en cuenta relaciones individuales y sociales y los sistemas de representación, como algo que lucha contra ella y lo que necesita solucionar. Su trabajo penetra en lo más íntimo de cada uno de nosotros, en nuestro cuerpo, en nuestra vida, en nuestra muerte, a sabiendas que eso no nos importa, sino la refriega del día a día.

La imagen que nos da la ciencia ante un evento como la COVID-19, se aparta radicalmente de las respuestas que damos nosotros a ese evento. La ciencia poco suma en lo deseable del día a día de la mayoría. Porque si hay un dato fundamental en la ciencia y que proclama decididamente es la “verdad” y al igual que los mandatos divinos, se sitúa de forma muy voluntaria y sistemática, dentro del alma humana, que al final decide aceptar esas verdades, siempre que no choque con la intencionalidad que le ha dado a su vida diaria. Esto tanto ciencia como religión lo dejan a entera libertad individual y colectiva.

No nos hace reaccionar diferente a nuestra materialidad cotidiana, más que una tragedia como la covid-19 y entonces nos acercamos al llamado científico y sagrado. La llamada a lo sagrado domina, cuando el dolor es insoportable o cuando el daño o la muerte se avecinan. El objetivo es calmar la capa profunda de nuestros dolores y nuestras ansiedades, y eso nos hace recapacitar. Solo entonces, solo entonces, se vuelve común nuestra búsqueda del cuidado de la ciencia y la oración, y nuestra cotidianidad por un momento la bañamos con lo científico y lo sagrado, extraído de las profundidades del dolor y la culpa muchas veces. Pasado el lapso, adaptados a la nueva situación, ambas vuelven a subir al desván de los recuerdos.

Pero entonces el dilema se vuelve ¿cómo manejar la tensión entre la medicina y esa cotidianidad ególatra y material? Algunos pueden negar cualquier contradicción: se trata entonces no de ampliar el campo del conocimiento científico incluyendo la contribución de la psicología y las ciencias sociales, sino de tirar un puente entre el entender y aceptar el cómo se vive, enferma y sana.

Los profesionales de la salud desde hace mucho, han intentado sacar la medicina del dominio estrictamente biológico (no olvidemos, sin embargo, que cualquier médico, necesariamente tiene en cuenta hechos de comportamiento y el entorno social) pero eso no se ha podido; les ha sido imposible romper la idea de medicalización del paciente y desviarse de la racionalidad científica del efecto del medicamento: cosa complicada. La tensión existencial que acompaña al enfermo y su enfermedad y la demanda de terapia para trascender la cadena de causalidades naturales y de un estilo de vida que provoca la enfermedad, se contrastan y alinean con un “no me toques mi forma de vivir” del paciente y su gente, que entiende y viven la enfermedad sin poner duda que será el medicamento, un medicamento o los que sean, los que romperán con la enfermedad y ese concepto no rompe con su cotidianidad, pues implica un proceso de consumo, como es toda la cotidianidad y los elementos de vida del médico y del paciente.

La tensión que provoca la pandemia entonces, solo traslada momentáneamente a otro orden de cosas la interpretación de salud enfermedad que esta conlleva, pues dentro de nuestra materialidad y de una tradición enfocada en el comunismo, la prevención pronto choca con eso y es por ello que  rápido la ocultamos y sacamos de nuestra realidad, a la que no llegamos por la ciencia sino por la costumbre.

Por tanto, ante la pandemia, unimos estilo de vida con deseos y creencias que nos ofrecen una solución que se sitúa explícitamente en el corazón de las creencias religiosas como “para que usar la mascarilla, no tiene fe en Dios” y de costumbres folclóricas que nos llevan a la seudociencia “la yerba de atol cura la pandemia”.

Esta es la historia inmemorial de la mayoría de las actitudes mundiales ante las pandemias. La contradicción entre la moral y el deseo y la tradición y la ciencia. Es tal la contradicción que en su frontera hay escaramuzas y grandes batallas en lo diario. Entonces resulta un poco más claro que los sistemas de control de la pandemia avanzan enmascarados y tratando de no encontrarse bajo el discurso de las costumbres y tradiciones que operan según lógicas enfocadas en lo deseable y atacan lo verdadero. Lo deseable: un vivir de acaparar y disfrutar el hoy. Las “nuevas espiritualidades”, el pensamiento “consumista”, ciertos aspectos de la visión “vivir es hacer hoy” ocupan este territorio apoyándose en un comportamiento que tiene rutas ya bien definidas en nuestro cerebro y que a la larga llevan a: No nos preocupemos o Dios vela por nosotros o el medicamento. Mientras: sigamos por donde veníamos.

¿Cómo entonces, en la investigación, en la clínica, asegurar una lucidez que no se desvíe del camino estrecho e indispensable, que circula entre las ilusorias facilidades de las afirmaciones y la ceguera reductora de las negativas de nosotros los humanos? Bien vale acá la conclusión de René Dubois quien nos dice “La modificación de los hábitos sociales no ha determinado cambio alguno en los virus mismos, pero si los ha convertido en graves amenazas para el bienestar humano…actualmente una fuerza incontrolable, como hace siglos”.

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