Test cáncer de colon. Foto la hora: Ap

Alfonso Mata

No podemos tratar de salir del creciente número de casos de cáncer. La única solución es una defensa a gran escala, para que nadie sufra la enfermedad en primer lugar (Madeline Drexler).

Cada vez nos aproximamos más, a que el cáncer se convierta en la principal causa de muerte en todo el mundo. El cambio marcará una transición epidemiológica dramática: la primera vez en la historia que el cáncer reinará como el asesino número uno de la humanidad.

Aun entran algunas dudas sobre el cáncer: ¿es una enfermedad o un proceso normal del envejecimiento?. El que aumente como causa de enfermedad, en parte es debido a que estamos viviendo lo suficiente como para experimentar sus estragos. A la par de ello se tiene los impresionantes avances de la salud pública contra las enfermedades infecciosas; lucha que ocupó el primer lugar hasta el siglo pasado, y que luego de la mitad de siglo se acompañó de la lucha  contra las enfermedades cardíacas. Ambas disminuyeron la mortalidad y aumentaron la sobrevivencia.

La mala noticia es que el cáncer ya no es solo una enfermedad de viejos y provoca dolor y tristeza dondequiera que ataca. Siddhartha Mukherjee, un cancerólogo investigador, tituló su libro sobre cáncer  “El emperador de todas las enfermedades” citando a un cirujano del siglo XIX pero le faltó el complemento a su epíteto: «el rey de los terrores». Pero lo bueno cada vez más es que los tratamientos individuales y dirigidos y la inmunoterapia modernos, dan lugar a curas maravillosas, lo que se acompaña de que muchas neoplasias ahora se detectan lo suficientemente temprano para que los pacientes puedan vivir una vida plena. Pero los avances en el diagnóstico y el tratamiento por sí solos nunca serán suficientes para detener completamente la carga del cáncer.

Todo médico, todo profesional de la salud sabe, que es a nivel de población, la única forma de reducir sustancialmente la incidencia y la mortalidad de cualquier enfermedad. Resulta evidente que hemos avanzado mucho menos en la prevención del cáncer, que en la prevención de otras enfermedades. Controlamos las infecciones con saneamiento y vacunas, y los casos con antibióticos y antivirales. Controlamos las enfermedades cardíacas mediante el abandono del hábito de fumar, un mejor manejo médico de los factores de riesgo como el colesterol alto y la obesidad y mejores intervenciones terapéuticas para una afección que tiene puntos claros de intervención y responde más fácilmente a los cambios en el estilo de vida.

Con el cáncer la historia es diferente, incluso hoy, continúa ocupando nuestro imaginario colectivo como el rey de los terrores: insidioso, caprichoso, implacable. Cualquiera que haya padecido cáncer, o haya padecido junto a un ser querido con la enfermedad -una parte considerable de la población- dado que más de uno de cada tres de nosotros será diagnosticado con una neoplasia maligna durante nuestra vida, conoce la angustia y la impotencia que se arrastra.

En 2015, un estudio que apareció en la prestigiosa revista “Science” daba fundamentos a nuestro  miedo primordial. Argumentó que solo un tercio de la variación en el riesgo de cáncer, se debe a agresiones ambientales o predisposiciones genéticas heredadas. La mayoría del riesgo, concluyeron los investigadores siendo en ello parciales, se debió a la «mala suerte»: mutaciones aleatorias durante la replicación normal del ADN olvidándose que estas tiene su origen en el daño ambiental que provocamos y que genera moléculas y condiciones propicias a e esos cambios en organización y funcionamientos de los tejidos y células del cuerpo. Lo cierto es que el cáncer es el precio que pagamos como organismos compuestos por billones de células y por nuestra conducta en el manejo del ambiente. La división celular es un proceso imperfecto y un error es fatal. Por esa razón, es poco probable que alguna vez se pueda erradicar el cáncer.

La realidad del cáncer, su nicho de vida,  se encuentra en algún lugar entre el ideal de salud pública que busca una prevención perfecta y el estocástico deprimente de la mala suerte. La investigación actual sugiere que al menos la mitad de los casos de cáncer (30-70%) podría prevenirse aplicando lo que ya sabemos. La otra mitad de los casos de cáncer, incluidos los tipos elusivos y a menudo mortales, que a menudo se detectan demasiado tarde para marcar una diferencia, como los tumores de ovario, páncreas y cerebro, podrían detectarse e incluso prevenirse mucho antes, si se usara ciencia básica y tecnologías de diagnóstico prometedoras.  Eso significa un adecuado apoyo gubernamental sostenido dentro de los programas de salud.

En pocas palabras, hace falta un nuevo marco ideológico: el cáncer debe enmarcarse no solo como una enfermedad curable, igualmente como una enfermedad prevenible. Así como se colocan millones de dólares en la curación, debería hacerse en la prevención.

Una historia triste y un recuento sombrío

La relación entre diagnósticos y muertes es aterradora según las estadísticas de países avanzados. En el 2019, la Sociedad Estadounidense del Cáncer, estimaba que 1,762,450 personas serían diagnosticadas con cáncer en ese país y estimaba que 606,880 morirán a causa de la enfermedad. A nivel mundial, de acuerdo con estimaciones de la OMS, el cáncer mató a aproximadamente 9.6 millones de personas en 2018. Eso significaba más que la malaria, la tuberculosis y el VIH juntos. En apenas dos décadas de este siglo, el cáncer se ha convertido no solo en la principal causa de muerte en todo el mundo (en 91 países ya figura como la primera o segunda causa de muerte antes de los 70 años), y eso puede tener otra explicación: se convierte también en el mayor obstáculo para mejorar la expectativa de vida en millones de personas y decenas de naciones.

Las razones del predominio del cáncer son complejas. Parte de la tendencia es demográfica: la población humana crece y envejece cada año, lo que significa que más personas son vulnerables a la enfermedad, que aprovecha el debilitamiento del sistema inmunológico y el daño acumulado del ADN que acompaña al envejecimiento. Pero los principales factores de riesgo del cáncer también están cambiando. Si bien el tabaquismo ha disminuido en los Estados Unidos, por ejemplo, ha aumentado en África y el Mediterráneo oriental, a medida que las empresas tabacaleras se expanden a nuevos mercados. Y aunque el uso de cigarrillos es el factor de riesgo más importante de cáncer en todo el mundo, las infecciones que causan cáncer, como la hepatitis y el virus del papiloma humano (VPH), ambos prevenibles con vacunas, representan hasta el 25% de los casos de cáncer en algunos casos países de ingresos medios. La investigación actual sugiere que al menos la mitad de los casos de cáncer podrían prevenirse aplicando lo que ya sabemos.

Pero en medio de ese caos en demografía y cáncer hay esperanza. Durante los últimos 25 años, mientras que el número de casos de cáncer ha aumentado a medida que crece la población, la tasa de mortalidad por cáncer ha disminuido constantemente. En muchos lugares desarrollados, a partir de 2016, la tasa de mortalidad por cáncer para hombres y mujeres combinados había caído un 27% desde su pico en 1991. El motor detrás de esta impresionante hazaña de salud pública fue modificación de hábitos y controles ambientales, aunque la detección temprana y la mejora de los tratamientos también influyeron.  Vemos un ejemplo de ello con el tabaquismo. En 1965, el 42% de los adultos estadounidenses eran fumadores de cigarrillos; en 2017, solo el 14%. Las tasas de mortalidad por cáncer de pulmón disminuyeron en conjunto, cayendo un 48% entre 1990 y 2016 entre los hombres y un 23% entre 2002 y 2016 entre las mujeres.

Pero en la enfermedad nada se da y viene sólo. Esa victoria de salud pública ahora está en peligro. En los próximos cinco a 10 años, dicen los expertos, los efectos cancerígenos de la obesidad podrían revertir la tendencia a la baja iniciada por controles de hábitos y ambiente. De hecho, la obesidad, pronto podría convertirse en el factor de riesgo número uno para el cáncer en los países más desarrollados y eventualmente en todo el mundo. Y dada la aparente irreversibilidad de la obesidad, frustrar el aumento concomitante del cáncer será extremadamente difícil. En los países desarrollados, ahora se estima que el 30-39 %de los adultos son obesos y otro tanto adicional de sobrepeso.

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