Por Alfonso Mata

Para aclarar las ideas, primero debemos definir lo que entendemos por «violencia» y «biología». La violencia es un concepto genérico y descriptivo, que reúne a un diverso conjunto de actitudes y comportamientos, cuyos orígenes y el significado son también de extrema diversidad. Puesto que la violencia no está diseñada como una entidad natural, como una realidad causal primera y universal, no es una pregunta para la biología especificar la naturaleza del «sustrato orgánico» que genera la violencia y que subyace a aquellas de sus «formas» de expresión.

Sin embargo, si es posible y necesario analizar un conjunto complejo de mecanismos y factores de naturaleza biológica, que se organizan en secuencias diferenciables en los individuos, de acuerdo a su genoma y su historia propia, y de acuerdo con la situación o evento experiencias que le propician cambios de conducta, con el contexto más amplio y el significado especial que se le atribuye.

Si bien es relativamente fácil saber cuáles son los papeles que no pueden ser asignados a la biología, es infinitamente más difícil establecer la verdadera naturaleza y las relaciones complejas que se desarrollan entre la biología y la conducta violenta. Por lo tanto, hay que subrayar algunas dificultades principales a las que el biólogo se enfrenta y tropieza en el camino.

Una primera dificultad, es el hecho que los biólogos suelen centrase fundamentalmente en la violencia humana, pero trabajan – por razones éticas obvias – en una especie particular de animales (rata, ratón, gato, mono). Aunque es fácil de establecer, entre el animal y el hombre, homologías y similitudes a los niveles molecular y celular, esto es mucho más difícil cuando se trata de la función cerebral y el fenotipo de comportamiento. Tomemos un ejemplo muy simple, al menos en apariencia. A partir de la distinción hecha a menudo en el hombre, entre la agresión reactiva (impulsiva o emocional u hostil) y la agresión instrumental, los biólogos han intentado distinguir dos «formas» de agresión: la agresión defensiva (o emocional afectiva) y la agresión ofensiva (o depredadora) que se supone que se ajustan los animales, lo que llevó a describir el «sustrato nervioso» de la una y la otra. En realidad, es importante saber, que esta no es la forma de violencia humana, acto violento, pero su significado es un acto violento, y como cualquier otro acto, tiene un medio de expresión y un medio de acción.

En el caso humano, las cuestiones que cabe responder relacionado con la agresión y la violencia es, inicialmente de la siguiente manera. Lo que expresa (consciente o inconscientemente) el sujeto en su vivir diario cuando se expresa, ¿por qué usa un medio y no otro? ¿Cuál es el objetivo de su actuar?; ¿por qué esto y por qué esta forma de actuar y no otra? El análisis del comportamiento puede aclarar los procesos elementales en el juego y la forma en que se combina un actuar y el enlace y sus juntas. El biólogo a continuación, puede esforzarse, a su vez, para descubrir y analizar los procesos y mecanismos cerebrales que se relacionan con los estímulos y lo que ocasionan y las respuestas lo que provocan. Con eso hemos tratado de aclarar las dudas.

Una segunda dificultad se asocia con la investigación. Esta se enfrenta a serias dificultades cuando trata de aclarar el papel real del genoma del individuo en el desarrollo de su identidad psico-social, sus formas únicas de ser y de actuar hacia los demás [ ]. Durante mucho tiempo, la genética fue esencialmente cuantitativa. Estudios estadísticos de gemelos y niños adoptados, simplemente confirmaron la participación de factores genéticos en la génesis de las diferencias individuales, mediante la cuantificación de su participación en la variación observada en una población, para un carácter determinado. El advenimiento de la genética molecular ha progresado más allá de destacar la extrema complejidad de la función de los genes, lo que permite afirmar que «la idea de que un gen determina un componente específico de una fenotipo conductual” pierde toda credibilidad científica. De hecho, parece que varios genes están involucrados – en diversas combinaciones – en el desarrollo de un mismo carácter. Que el carácter puede ser el resultado de diferentes genes en diferentes individuos, parece ser una verdadera realidad; el efecto producido por un solo gen es a menudo a muy pequeña escala, y este efecto puede ser debido no a un gen «patógeno», pero a mutaciones neutrales, que alteran el nivel de expresión de un gen «normal». A este respecto, es interesante señalar que «es en el cerebro que existen las mayores diferencias en la expresión génica entre los humanos y los otros primates» y por lo tanto hay necesidad de buscar genes específicos para explicar las características del cerebro humano.

La otra dificultad que necesita enfatizarse tiene que ver con gen-ambiente. Las altamente complejas interacciones bidireccionales entre factores genéticos y ambientales a lo largo de la vida. Durante las primeras fases de desarrollo, en su etapa embrionaria y de la infancia, las condiciones ambientales pueden afectar en cómo los genes se expresan, en cómo se establece una estructura nerviosa o modo de funcionamiento cerebral y por lo tanto provoca una condición, un fenotipo conductual. Al mismo tiempo, algunos genes determinan la sensibilidad posterior de respuesta de la persona a la posible influencia perjudicial de un aspecto particular del medio ambiente. Además, los determinantes genéticos del fenotipo conductual, pueden conducir al individuo a buscar o, por el contrario, evitar tal o cual tipo de ambiente.

Podemos añadir resumiendo que, en general, sólo la combinación de factores de riesgo genéticos y factores ambientales de riesgo, aunados a un funcionamiento cerebral, es probable que generen – en su caso – las actitudes y el comportamiento antisocial. A pesar de estas dificultades (y algunas otras) es importante estar plenamente conscientes de que la investigación biológica, ha proporcionado una serie de datos de gran interés. Pero la cuestión que se quiere saber es en qué medida y cómo los resultados obtenidos en los animales, pueden arrojar luz sobre la naturaleza de los procesos biológicos implicados en la violencia humana, porque no hay una sola reacción impulsiva, un acto violento en los seres humanos, este es más a menudo el resultado de una cadena causal muy compleja que se desarrolla a lo que contribuyen muchos procesos cognitivos y afectivos que se combinan e interactúan. Y este acto se inscribe en la historia y en un contexto que es propiamente humano.

Está claro que en el momento actual, nuestros conocimientos, la biología, no tiene acceso a muchas de las operaciones cognitivas, y sobre todo a la naturaleza de los significantes y motivadores que trata. El conocimiento que adquiere de sí mismo el sujeto, su relación con los demás, valores y creencias, aspiraciones y proyectos que impulsa, las alegrías y las penas que vive, están integrados en las representaciones, cuyo contenido se actualiza constantemente, se mantiene actualizando, fuera del alcance de las investigaciones biológicas.

Algunas teorías

Dado el papel destacado de los procesos afectivos en la génesis y evolución de las relaciones e interacciones sociales, «una biología de la violencia» implica, esencialmente, conceptos, métodos y técnicas de lo que en la actualidad se conoce como «neurociencia». La agresión, la violencia, consideradas como entidades biológicas, las primeras realidades de sus causas con que nos topamos, son los genes y el cerebro, el cual se desarrolla sobre la base de estos genes: de esa forma, los genes se vuelven los «generadores» de un tipo de energía específica endógena, que nos lanza los unos contra los otros. Pero esto como veremos no lo es todo.

¿Cómo ha considerado la violencia la historia? Veamos solo lo más reciente; en el último cuarto del siglo XIX, Cesare Lombroso logró imponer su teoría de «criminal nato». Él dedujo que su constitución física, manifestaba su capacidad hacia la delincuencia. Él examinó las características morfológicas del cráneo, el cerebro y la cara, de miles de criminales de todas las edades y con eso dijo haber «descubierto» en los humanos, el estigma de identificación innegable de la delincuencia, las señales inconfundibles del «criminal nato”.

En el siglo XX en persecución de esa idea, la atención se centró en los cromosomas y los genes que se supone que determinan y están presentes en el origen de nuestra constitución física particular y en los «malos hábitos» de la que son responsables. Y es a partir de 1965, en que se escucha hablar mucho durante algún tiempo de «un cromosoma de la delincuencia», es decir, un cromosoma supernumerario presente en el genoma de algunos hombres. Se conocerá sobre ellos como los «supermachos programados genéticamente a la violencia» y una «predisposición a la delincuencia.» Al mismo tiempo (en 1966), Konrad Lorenz publicó un libro que ha tenido un gran impacto y en el que habla de «esa cantidad nociva de agresividad, herencia malsana que todavía penetra en el hombre de hoy hasta la médula «, o el » instinto de agresión, heredado de nuestros antepasados y los simios, que nuestra razón no puede controlar».

En la última década, los avances significativos en biología molecular, han conducido naturalmente a promocionar la idea de que «todo pasa por el nivel de los genes del cromosoma”. Hemos escuchado varias veces afirmar que se ha descubierto «el gen de agresión» y algunos han proclamado que la neurobiología molecular, pronto será capaz de erradicar del genoma humano, los genes que se cree que se encargan de «desviarlo» y especialmente aquellos que son la causa de comportamientos violentos. Esta previsión de una «mejora» radical de la naturaleza humana, se basa en la convicción expresada claramente que la ingeniería genética, finalmente será capaz de tomar el lugar de la ingeniería social, considerada completamente ineficaz. Así, políticos, médicos, educadores y quien sabe cuántos más, no cesan de reconsiderar la necesidad de cambiar al hombre, cambiar nuestro futuro, por medio de la elección de nuestros genes.

Existe otra forma de mirar y entender la violencia. Otra manera de diseñar la «biología de la violencia»; se basa en las ideas de la sociobiología y el darwinismo social. En un estudio «taxonómico» de la delincuencia juvenil de hace algunos años, los autores clasificaron grupos de individuos [ ]. En el primer grupo, el comportamiento antisocial se limita al período de la adolescencia. Entre aquellos que exhiben estos comportamientos a lo largo de su existencia, algunos se verán afectados por trastornos del desarrollo con orígenes muy diferentes; otros estarán destinados a ser un grupo independiente con un estilo de vida que está determinada genéticamente y que viene del mundo hostil y peligroso de nuestros antepasados. Estas personas serían entonces los herederos de los genes «buenos» que, en el pasado, podrían haber hecho a sus familiares particularmente capaces de sobrevivir, reproducirse y pasar esos mismos genes a ellos.

Del mismo modo, los análisis detallado de los trastornos del cerebro y el desarrollo del comportamiento, centrados con frecuencia en el maltrato infantil y la violencia doméstica, ha llevado a los autores a considerar que todos estos problemas no resueltos en la niñez, son una especie de señal que enciende el resurgimiento o la reactivación de una forma arcaica del funcionamiento del cerebro y genera una estrategia para la existencia cuando se es adolescente y adulto. A su entender, esta operación y estrategia natural, es una adaptación al entorno violento, al mismo tiempo que priva al sujeto, de las habilidades psicosociales y estrategias pro-sociales, necesarias para una vida social equilibrada en nuestra sociedad llamada civilizada.

Procesos cerebrales relacionados con la conducta socio-afectiva

En la mayoría de laboratorios del mundo, este tema se ha trabajado en el comportamiento rata-ratón, de agresión interespecífica, una conducta en la que la rata reacciona a la intrusión de un animal de una especie foránea en el medio ambiente que se ha vuelto familiar para ella..

En una forma muy resumida pareciera que en la agresión, hablamos del fracaso del sistema de control prefrontal para modular los actos agresivos que son provocados por estímulos internos o externos al individuo que provocan la ira. Hablamos de un desequilibrio entre las influencias reguladoras prefrontales y la hiperreactividad de la amígdala y otras regiones cerebrales del sistema límbico implicadas en la evaluación afectiva. Retirada social, agresión social, aumento de la percepción de las amenazas, búsqueda inadecuada de seguridad en términos biológicos significa alteración de neurotransmisores, mal funcionamiento de los circuitos subyacentes y mala conectividad corto límbica dando como resultado una forma que afecta el control de los comportamientos de aproximación-evitación social.

Eso nos hacer pensar y permite formularnos la pregunta: ese comportamiento no tiene absolutamente nada que ver con la agresión humana y nos permite ver cómo el cerebro reacciona a cosas y casos externos. De hecho, muy rápidamente, uno se da cuenta que el comportamiento biológico tanto en los animales como del hombre, se rigüe por la interacción social, por los estados emocionales y las emociones, y no hay ninguna razón de peso, para pensar que procesos cerebrales en ratas y otros animales analizados, no estén también haciendo trabajar al cerebro humano de manera similar.

Para muchos biólogos y médicos, el campo de la «biología de la violencia» se ha convertido en un aspecto particular de las neurociencias. Dentro del cerebro, las redes neuronales individuales se extienden a través de todos los ensambles de los estados funcionales. Estas redes conforman los sistemas del placer y la aversión; de la recompensa y el castigo, y juegan un papel mediador y unificador esencial, como generador de significados y adaptaciones, Algunos datos concretos ayudan ya a ilustrar el papel que juegan los procesos y mecanismos que intervienen en la dinámica «emocional» en la generación y el control de la conducta social del cerebro. Podemos distinguir esquemáticamente pero no hieráticamente tres niveles funcionales jerárquicos y superpuestos, que interactúan en forma ascendente y descendente.

El nivel elemental es la sede de los procesos que rigen la satisfacción de las necesidades básicas biológicas (comida, bebida, el sueño, reproducción, escapar de los peligros). Un papel muy importante lo juega el hipotálamo, que no sólo está formado con receptores que registran los movimientos de un determinado parámetro del medio interno (glucosa en la sangre, osmolaridad, temperatura…) y que generan mecanismos correctores adecuados, sino también la dos redes neuronales antagónicas cuya activación genera los atributos emocionales primarios que están asociados con lo que se percibe. Estos mismos sistemas también están implicados en la génesis de un estado emocional más duradero (el «estado de ánimo»). La estimulación eléctrica del sistema de placer y la recompensa (en el área hipotalámica lateral) desencadena fácilmente una agresión ofensiva, depredadora en las ratas. Si combinamos sistemáticamente estimulaciones similares en ratas que cohabitan «en paz» con un congénere, a la menor inclinación o esquema de agresión, hace que la rata desarrolle una agresividad marcada que no estaba originalmente. La estimulación de los sistemas de aversión y de defensa (en la sustancia gris periacueductal) conduce a las ratas a atacar y matar al ratón que ha estado presente en una jaula durante dos meses con ellas y al que nunca había atacado de forma espontánea.

Igualmente con microinyecciones locales de agonistas o antagonistas de ciertos neurotransmisores (GABA, en particular), se puede modificar a voluntad, la forma en que se procesa información sensorial y la actitud del animal con respecto a objetos o congéneres y la forma de percibir (en el sentido de las ansias y el enfrentamiento o, por el contrario, la aversión y la retirada). La agresión de la Rata en relación con un ratón que se alojó en su jaula, está relacionada con una combinación de neofobia (temor a lo que es nuevo y desconocido) y un alto nivel de reactividad emocional. Así podemos seguir hablando del efecto de experimentos sobre otras estructuras y las respuestas provocadas. Por la implicación de estos procesos cerebrales, el comportamiento del individuo se vuelve más y más, la expresión de una experiencia, la manifestación de preferencias y aversiones adquiridas en el trayecto de su diario vivir y mediante la manipulación experimental de las características de la transmisión, se puede cambiar de forma sostenible la actitud general del animal.

Algunas regiones de la corteza prefrontal (corteza orbitofrontal, la corteza cingulada anterior) están estrechamente interconectados con la amígdala y está involucrada en el procesamiento de la información afectiva y, sobre todo, en la detección de cualquier cambio que afecte a un particular significado emocional. En estas circunstancias, no es sorprendente que las lesiones de la corteza orbitofrontal y los problemas de la corteza cingulada anterior, provoquen alteraciones profundas de la «personalidad» y el comportamiento social: emociones embotadas, la mala percepción de las emociones expresadas por otros, las interacciones madre-joven interrumpidas y, más en general, el comportamiento social inadecuado. Del mismo modo, las lesiones de la corteza cingulada pueden causar en los seres humanos, diversos trastornos afectivos (apatía, desinhibición, falta de control en la sociedad, agresión), al mismo tiempo que alteran el juicio social. Además, ciertas lesiones de la corteza prefrontal, provocan pérdida al sujeto humano de su espontaneidad, su facultad de auto-activación psíquica, y el afectado experimenta dificultades reales para salir de las garras de los incentivos del momento y el significado inmediato de la cosas. Desde el desarrollo del cerebro, preferente de la corteza prefrontal, hay que subrayar que está profundamente involucrada en las capacidades que son únicos a los seres humanos: la auto-conciencia y el trabajo sobre sí mismo; el viaje mental y tiene que ver con sus fracasos y sus proyecciones hacia el futuro.

Pero se ha avanzado un poco más. En general, hay una buena concordancia entre los resultados obtenidos en los experimentos con animales y los datos facilitados, en los seres humanos por la clínica y recientemente por obtención de imágenes funcionales del cerebro. Además, las estructuras cerebrales cuya participación importante en el comportamiento socio-emocional se ha demostrado en animales y en el ser humano (es decir, la corteza prefrontal y el complejo amígdala-hipocampo) son también los que están demostrando efecto de los abusos en los trastornos del comportamiento causados por el estrés, negligencia o abuso sufrido en la infancia.

Lo que parecen enseñarnos los estudios biológicos en animales y humanos, es que existe una bidireccionalidad de interacción entre lo biológico y lo social que resume a la larga el comportamiento socioafectivo. La formación de imágenes y la neuromodulación durante las tareas de aproximación-evitación en humanos, apunta al control cortical de los circuitos del tronco encefálico y adyacentes, como un regulador esencial de las decisiones y acciones socioemocionales. Las experiencias sociales adversas producen sesgos en las tareas de aproximación-evitación e impulsan a un comportamiento en los circuitos de tipo especial y diferente: insuficiente facilitación serotoninérgica (serotonina un neurotransmisor que tiene que ver con el humor), estimulación catecolominérgica excesiva e inbalances del sistema glutamatérgico/gabamenérgico y estimulación subcortical serotoninérgica.

Por último, vamos a responder a la pregunta original. No hay biología particular de la violencia. Hay un conjunto de procesos y mecanismos del desarrollo biológico que ofrece, en condiciones normales, tanto las condiciones de posibilidad y las herramientas necesarias para construir una vida social equilibrada y serena, cuyas dimensiones histórica y contextual son esenciales.

Si un acto violento se utiliza como una política de apropiarse de un objeto deseado, no es la «biología» del agresor la que está en cuestión. Pero el hecho de que los individuos estén propensos a cambios a través del aprendizaje social en que se le demuestra insistentemente que un tema o cosa o bien debe ser codiciado (¡discurso publicitario!, ejemplos hogareños) y que la agresión es un instrumento eficaz para lograr sus fines («modelos» proporcionadas por televisión y los videojuegos, ejemplos sociales) ciertamente activan la «vulnerabilidad» biológica, producida por factores de riesgo que provocan un trastorno del desarrollo en particular de las redes neurológicas y no debido principalmente a la anomalía genética sino a –y con demasiada frecuencia- a varios factores ambientales que modifican el patrón biológico tales como: ingestión de sustancias tóxicas, malos hábitos y conductas inapropiadas de mujeres embarazadas o negligencia, malos tratos a los niños pequeños y sus madres, infecciones, accidentes y golpes. Esto significa que, colectivamente, tenemos la obligación imperativa de garantizar la salud mental y social del niño, como se destacó recientemente que un informe de la Academia Nacional de Medicina, es lo que evitaría esos daños o cambios de comportamiento cerebral y mucha de la patología biológica y social de la violencia.

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