Una nación de multis
Así se concebía nuestra patria en nuestra generación posrevolucionaria: multiétnica, multigeográfica, multieconómica, lo que permitía errores y confusiones y diferencias en conciencia social sobre ello y lo más triste es que a esa confusión, no la podíamos someter con facilidad a la disección a la que sometíamos a la enfermedad. Nuestra historia -se nos había mostrado en los estudios generales- era de multitudes desposeídas, guiadas por unos privilegiados políticos y poderosos capitales. Apenas habíamos estado cerca de ser una patria con la revolución del 44 y ante nuestros ojos, el indígena, el ladino y el extranjero, eran tan distintos, en costumbres, tradiciones y en estilo de vida, como lo había sido al momento de independizarnos. Este hecho era importante para la promo de médicos del 72; para nuestro entendimiento de lo que era salud y enfermedad, ya que nos señalaba grupos con diferencias en hábitos, educación, oportunidades y finanzas, casi transmitida hereditariamente, que impactaba en su salud, aunque nos era aún muy vago, cómo los problemas sociales, económicos y políticos afectaban la salud y la volvían diferencial importante en los distintos grupos de población.
Al final, independiente de nuestros credos e ideas tan diferentes, creo que todos estábamos de acuerdo y conscientes de esas diferencias y multis que se albergaban en nuestro terruño, y quizá, ya nos hacíamos eco del futuro verso del poeta Humberto Akabal:
En este país pequeño
todo queda lejos:
La comida,
las letras,
la ropa …
Añadiendo al poema: la salud.
Y también estaríamos de acuerdo, que todo ello es producto de políticas económicas y sociales desiguales y de exclusión, que ha dado como resultado en muchos, la formulación de una sociedad guatemalteca de empobrecimiento crónico, que se vislumbra desde la conquista hasta nuestros días.
Nuestro primer esquema social de la salud-enfermedad
Hasta en un 80% podría decirse, el tema prioritario de nuestra formación teórica en las ciencias médicas, eran los campos de las ciencias biológicas, dejando en claro, la debilidad del aparato conceptual y metodológico de la salud y la enfermedad, como un fenómeno colectivo y social en nuestra formación. En aquellos tiempos, el hacer de las escuelas de medicina latinoamericanas, se encontraba bastante alejado de una capacidad de reflexión y de acción, para transformar el mundo social y ambiental, origen y nicho de la enfermedad y enfermos.
No es este el lugar adecuado para hablar de la formación salubrista, pero si se hace necesario señalar que lo social, dentro del proceso formativo teórico del médico, era muy parcial y fundamentalmente consistía, en el aprendizaje de un agregado estadístico de datos individuales clasificados como factores socioeconómicos, que se pretendía relacionar con las estadísticas de morbimortalidad y hasta ahí llegaba el razonamiento.
De tal manera que luego que tuvimos una introducción con los doctores Paredes, Padilla, Aguilar sobre la selección y medición de factores de riesgo Socio-Económico y su relación con la salud; de una introducción de conceptos de lo social y la enfermedad, pasamos a la práctica, utilizando como área de capacitación, un barrio llamado “la Florida” habitado en aquel entonces especialmente por obreros y burócratas. En aquel lugar se nos asignó a cada uno de la promoción, una familia que deberíamos encuestar y darle seguimiento a su problema socioeconómico y a fenómenos como: empleo, salud, educación; a su dinámica demográfica, a lo largo del tiempo de observación que haríamos. La medición del estado de salud de nuestra familia y sus miembros, corría a cargo de un estudiante de último año de medicina, que era nuestro compañero en las visitas domiciliares que realizábamos periódicamente. El estudiante que nos acompañaba, iba a hacer práctica clínica en la familia que se nos había asignado y lo que este hacía -consulta médica- rápido le tomábamos el ritmo: interrogación oral, maniobras exploratorias, una intervención para confirmar y luego la intervención terapéutica.
Al final de la práctica, en un informe conjunto, tratábamos ambos de conjugar la epidemiología y la clínica, con la condición social. Aquel ejercicio, más que permitirnos un proceso estructurado y ser una observación reflexiva y analítica, lo que hacía era acercarnos en el terreno empírico, a tomar conciencia de lo que significaba dentro del proceso de salud-enfermedad, el papel transformador que juega lo socioeconómico, en la problemática de la salud, que en algunos casos y familias, fue posible profundizar en sus limitaciones, lo que permitió una mejor explicación del papel de lo socioeconómico, en el proceso de salud- enfermedad, detectado por el binomio estudiantil.
Ese primer contacto entre lo clínico y lo social, nos sumergió -aunque muy someramente- en el impacto que tiene en el desarrollo y extensión de la enfermedad, el hábitat y el estilo de vida de las personas y la familia. Nos hizo ver la existencia íntima de una correlación entre individuos, agentes externos y medio ambiente, en la determinación de la salud o la enfermedad.
Fue en esa práctica que llamábamos de la Florida y en las clases magistrales de medicina preventiva y social, donde por primera vez tuvimos conciencia de que la enfermedad no es únicamente desentonación melódica de la fisiología humana, sino en cierto modo tiene nacimiento en una “empresa personal” armónica de estilo de vida, que se proyecta con tiempo y compás en la melodía biológica. Y es esa interacción de la armonía sobre la melodía, lo que vuelve específica en contenidos y manifestaciones, la enfermedad en personas y grupos. Pero también nos era evidente, que la evolución de la enfermedad, depende de la sincronía que se dará a la resolución del problema, de parte del sistema de salud y las personas. Así que nos fue clara la advertencia: toda enfermedad humana, está cargada de biografía social y como empresa propia del cuerpo, no resulta justo decir que quien la realiza (la biografía), la merece padecer (la enfermedad).
La otra lección de ese ejercicio teórico práctico de la clase de medicina preventiva y social, fue la exposición que tuvimos. Fue exponernos a una realidad de vida: el hogar y lo que en este sucede, y lo que en este se puede hacer como médicos, observando el trabajo de nuestro compañero y futuro colega médico. Obviamente, como ya mencioné, aquel primer ejercicio, no tenía la suficiente claridad científica teórico y práctica y un análisis crítico sólido, pero constituía para nosotros, un acercamiento y reconocimiento del vínculo social con lo clínico; de identificación de algunos fenómenos, que en la vida de las personas tienen lugar y que pueden alterar, más o menos, el proceso salud-enfermedad.
Al final de la práctica y en un resumen del trabajo realizado, casi todos los grupos resaltábamos cuatro puntos:
1º Que las condiciones sociales, crean y/o favorecen, la predisposición a enfermar o mantenerse sano.
2º Que algunas condiciones sociales, son las portadoras de las condiciones de enfermedad.
3º Que las condiciones sociales, son eslabones intermedios de la patogenia.
4º Que las condiciones sociales, influyen en la evolución de la enfermedad.
Y al final añadíamos (creo que más como hipótesis y a mano) que, a su vez, la influencia de las condiciones sociales, varía según la estabilidad y calidad de la política nacional y local que se ejecute en favor de las masas.
No cabe duda que este proceso de nuestra preparación académica, constituyó una aproximación entre la medicina y la sociología. Al menos ya sabíamos que la enfermedad se produce no sólo por la disminución de la resistencia del huésped o el aumento de la agresividad de los agentes que actúan sobre él, sino que también actúa el medio, con sus condiciones favorables o desfavorables al huésped o al agente.