Un panorama mundial lleno de protestas

El segundo año de nuestros estudios de las ciencias médicas, fue muy especial para la patria y para nosotros. Ese año fue de gran movilidad estudiantil en todo el mundo. En EE.UU., Francia, Alemania, Italia, Polonia, Checoeslovaquia, México, grandes manifestaciones y muerte de líderes estudiantiles, llena los titulares de la prensa mundial. En China se celebra el IX Congreso del Partido Comunista, encaminado a profundizar la Gran Revolución Cultural, comandada por una extraordinaria movilización estudiantil (Guardias Rojos).

Y más cerca de nosotros, los americanos desde comienzos del año, recrudecían los combates contra las ofensivas guerrilleras en Vietnam, que claramente favorece a los nacionales y a lo interno de los EE.UU. se genera un fuerte movimiento pacifista, con grandes disturbios estudiantiles. En lo más terrible de protestas antibelicistas norteamericanas, el 4 de abril de 1968 se produce el homicidio de Martin Luther King; guerra y lucha por los derechos civiles, se confunden en ese homicidio. Luego el 4 de junio de 1968, viene a echar leña al fuego, el asesinato del candidato a la presidencia de Estados Unidos, Robert Kennedy. En medio de ese caos, Lyndon B. Johnson y Leonid Brézhnev firman el Tratado de No Proliferación Nuclear USA-URS. En tanto que, en Medio Oriente, el Estado Israelí ataca a Jordania y bombardea las refinerías del Canal de Suez, produciendo eso grandes manifestaciones en el mundo árabe, con alta participación estudiantil.

Pero no todo es guerra y manifestaciones en ese apocalíptico año, en que la promo72 cerraríamos nuestra preparación en las ciencias básicas médicas. En el cine que tanto nos gustaba, se estrenaron tres grandes películas de temas apasionantes: “Teorema”, ”2001: Odisea del espacio” y “El planeta de los simios”. Tres formas de ver la evolución humana y su producción. En literatura se crían sobretodo, novelas de ciencia ficción como Chocky, más tarde adaptada a la televisión y el cine y atrae nuestra atención las novelas “La traición de Rita Hayworth” de Manuel Pug y “pabellón de cáncer” de Alexander Solzhenitsyn, una historia que se desarrolla en un hospital de Rusia. El ensayo de Carlos Castañeda “Las enseñanzas de don Juan”, que cuenta experiencia en el mundo de las drogas, se vuelve de nuestros favoritos.

Pero ningún evento del entretenimiento nos marcó tanto, como los juegos olímpicos México 68. Por primera vez tal evento era televisado en tiempo real y a todo color. Por primera vez vimos una protesta durante la ceremonia de premiación, los tres afroamericanos ganadores de los primeros lugares en la competencia de 200 metros, levantaron uno de sus puños envuelto en un guante negro, como símbolo del poder: la resistencia del movimiento afroestadounidense frente a la segregación negra. Además, se realizó la primera Olimpiada Cultural y se llevaron a cabo las primeras pruebas de género y controles antidopaje.

 

Pero fue la tragedia previa a los juegos, lo que más nos conmocionó.  Era una mañana identificada en el calendario como un 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas, murieron más de 300 estudiantes y profesores y ese acontecimiento fue pasado en buena parte por televisión. Fue la brutal culminación de delitos, perpetrados desde el gobierno de México.  La protesta estudiantil ponía en riesgo los juegos, pero en el fondo la sangrienta represión, fue contra el movimiento estudiantil de protesta, que por meses habían resistido y cuestionado las políticas y las medidas sociales y económicas del Estado, reclamando democracia.

Entonces podríamos decir, que estábamos viviendo una preparación académica, en medio de luchas estudiantiles contra el sistema y contra la enseñanza universitaria, que provocaba mártires por todos lados.

En nuestra patria, tampoco fue un año de entera felicidad. Años antes en 1961, la organización guerrillera, había nacido dentro de un grupo de 20 oficiales jóvenes del Ejército, que formaron el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre. En ese periodo de auge de la lucha guerrillera y en la coyuntura de la presidencia de Julio César Méndez Montenegro (1966-1970), Guatemala se vio envuelta en una campaña contrainsurgente, en la que fueron asesinados miles de ciudadanos. La lucha guerrillera se recrudeció en 1968, tras el secuestro, tortura y asesinato, de Rogelia Cruz Martínez, quien había sido Miss Guatemala y que se unió a la guerrilla. Ante ello, el 8 de junio, la insurgencia guatemalteca llevó a cabo una operación, asesinando al embajador de Estados Unidos, John Gordon Mein. Las tropas guatemaltecas respondieron causando en poco más de un año, 2,800 muertes de intelectuales, estudiantes y líderes campesinos y obreros. Fue 1968 una coyuntura, en la que el movimiento estudiantil guatemalteco vivía una de las peores zozobras. El movimiento estudiantil universitario guatemalteco, era evidente que, desde la revolución del 44, participaba en todo el fenómeno de la Reforma Universitaria, para la construcción universitaria de un nuevo profesional, más consciente de su papel social y no solo de un individualismo. La facultad de medicina no se vio ajena a ello. Tuvo sus mártires e ideales que, en ese marco, se produce la ofensiva revolucionaria (marzo de 1968) que afectó a gran parte de la clase media y la vida estudiantil.

La madre de las ciencias médicas nos adopta

Finalmente llegábamos al curso llamado por los estudiantes de los años avanzados de todos los tiempos “la Reyna de los saberes médicos”: la patología, que se veía escudada por otra disciplina: la propedéutica.

Rondábamos la mayoría de la promoción 72, la primera veintena de años y este curso revolucionaba nuestra observación médica. De nuevo, formación de grupos de estudiantes, asignación de turnos para trabajar en la morgue, para realizar autopsias de pacientes fallecidos en el hospital. Y ¿en qué consistía esa práctica que se realizaba en turnos de 24 horas cada tres a cuatro días y que demandaba de realización de hasta cuatro autopsias turno asignado?

Era esta labor, toda una revolución de la forma de observar a la que habíamos estado sometidos.  La observación médica en cada autopsia que hacíamos, consistía en estudiar los órganos de los fallecidos, realizando una investigación comparativa de lo que debía ser normal, con las lesiones y daños a los tejidos que encontrábamos; es decir, hacíamos un estudio comparativo entre lo normal y lo patológico de la enfermedad del fallecido; ello, con la idea de conocer la causa de la muerte y los principales motivos de la enfermedad que la precedió. Luego de realizada la autopsia teníamos que presentar el caso a nuestro principal instructor: el doctor Jorge Rosal, a quien le presentábamos los hallazgos encontrados y lo que estos significaban patológicamente. Reflexión sobre hallazgos pos mortem y lo que se diagnosticó que padecía en vida el paciente. Concordancias y diferencias, era el trabajo mental a que debíamos someter cada caso. Cada caso, nos demandaba una lectura profunda de nuestro texto de patología.

El trabajo de autopsias que realizábamos, iba acompañado de clases magistrales, en que distintos profesores (la mayoría de ellos internistas, pero algunos especialistas también) nos iban explicando la fisiopatología de sistemas y órganos.

Cuánto este método teórico práctico de la patología ha aportado a la medicina, es invaluable. Cuánto han significado para la medicina moderna los estudios realizados pos mortem, le ha dado un aporte invaluable al diagnóstico y a la terapéutica médica. Para nosotros el ejercicio en sí, era invaluable. Por primera vez en una investigación médica, a más del órgano sospechoso de estar principalmente implicado en la enfermedad y muerte de una persona, nos veíamos obligados a examinar todos los órganos. En esas mesas de la morgue, estudiábamos desde el pelo y la piel, hasta cada uno de los órganos del difunto. Tratábamos de unir los padecimientos y síntomas que habían existido, con las lesiones macro y microscópicas que encontrábamos y de llegar a un veredicto final: de qué tuvo y qué mató. Al final, el acto explicativo consistía en discutir cada uno de estos incidentes que en vida se dieron o se documentaron del paciente, y solo, después realizar una investigación exhaustiva de lo encontrado sano y dañado, llegar a la inferencia de qué órgano u órganos y sus funciones, pudieron ser el origen de la enfermedad y la muerte. Y al final de ello, también analizábamos lo producente de la terapia empleada (aunque a esas alturas nuestra farmacología todavía fuera débil). El jefe de patología el Dr. Jorge Rosal siempre nos advertía: Los síntomas de la enfermedad significan muy poco, a menos que sepamos qué órganos están afectados y qué cambios se han producido.

De esa suerte, la patología venía a ser el eslabón final en la cadena de enseñanza de las bases teóricas de las ciencias médicas.  Los avances modernos diagnóstico-terapéuticos, pueden indicar obsoleta aquella práctica, pero la agudeza de las observaciones y la veracidad de las investigaciones que derivábamos de ella, convierten esa forma de enseñanza no solo en un clásico perdurable, sino en la base de lo que fue nuestra práctica médica. O como diríamos muchos de nosotros “No importa dónde abramos el libro de nuestra práctica profesional médica, siempre en esas páginas habrá una lectura buena e instructiva, llena de sugerencias y rica en narrativa de lo que fue nuestro entrenamiento en patología”.

Fue también ese año 68, el año de sábado de completo blanco y por primera vez estetoscopio al cuello. Año de franqueo al hospital, para aprender técnicas elementales del cuidado del paciente: inyectar, Asepsia, desbridamiento, clasificación de pacientes, curaciones especiales, auscultación. Todo ello, acompañado de principios de semiología, comprensión sobre la historia clínica, los elementos de un diagnóstico, la significación de signos y síntomas. Eran tiempos y momentos de nuestro primer rastreo de organización y funcionamiento de ese basto mundo que es el hospital; y para algunos de nosotros, ello iba ya acompañado -si era posible- de escapar de los ojos de lechuza de las hermanitas y usando toda nuestra agudeza intuitiva y muchas mañas- de una aventura con enfermeras, estudiantes de enfermería o de servicio social, que rondaban también por allí.

Nuestro primer contacto con los medicamentos

El doctor. Vargas, nuestro maestro en este campo, el único con especialidad en ese momento en nuestro medio nos fue claro desde el principio: La enseñanza de la farmacología en su plan de estudios tiene como fin impartir: 1º conocimientos acerca de los fármacos que se utilizan en el tratamiento y la prevención de las enfermedades o 2º en la interrupción de ciclos patológicos de las enfermedades o 3º de interrumpir los ciclos epidemiológicos, 4º  de correcto y seguro uso de los medicamentos, sueros y vacunas. Por lo tanto, nos advertía: su conocimiento debe comprender no sólo el efecto de la droga en el paciente, sino también su mecanismo de acción y su destino en el organismo. Al final ustedes estarán capacitados para conocer como las familias de medicamentos pueden y deben funcionar, en el tratamiento o en la prevención de las enfermedades -concluía.

 

Fue ahí donde aprendimos que la prescripción de un medicamento, significa asumir un riesgo calculado; y debíamos tener claro poder juzgar la magnitud de ese riesgo. El curso comprendía clases teóricas, no contábamos con laboratorio de farmacología. Así, a través de lecturas y de clases, conocimos la forma de actuar de las familias de medicamentos y sus presentaciones, sobre la dinámica de cada sistema y aparato del organismo, en respuesta a los medicamentos. La clase teórica del doctor Vargas nos orientaba y en ningún caso incluía todos los conocimientos al respecto, les prestaba atención preferente a los aspectos fundamentales, de modo que nosotros completábamos por nuestra cuenta los conocimientos sobre dicha materia.

Valles verdes y pintorescos paisajes acogen en Guatemala miles de milenarias plantas. Miles de personas ya sea viviendo en áreas rurales, ya en urbanas, desde sus ancestros recurren en gran número a la medicina tradicional para la cura de sus males, por ello el consumo de plantas medicinales es amplio y muy variado para las diferentes enfermedades en nuestro medio; pero pese a ello, lamentablemente no era tema de estudio de parte de la farmacología que llevábamos.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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