Situación:

Decían los filósofos Harald Weinrich y Roland Barthes que una de las maneras más efectivas de dar la impresión de veracidad es prodigarse en datos inútiles en el nivel estructural, pero imprescindibles en el funcional, o en otras palabras que: la regla de oro de la falsedad es que todo lo esencial para una mentira está abierto a sospecha: son los elementos no esenciales los que refuerzan la verosimilitud de la narración.

La epidemia de COVID-19 comenzó hace un poco más de dos años y medio, con una avalancha de boletines de noticias y comentarios por todos los medios de comunicación, centradas más en manifestaciones de opinión de toda naturaleza que en verdaderos juicios científicos, de tal manera que eventos nacionales y mundiales que ocurrían, se difundían más como estímulos incitadores y justificaciones para concentrar un trabajo propio de gobierno y sociedad y con objetivos muchas veces poco eficientes e improvisados, ajenos a la preservación y conservación de la salud.

 

Conforme se fue dando la evolución de la pandemia, la subsiguiente cobertura de noticias se transformó fundamentalmente en intercambios entre políticos, médicos, científicos, economistas, religiosos, con visiones parciales, e informes en tuits de redes sociales, con llamamientos conflictivos de comunicación masiva y afirmaciones falsas (las afirmaciones falsas en las redes sociales se propagan seis veces más rápido que las noticias precisas de otros medios –dicen algunos). Este levantamiento de información y la subsiguiente cobertura mediática, dieron como resultado un intenso fuego cruzado de conflictos entre grupos sociales, dictámenes gubernamentales, posiciones de la industria y el comercio que perdura ya por más de dos años y el COVID-19 se contuvo, pero no lo suficiente, como para decir que hemos salido finalmente triunfantes en su contención con toda la ciencia y la tecnología moderna.

Conclusión                                             

COVID-19 vino a ser una demostración más que el mayor desafío de salud pública en este siglo, lo manejamos más con el corazón que con la mente.

La respuesta mundial y nacional a la pandemia, cuajada de intereses más materiales que humanos (la salud o la vida) se caracterizó por un liderazgo mundial y nacional débil e inconsistente. Además, y en eso hay que ser claros, dada la falta de una preparación mundial y nacional a un evento de esa naturaleza, la respuesta gubernamental a la pandemia estuvo fuertemente influenciada por consideraciones políticas fundamentadas en procesos más comerciales y financieros, que ignoró el conocimiento y la experiencia científica de la pandemia, basada en evidencia. Creo que lo que ha sucedido con este evento, constituye una advertencia de que, a como las sociedades se organizan en la actualidad, ignorar la ciencia, socavar su credibilidad en aras distintas a su veracidad y objetivo y no contar y reforzar en base a ello un sistema de salud para el Control y la Prevención de Enfermedades, pone a riesgo a cualquiera y desanima la acción social. En resumen, las maquinaciones políticas sobre los enfoques más efectivos para combatir la pandemia, estuvieron cuajadas de intereses, que echaron por la borda equidad y justicia, afectando como siempre al más vulnerable. Fueron respuestas ruidosas, más concentradas en sacarle provecho personal y adquirir poder, ante la situación.

Y el ciudadano común dónde queda

El papel de la ciudadanía en un principio y como era de esperar, fue de obediencia y cumplimiento, más por temor que por conciencia: acatador. Desaparecido ese temor, tornose en perdida de solidaridad y ante la duda (efecto de desinformación) el interés se perdió y la visión se restringió.

Información y desinformación cuál es su papel en lo anterior, ¿quién gana?

Debemos ser claros que los efectos de la información errónea y la desinformación en la salud pública no es algo nuevo. Veamos un ejemplo: El cambio climático acarrea problemas de salud pública que desde décadas ejemplifica una forma de debatir entre sordos en torno al papel que la política, la economía y los cambios en el estilo de vida, deberían jugar en la relación clima-salud y que lo que despierta es ansiedad y controversia entre todos. Estos debates tienen pues una característica: no terminan en lo mejor, en la búsqueda de lo mejor, sino en la justificación para el no cambio y mantenimiento de privilegios. Por eso, el producto de esos debates va y viaja y no se produce paralela la información científica, que no cuenta ni con mejores medios ni acceso para su divulgación y análisis.

Hace unas fechas, un periodista afirmaba que la popularidad de la «desinformación» en la conciencia pública, alcanza su punto máximo cuando apenas aparece un problema y con una facilidad increíble entra a las entrañas de almas y mentes y en el caso de males causados por el hombre, esto es más notable, pues buen cuidado se tiene de poner énfasis en LIBERTAD de expresión y esa desinformación llega para quedarse, pero más para grabarse en el individuo. Poner en duda el cambio climático, la lucha contra las drogadicciones, una mala alimentación y el tabaco, el enfoque político de esos males como forma de controlar, juegan de manera preponderante para influir en las preferencias de conductas, selección de actos, que opaca comportamientos de solidaridad. Habría que estudiar cuánta razón hay en ello. Aún queda en el aire responder preguntas como ¿Qué tan preciso es el problema para la salud del cambio climático con las finanzas, un régimen de gobierno, un manejo laboral? ¿Qué sabemos sobre las formas en que afecta a los ciudadanos? ¿Qué se puede hacer para minimizar el daño que está causando las diferencias en comprensión-atención pública de los temas de salud clave del día? Es algo a lo que el sistema de salud y los medios de información deberían prestar más atención.

 

Desinformación información errónea

Por otro lado, sobre la información debemos tener cuidado con sus términos. La «desinformación» es la etiqueta nominal más comúnmente empleada para hablar y estudiar la proliferación y los impactos de la información dudosa en su contenido. Parte de esto tiene que ver con el hecho de que la desinformación se ha convertido en un término general para conceptos relacionados como ignorancia, rumores, teorías de conspiración y similares. Su estatus como término general a veces ha resultado en un uso amplio del concepto y definiciones imprecisas. A veces se asocia con la información errónea. Puede también argumentarse como información errónea aquella información que inicialmente se presenta como verdadera, pero luego se demuestra que es falsa.

Una línea de distinción entre la información errónea y la desinformación puede hacer depender de la intencionalidad, con información errónea operando en el espacio no intencional y desinformación en el intencional. Es notable como al principio de la pandemia, muchos médicos usaron los medios electrónicos a su alcance que incluía a veces, información completamente falsa, incompleta, que difundía con fines propagandísticos. Otros, especialmente el comercio de medicamentos de todo tipo, lo hizo usando activamente contenido falso con fines de defensa y promoción de sus productos.

Pero importante sobre el impacto de esta información falsa, tiene que ver con cuánto es la ignorancia del receptor de información. No cabe duda que el impacto dependerá del grado de ignorancia de la población, es decir: de cuánto sabe un individuo y el grado de confianza que tiene en ese conocimiento que sabe y el que le llega y la fuente de su emisión. Entonces cabe ver dos situaciones en este problema: Una persona ignorante no solo está mal informada, sino que se da cuenta de que lo está, mientras que los que están mal informados suelen confiar en su comprensión, aunque sea inexacta. Términos como «mito», «falsedades» y «conspiración» se emplean con menos frecuencia y, por lo general, sirven como sinónimos de desinformación errónea más general.

Finalmente, no debemos descartar que hay mucha variación en el trabajo de análisis de contenido de información errónea/desinformación, aunque casi todo este trabajo se centra en fuentes en línea, en redes sociales. Más de buena fe creería uno, se ha presentado desinformación en forma de errores honestos de periodistas o testigos o profesionales de la salud, en lugar de intentos más flagrantes de engañar (es decir, desinformación).

 

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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