Llevamos décadas trabajando a favor de la salud como derecho humano y aún tenemos fallos de consideración. En gran parte, eso ha pasado porque los procesos del modelo de salud se distinguen por su falta de equidad, universalidad, integralidad de acciones e intervenciones, y de organización con participación integrada y coordinada política, comunitaria e institucionalmente.

Desde hace 75 años, se han realizado esfuerzos para crear un Sistema Nacional de Salud eficiente y democrático, en que se embarcaron instituciones nacionales e internacionales, sin llegarse a los éxitos esperados en su totalidad. Muchos eminentes médicos idearon el proceso y destacaron en áreas estratégicas: epidemiología, laboratorio, inmunización, nutrición, saneamiento ambiental, hospitalización. Sin embargo, lo que se obtuvo de ello fue poco y desafortunadamente servicios y soportes técnicos y académicos, se implementaron fragmentada y atomizadamente. El mayor éxito logrado sin duda fueron las campañas contra las enfermedades infectocontagiosas propias de la infancia y por consiguiente, el abatimiento de la mortalidad infantil y la morbimortalidad de enfermedades endémicas como Fiebre amarilla, paludismo, tuberculosis. Por otro lado, hemos visto mantenerse sin lograr abatir las IRAS, GECAS, la desnutrición y han aumentado accidentes y sus discapacidades, enfermedades crónicas, problemas de Salud Mental, entre otros.

Estamos convencidos que la reforma debe empezar en la aldea, el barrio, el parque, la plaza la escuela, el mercado. De muy poco han servido planes y programas, si persiste una inadecuada interacción entre gobernantes, funcionarios y comunidad, y en esto es evidente dentro del sistema da salud, la falta de un pensamiento estratégico. Eso significa que la atención del bienestar de la gente, carece de empoderamiento político y social y entonces propicia poca participación de la población y de muchas organizaciones sociales como protagonistas de la salud; de tal manera que el pensamiento salubrista institucional, se volca especialmente en prestaciones médico-clínicas para mejorar la salud de los enfermos, pero no de las poblaciones que demanda de visión y participación más amplia. En otras palabras, el tema de salud debe desarrollarse pensando que sea explicativo de lo que pasa y el porqué de las condiciones de salud y del origen de su problemática y no dejarlo a criterio de las circunstancias. Es un cambio al respecto de ese enfoque, lo que se debe introducir en la agenda del Estado y esta agenda ya aclarada en sus fundamentos, debería poner la institucionalidad nacional al servicio de la problemática y solucionática de la salud, volcándose a funcionar de forma coordinada con la organización social para llegar a definir los planes y estrategias del corto, mediano y largo plazo, y esas resoluciones sociales e institucionales, finalmente llevarse al legislativo, que debe de manera nacional, legislar y viabilizar su ejecución. Estoy hablando de la democratización de la salud como primer paso a la salud, cómo deber del estado y derecho del pueblo.

Pero a la vez, y resulta claro, que si no se movilizan coordinadamente los conocimientos y técnicas clínicas y salubristas con los sociales, antropológicos y ambientales, no se puede transformar un panorama real salud-enfermedad a favor del primero, pues no actúan estado-sociedad como debe ser y no hace lo que realmente se necesita hacer. El Estado debe empezar ordenando los enseres de casa. Debe lograr que esa dispersión del sistema de salud en proyectos, programas, motivo de reinos de ambición, poder, desviaciones y corrupción, se organice en un solo conductor y a partir de ello construir propuestas que determinen a dónde llegar. Lo importante de ese cambio es desencadenar un proceso de gestión compartida, comprometida y colaborativa; de lo contrario solo se llega a la esquina y no a la plaza de la problemática.

En estos momentos, dentro de la nación existen tres discursos de salud: uno que sale del MSPAS que no llega con claridad a la población, y su capacidad y utilidad es visto en función socio económica: el sistema para los pobres. Otro el del IGSS, segunda línea, que separa la medicina de caridad y beneficencia e introduce la atención a la salud al mundo privado aunque masificado y un tercero que es eminentemente de pago. Esos sistemas alinean sus mayores esfuerzos a lo médico-clínico, al enfermo y con excepción del primero, los sistemas mencionados dan una visión política y social de que el problema de salud son los enfermos y no las enfermedades. Mientras eso siga así, no puede haber democracia para la salud, ya que los enfermos siempre estarán ahí pues los riesgos y amenazas a la salud son un chorro abierto y lo serán en mayor magnitud y heterogeneidad en las clases socio económicas con más dificultad, que a la vez son las que carecen de un acceso adecuado a cualquiera de los sistemas de salud existentes. Por lo tanto, no es de extrañar que más de la mitad de la población tenga un mal o parcial acceso a cualquiera de esos sistemas. Para caer y participar realmente en una decisión y control democrático de la salud, debe romperse e integrarse esas barreras establecidas entre niveles de atención a la salud.

De tal manera que el tema a trabajar se vuelve un buscar cómo crecer y fortalecer el sistema de salud y redefinir papeles. Estamos unos a otros tratando (en eso invertimos tiempo y dinero) en neutralizarnos incluso destruirnos, todo gracias a una mentalidad comercial y de poder que ha trasformado la salud, en un objeto y por consiguiente en motivo de su comercio, dejando al margen de acceso a la salud, por falta de poder adquisitivo, a un buen número de población.

Son las debilidades humanas, sus imperfecciones, la principal causa del desequilibrio entre salud-enfermedad, pues son las actividades humanas que se desarrollan e implementan social y ambientalmente, las principales causantes de alteraciones que propician el aparecimiento de las enfermedades. Es por eso que el sistema de salud debe ir tras la búsqueda de los factores que favorecen el aparecimiento de las enfermedades y buscar la técnica y solidaridad para enfrentarlos y menguar su impacto. Este punto de vista necesita de la movilización no solo de las ciencias y tecnología médicas y de salud, sino de las sociales y ambientales a la par de las jurídicas enfocadas a la renuncia de toda discriminación e inequidad del otro. Una concepción de la salud en esos términos, constituye un hecho político y social que debe ocupar un primer orden, si realmente queremos elevar la dignidad humana como idea central del desarrollo humano. Nuestro peor enemigo en eso es el enjambre de opiniones e ideas y acciones contradictorias sobre el origen y esencia de la salud-enfermedad, que muchas veces se dilucida en beneficio de unos a costa de otros. A fin de obtener una claridad en esa confusión e injusticia, la educación debe ir a la par de la legislación a fin de dar un norte a la problemática de la salud y de ganar una visión concreta de esta como fin democrático y de progreso y desarrollo humano. Costumbres y usos tradicionales políticos y sociales, que determinan formas de vida poco saludables, deben readecuarse; de lo contrario, esas formas anquilosadas y rígidas de guiar conductas a través de armazones y sistemas institucionales y sociales antisalubristas, seguirá siendo alimento para favorecer la enfermedad y un desarrollo humano  pobre.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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