Alfonso Mata
No me lo tome a mal, ni me mal interprete. Dado que en nuestro medio, por una educación escolar insuficiente descuidamos la capacidad de pensar en términos cuantitativos, cuando un investigador nos muestra datos a través del análisis y tratamientos numéricos y estadísticos elementales, es frecuente que lo ignoremos. Entonces por ignorancia, por falta de comprensión de los procedimientos más elementales de análisis cuantitativo, somos fácilmente víctimas de charlatanes de todo tipo. Somos fáciles de convencer con datos que rápido comprendemos, aunque sean falsos. Es por ello que la ciencia tiene el deber y la obligación de intervenir en el debate público con hechos calificados.
Por tanto, la comprensión y aceptación de una explicación, debe ir a la par de ponderación de su mérito y en esto, no es atracción o caer bien lo que manda, lo que manda es que se haya formulado y sometido a prueba experimental y comprobado de forma exhaustiva (más que menos) lo que digo y los resultados recogidos hayan sido organizados y presentados en forma estadística bien formulada, por la sencilla razón de que: no importa quién diga algo, sino qué hechos apoyan lo que dice. Por ejemplo: rechazar la opinión de un Premio Nobel no es automáticamente un signo de arrogancia, sino que puede deberse simplemente al hecho de que no ha aportado datos, salvo su nombre de Nobel en cuestión; no se trata de una falta de democracia o de hacer a alguien de menos, sino simplemente de la irrelevancia del principio de autoridad en esto.
Únicamente cuando se tiene formulada correctamente una opinión científica y los datos aportados en su apoyo son los adecuados, es el momento de comenzar la discusión científica. A su vez, es necesario estar preparado para demostrar cuál de dos o más hipótesis es la correcta, cada una acompañada de hechos y comprobaciones. Existen métodos para lograr esto que no discutiré aquí, pero cuyo elemento básico es este: encontrar una forma de verificación experimental que dé resultados suficientemente (en un sentido estadístico) diferentes, según cuál de las dos o más hipótesis es mejor. Ese es otro trabajo de los centros especializados y por eso ellos deben: simplificar la explicación del hecho científico, a un lenguaje de razonamiento comprensible para la mayoría.
Debemos tener en cuenta que al formularse hipótesis deliberadamente en término de mejor, se hace a sabiendas de que cada tesis, aunque esté respaldada por datos, un día cercano o lejano, puede encontrar incluso un solo hecho capaz de demolerla. Hasta que ese día llegue, y en ausencia de mejores hipótesis que estén de acuerdo con ese hecho y con todas las explicadas previamente por las hipótesis fallidas, cada hipótesis goza del estatus de «verdad científica», con ese sentido de provisionalidad inherente; pero para destruirlas no valen corazonadas. Y esta «verdad científica» es la que podemos derivar del análisis de la literatura técnica sobre un determinado tema (no de un solo artículo u opinión); y es necesario adherirse a esto midiendo su solidez (es decir, número de hechos y experiencias de apoyo), utilidad (es decir, capacidad para hacer predicciones útiles en una escala más o menos grande, para los fines que se pretende lograr) y finalmente la compatibilidad con el resto del conocimiento científico. Esta es tarea ardua que no corresponde hacer al público sino a las instituciones especializadas.
En resumen: si una opinión no ha sido discutida por los investigadores, y si el argumento es de carácter científico, primero pregúntese si es realmente cuestionable como está, en lugar de creer que el problema es falta de escucha a cualquier argumento. Después de todo, puede descubrirse una nueva forma de formular un pensamiento digno de discusión, sin perturbar la filosofía, la democracia y el derecho de opinión. Eso sucedió con muchos de los tratamientos que inicialmente se dijo que controlaban el COVID-19, eran incorrectos. Eso está sucediendo con las vacunas. No hay «verdades negadas», «verdades inconvenientes» o cualquier otra cosa de ocultamiento en la ciencia, incluso en presencia de conflictos de intereses. En cambio, hay discusiones que merecen ser conducidas, y otras que simplemente no son cuestionables en términos científicos por obvia indecidibilidad experimental, o demasiado triviales, o ya discutidas.
En estos tiempos oscuros pandémicos, de conformidad y presión para dirigir, controlar y provocar la investigación científica, el mundo académico está despertando y haciendo sentir su autoridad para salvaguardar la libertad de pensamiento. Y en un primer plano, es evidente que los científicos están abogando a que cuidadosamente se tomen en consideración los resultados de los numerosos experimentos disponibles, y se analicen a la luz de lo que demuestran. Cualquiera que haya participado en eventos científicos de producción y difusión de ciencia en cualquier disciplina, sabe que en ocasiones se presentan desacuerdos entre los científicos, lo que suscita acalorados debates y discusiones; sólo investigaciones posteriores podrán establecer cuál es la tesis correcta.
En estos momentos, tenga usted por seguro que la tarea de la comunidad científica es comunicar, dialogar, no desdeñar la práctica de la duda. Hacer circular las ideas y ponerlas a prueba con la mente abierta y sin prejuicios. La tarea de las instituciones como los sistemas de Salud, es plantear las posibilidades científicas y discutirlas a fin de poder encausar mejor sus decisiones al respecto. Estas deben tener en cuenta que el enfoque científico no radica en la elección del objeto, sino en el método que se utiliza. La verdadera actitud anticientífica es, en todo caso, el dogmatismo de quienes no quieren abordar temas que personalmente han condenado a priori como «ridículos, falsos, incompletos» por razones personales.
La tarea de la ciencia, de los institutos científicos más renombrados, así como el de los grandes hospitales, es sobre todo establecer lo que es falso (así como lo que es verdadero al menos provisionalmente); para ello, se basan en un método que es capaz de limitar el sesgo cognitivo de sus expertos y trasmitir conocimientos carentes de ello. La ética del científico consiste en rechazar lo que es demostrablemente infundado o no probado.
Una pregunta fundamental que debe hacerse un lector y que debe responder el que explica algo sobre un virus, una pandemia, la enfermedad que produce, de una vacuna o una mascarilla, es: ¿cuáles son las publicaciones científicas, estrictamente relevantes para fundamentar sus afirmaciones, que apoyan o demuestran la mejor eficacia de lo que afirma o dice? Analice entonces o hágalo analizar, la fuerza, validez y credibilidad de los mensajes de los sustentantes. Debemos recordar siempre que el enfoque científico no radica en la elección del objeto, sino en el método que se utiliza. Por ello, rechazar la investigación de determinados temas sin fundamento, sería un signo de dogmatismo. Analizarlos y encontrar sus fortalezas y debilidades, una obligación.
Quítese de la cabeza “los científicos como una élite corrompida por las empresas, que se mueven en su propio interés y el de la mano que paga” los ha de haber pero no son todos. El científico si no mueve un dedo por alguien, al menos lo hace por la verdad. Por principio y en la pandemia, no han permitido que quienes niegan la existencia del virus SARCoV-2 o del SIDA o incluso que los coronavirus causan el COVID-19 sigan con sus propias tonterías, causando dolor y muerte evitables.