Alfonso Mata
Yo creo que en términos generales, deberíamos entender que el problema de la COVID-19 no es lo sucedido con las vacunas. ¡No! Es lo sucedido con toda la organización y proceso de su atención en todos los campos encaminados de parte del gobierno a sacarle provecho político (poder y riqueza) a esa situación en beneficio de unos cuantos y en eso, el mal manejo de fondos, su aprovechamiento ilícito, la coparticipación forzada o voluntaria de algunos funcionarios en una mala adquisición de recursos, asignación de estos, etc., también ha sido motivo de alteraciones y malos manejos. Todo ello lo que nos indica es: un Sistema de Salud permisible y corrupto.
Decía en los artículos anteriores, que desmantelar el poder opresivo inequitativo y corrompido, requiere que más de un grupo de personas exija cambios. Deshacer las inequidades y marginación requiere más que la voz de los afectados y que las denuncias, encaminarse a la acción. También decía que deberíamos actuar primero sobre nuestras conciencias, interrumpir o alejarnos de las prácticas que nos conducen más que a mantener el sistema desvirtuado y afirmaba que aquellos de nosotros y grupos dentro de la sociedad que tiene una voz fuerte en la salud nacional y el bienestar, deberían afirmar colectivamente el empoderamientos y la dirección que debe tomar el Sistema Nacional de Salud y no solo el MSPAS que no es el único ente ejecutor en problemas.
Reclamar espacio requiere confianza y eso no lo proporciona el sistema político sino el social. Y esto necesita que primero creamos que «podemos», y tenemos la capacidad de producir conocimiento y actuar. Sin embargo, nuestra confianza en el potencial de nuestras ideas y acciones, se ve debilitada por el peso de asimetría que existe entre prestador de servicio y población (totalmente analfabeta en cuestiones de salud), pero también entre prestadores y grupos afines a la salud que terminan dando apoyo, conocimientos e intervenciones de forma solitaria o unidireccional.
La pandemia de COVID-19 ha demostrado la importancia de los científicos, pero a lo largo de la misma y de la actuación para su control, hemos visto a nivel nacional e internacional la falta de relación de estos con políticos, con profesionales de la salud, con comunidades en la forma de usar adecuada conocimientos a nivel nacional e internacional y aplicar la ciencia y la tecnología. Pasar del extremo de soledad al de diseño, financiamiento, y a la implementación de soluciones, requiere recursos y alianzas entre disciplinas por ejemplo, a través de redes de diversidad profesional enfocados a un problema: nutrición y alimentación, infección, enfermedades crónicas, accidentes viales, enfermedades laborales, salud mental. A eso se debe sumar una poderosa actividad de auditoría social que tendría como finalidad que nuestros gobiernos rindan cuentas: deducir responsabilidades y castigar anomalías como es debido.
El Sistema de Salud nacional necesita poner su centro de gravedad en la autosuficiencia, avanzar hacia ella, mirando hacia adentro para maximizar el uso del conocimiento y la capacidad locales; sin ello, las explosiones de resolución y la confianza serán de corta duración como ha venido sucediendo con la actual pandemia.
Para cambiar el centro de gravedad del sistema, además de producción y el uso del conocimiento correcto, fiable y suficiente, necesitamos oportunidades de descentralizar la conducción y fortalecer plataformas locales de planificación-ejecución. No podemos seguir viendo que el centro del poder gubernativo vea como “botín” las entidades públicas enfocadas en el desarrollo nacional y volviendo sus espacios motivo de privilegios y negocios ilícitos. De igual manera, se debe cambiar y reorganizar la prioridad tanto de lugar, personas y en la formulación de políticas, contratos, convenios e implementaciones.
Actualmente, la salud como lo manda la Constitución, no es ni universal ni diversa. Por lo tanto, no es sorprendente ver un número creciente de informes de discriminación geográfica, étnica, sexual, salarial, ocupacional, etc. La mayor parte del uso del gasto sanitario, depende de la decisión de unos cuantos funcionarios públicos y, en virtud de controlar los gastos, controlan eficazmente la agenda sanitaria. Si abordar las desigualdades es un objetivo central; la diversidad, la equidad y la inclusión reales, son parte de la misión principal a que debe apuntar una reforma, garantizando que su liderazgo y personal sean los que se necesitan: diversos y equilibrados en cuanto a género, disciplinas, etc. Eso implica cambiar formas de mando y de llegada de personal idóneo.
Es claro a raíz de COVID-19 que la práctica de la salud nacional y mundial necesita una nueva política de responsabilidad. El cambio de liderazgo en salud. Basarse en los movimientos interseccionales y sectoriales y en los sistemas de conocimiento que puedan facilitar nuevas prácticas, teorías y procesos organizativos y de liderazgo, que centran nuestra humanidad a través de valores de amor, cuidado, compasión y la redistribución de recursos y poder.
El gran reto a la par de todo lo anterior es incursionar con solidez de criterios, sobre la localización de decisiones de financiamiento y terminar con esa práctica tan frecuente tanto nacional como internacional de que gobierno y agencias vienen como “salvadores” y prefieren financiar proyectos que aborden sus propios intereses, en sus propios términos. Esto, a su vez, conduce a un desperdicio de recursos, mal uso y apropiación de recursos para el caso de la inversión pública y todo ello conduce a la pérdida del interés profesional y local y a la falta de confianza entre los beneficiarios, los funcionarios del Estado y los donantes.
El caso de las donaciones internacionales es serio. Se ha dicho, por ejemplo, que menos del 2% de toda la financiación humanitaria va directamente a las ONG locales. Que aproximadamente el 80% de los contratos y subvenciones de USAID van directamente a empresas estadounidenses[1]. La organización, pues de las finanzas nacional e internacional, debe hacerse y desarrollarse dentro de estructuras y procesos que permitan interactuar con los beneficiarios, no solo a los ejecutores sino a los financistas y ambos permitir dentro de una apertura democrática, una mejor concientización de los beneficiarios, sobre la importancia de varios proyectos y abrir las puertas de la toma de decisiones a las personas marginadas, que tienen la clave para impulsar el cambio y están más cerca del trabajo para centrar las inversiones en el conocimiento local y los procesos orgánicos factibles de desarrollar.
Con ciclos de intervenciones esporádicas y de financiación cortos y la típica insistencia de muchos funcionarios en «ganancias y frutos rápidos», las iniciativas de salud tienden a ser «quirúrgicas» en lugar de «orgánicas» en su enfoque, lo que resulta en resultados superficiales y de corta duración y en el mantenimiento de situaciones pandémicas y endémicas. Iniciativas que no toman suficientemente en cuenta el contexto local o no apuntan a un impacto fundamental y sostenido, son rotundo fracaso. El peligro de «victorias rápidas», además, es que pueden desviar los procesos de las organizaciones locales de su objetivo principal. Este es una razón fundamental. Clic aquí