La crisis climática a la que se enfrenta el mundo y la crisis humanitaria que deriva de ella provocarán escasez de agua, menos ciclos de cultivo y más hambre y enfermedades, unas consecuencias que "no se detendrán en los países menos desarrollados”. Foto La Hora: Europa Press/dpa

La crisis climática a la que se enfrenta el mundo y la crisis humanitaria que deriva de ella provocarán escasez de agua, menos ciclos de cultivo y más hambre y enfermedades, unas consecuencias que «no se detendrán en los países menos desarrollados», ha alertado Acción contra el Hambre hoy.

La organización ha publicado un informe con motivo de la celebración de la Cumbre del Clima de Naciones Unidas (COP26) en el que ha dado la voz de alarma a los líderes mundiales sobre la situación del hambre en el mundo, que ya afecta a 27 de los 35 países más amenazados por el cambio climático.

Incluso si se logra mantener el aumento de las temperaturas dentro de los 1,5 grados, «el mundo se enfrenta a una crisis humanitaria que gradualmente afectará a todos los países», recoge ‘Cambio climático: una crisis en ciernes’, y «sin una acción global concertada», la crisis climática «seguirá poniendo en peligro el acceso de las personas a los alimentos».

Además, ha alertado la organización, «la incidencia de las crisis de hambre relacionadas con el clima no hará más que aumentar, generando olas migratorias y dificultades en la producción alimentaria global». El informe ofrece un panorama «claro» de cómo la actual situación climática afectará en los próximos 30 años a la calidad de vida de millones de personas en el mundo.

En los niveles actuales, para 2040 el cambio climático podría provocar una pérdida de hasta el 50 por ciento en el rendimiento de los cultivos, a lo que se suma que la producción de trigo podría reducirse un 49 por ciento en el sur de Asia y un 36 por ciento en África subsahariana.

En cuanto al agua, su escasez ya afecta actualmente a unas 700 millones de personas en todo el mundo, y otros 700 millones estarán expuestas al riesgo de sequía para 2040. También se espera una disminución del ganado de entre el 7 y el 10 por ciento, con pérdidas económicas millonarias asociadas.

El informe también incide en que «los que menos contaminan son los que más sufren», ya que «el cambio climático se está dejando sentir de forma desproporcionada en los países más pobres, que, sin embargo, son los que menos contribuyen a la crisis climática». De hecho, el total de las emisiones de gases de efecto invernadero de los 27 países más afectados por el hambre apenas llega el 5 por ciento de las emisiones totales de los miembros del G7.

Pero la crisis climática no solo está encareciendo los precios de los alimentos, también está «acabando con ecosistemas enteros y provocando el desplazamiento masivo de los insectos portadores de enfermedades», como la langosta del desierto, la plaga migratoria más destructiva del mundo que en 2020 afectó gravemente a las cosechas especialmente en Etiopía.

En este contexto, los niños se ven especialmente afectados. En 2020, en todo el mundo 149,2 millones -un 22 por ciento- de niños menores de cinco años sufrían de retraso en el crecimiento, y es que «la reducción en la cantidad y calidad de los alimentos está teniendo un impacto en la salud familiar, especialmente de los niños y niñas».

«Es lícito plantear que la crisis humanitaria en países productores y exportadores de productos básicos acabará afectando también al resto del mundo. La crisis climática es una crisis global y sus efectos esta vez no van a afectar cómo siempre solo a los más vulnerables. Es un problema global que requiere respuestas y acciones globales», ha urgido el director de Incidencia y Relaciones Institucionales en Acción contra el Hambre, Manuel Sánchez-Montero.

En este contexto, la organización ha emitido una serie de recomendaciones a los líderes mundiales para pedir una «mayor implicación» con el cumplimiento del Tratado de París y las obligaciones de reducción de gases de efecto invernadero.

Además, Acción contra el Hambre ha pedido más inversión y más políticas de apoyo al agua, el saneamiento y la higiene, así como la financiación de «formación y herramientas para la adaptación agrícola» para garantizar «la resiliencia a largo plazo y la seguridad alimentaria».

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