Mario Alberto Carrera
Grotesco vos, yo y él –que dorado por la carroza real, en que parece maniquí de trapo– se cree que tiene la carne áurea y el intestino grueso oloroso a azucena y a jazmín. Grotesco el presidente de la República cubierto de oropeles laqueados por su imaginación y de rasos y gobelinos rezurcidos y remendados por el Pacto de Corruptos. Grotesco el general ordenando napalm en el pasado y bombas de clorato sobre personas que no saben decir bien ¡ay!, en español y que no tuvieron más armas para defenderse que la huida o machetes y cuchillos mellados por el hambre. Grotesco su eminencia arzobispal –rodeado de oros y encarnados voluptuosos en palacio y no en pesebre– que olvida un pasado de hace poco en que vivió la explotación como otro más de las excelencias de su espléndida parroquia. Grotesco el empresario cómplice de la explotación de un pueblo que ha sido transfundido sin clemencia. Grotesca la prostituta que no sabe ganarse el pan con el sudor de su frente sino con el sudor de sus entrepiernas obligadas por la suerte y por el dolce far niente. Lo sé de buena fuente. Pero también grotesco el cliente rijoso –el putero insatisfecho– que complace su calor por unos cuantos pesos pues cree que en el confesionario todo es perdonable en nombre de Dios absolutamente clemente y amnésico pero sin saber a ciencia cierta cuál es la opinión de Dios pues siempre hay un representante suyo.
Grotesco el “político” clientelista que ofrece la tierra prometida, sabiendo de antemano que jamás podrá cumplir ni un ápice de lo comprometido en campaña lujuriosa y que desea arribar al hueso aunque sea sólo a roer las últimas hilachas que la hiena política que lo tuvo antes abandonó por haberlo devorado casi todo.
Grotescos los presidentes de las dos o tres grandes potencias mundiales que juegan con bombas dirigidas y misiles “inteligentes” –como si fueran piojos y ladillas codiciosas y arribistas– en la danza de la repartición del mundo que ya tampoco es de países sino de grandes, compactos e incognitos trust que terminarán por tumbar al planeta en un agujero sin fondo y sin retorno. Tumba/tumba.
Grotesco y esperpéntico y tremendista el mendigo que fue del portal del Señor –que se cree mosco pero actúa como pelele en un sueño de años en que Guatemala se sume sin poder volver a las orillas. Pero más grotesco su Señor Presidente que construye templos a Minerva y palacios de insidia por Cayalá-San Isidro, baila con Tohil, manda a matar a su secretario y ejecuta extrajudicialmente a los presos de Pavón cuando era el encargado sórdido y aturdido de esa cárcel.
Grotesco el ignorante cacicón de la Liberación que sin conocer Fahrenheit 451 (pero intuyéndolo por sus sórdidas narices de satán) decretó la quema de libros “subversivos” porque subversión o transgresión es todo aquello que por imbécil no entiende. Y porque es por definición un nazi. Y grotesco el periodista o el escritor (escribiente más bien) que calla complaciente como himen de hipócrita doncella, para obtener una dádiva babeante pero pingue en ganancias y ventajas. Y por lo que dejaría la honra que, en Guate-Fake, se vende por un puesto en la academia, mejor si es extranjero porque vale más desde que las carabelas fondearon en las Indias.
Grotesca la niña (Capeputita Rota) que no permite que le perforen el himen pero que prostituye otros orificios de su cuerpo donde no se notará el intenso trato sexual y llega núbil y grácil al matrimonio. Grotesco el que todo lo clasifica y etiqueta de pecado pero que peca más que ninguno fingiendo santidad. Grotesco el que difama e insulta utilizando (¡él sí!) el argumento ad hominem, para señalar abusivo a dos damas que son orgullo del país.
Grotesca letanía de Guatemala en que su fulgor se hunde y su gloria agoniza. Grotesca luz de mayo con aguaceros y tormentas que no sabemos olfatear.