René Arturo Villegas Lara

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René Arturo Villegas Lara

En el tomo segundo de su Libro de las Efemérides, don Federico Hernández de León cuenta que en el año 1837, cuando se dio el inicio de lo que la historia conoce como la sublevación de la montaña, se presentó algo parecido a una pandemia, que contagió a gran parte de la población de Guatemala, solo que se trataba de la enfermedad cólera mórbus, que científicamente se clasifica como epidemia. En esos años gobernaba un gran presidente de Guatemala, de los poquísimos que hemos tenido a lo largo de la historia y se llamó Mariano Gálvez. Con motivo de ese mal que se regó por como de rayo, el gobierno puso en práctica un plan sanitario para combatir la enfermedad y envió brigadas a los lugares que tenían comunicación, proveídos de los medicamentos que escasamente se tenían a la mano, pues eran los tiempos en que uno se curaba con cocimientos de yerbas, sinapismos de mostaza, confortes de huevo, zumo de limón rescoldado, ajos machacados y friegas a base salviacija, ruda, eucalipto y hojas de albahaca rescoldada. Pero, más de algún médico graduado en la benemérita Universidad de San Carlos, tenía en sus anaqueles una “farmacopea” traída de Paris por el protomédico doctor Flores, y allí estaban las fórmulas de jarabes capaces de “tancar” en pocos días eso de “corre que te alcanzo”. Provistos de esos jarabes que preparaban en las boticas. las brigadas de inspectores de salud, algunos enfermeros y escasos facultativos, de los pocos que había, pues uno de ellos, el doctor Cróquer, presentó una exhibición personal ante un juez de distrito, auxiliado por el abogado don Juan Diéguez, padre del poeta don Juan Diéguez Olaverri, y se escabulló del cumplimiento del juramento hipocrático, pretextando padecer de gota. Y cuenta don Federico que en el poblado de Santa Rosa, ya en las afueras, vivía un pequeño hacendado llamado Lorenzo Mejía, del partido conservador, quien convocó a los vecinos de los alrededores, de aldeas y caseríos cercanos, para asistir a una sesión y organizarse para rechazar los remedios que mandaba don Mariano, pues este señor era un enviado del diablo que había sacado curas y monjas al exilio, además de ser el responsable de la ley del perro, que autorizaba el divorcio, olvidando que lo que Dios ató no lo desata ni el mismo enemigo. Que los remedios que mandaba el gobierno eran para matar a toda la pobrería, pues, envenenaba las aguas de ríos y manantiales. Todo eso le dijo a la cantidad de personas que acudieron a la sesión en el patio de su casa y juró con la protección de San Antonio del Junquillo, que él había echado los jarabes en el río de Los Esclavos y que los peces y los lagartos aparecieron muertos. A la luz de manojos de ocote, el patio de la casa de Mejía se iluminó más al oír la perorata del líder santarroseño, como si les hubieran echado gasolina. Entre los presentes estaba un mocetón de diecinueve años “llamádose” Rafael Carrera, que tenía algunos meses de andar por esas serranías en el negocio de cuidar marranos. El mensaje de Mejía fue como prenderle fuego a un volcán de tusas; y lo que son las cosas: es noche se inició el movimiento de los montañeses que ayudó a la caída del progresista gobierno de Gálvez, y que años después llevó a Carrera a la Presidencia, incluyendo la vitalicia, y permaneció hasta el gobierno de don Justo Rufino Barrios, a quien le ocasionaron muchos dolores de cabeza.

Si por casualidad se topa usted con eso del internet, verá que a saber con qué intenciones se habla de que las vacunas contra el tal coronavirus, en lugar de prevenir, crean un sin fin de dolencias, que hace que mucha gente, hasta en países supuestamente civilizados, aunque asalten capitolios, no quieren vacunarse porque les han metido el miedo de resultar con otros padecimientos, pues ese tal coronavirus se mete en los entresijos más recónditos de todas las entrañas. ¿No será que algún Lorenzo Mejía anda detrás de todas esas propagandas contestatarias en contras de las vacunas? Vaya usted a saber. Pero, si viviera don Federico, es seguro que estaría ante un hecho que da para escribir otra Efeméride.


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