Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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La pena de muerte es presentada por algunos como la panacea para terminar con el crimen y luego del asesinato brutal y despreciable de una niña en Petén, el mismo Presidente se ha convertido en el mejor propagandista de la implementación de la pena capital diciendo que a él no le temblaría la mano a la hora de tener que mandar al otro potrero a un delincuente como el responsable de ese crimen. Y realmente es un crimen que indigna y nos provoca a todos esa sed de justicia para que quienes hayan participado en el asesinato sean procesados y cumplan con la máxima condena establecida por nuestra legislación vigente.

Y viendo cómo se decantan por la pena de muerte como “remedio” para el crimen y para desestimular a los delincuentes, pienso que si tan efectiva la sienten, por qué no siguen los pasos de Singapur, China, Indonesia y Corea del Norte donde se aplica la pena de muerte a los corruptos que se roban los recursos que debieron servir para atender necesidades de la población. Porque no olvidemos que robar, especialmente en áreas como salud y atención a los más pobres, es algo que termina cobrando vidas, mientras que robar en áreas como la educación pública condena a mucha gente a vivir en la ignorancia y sin posibilidades de crearse oportunidades para una vida digna.

Cierto que el crimen cometido contra una niña es impactante y nos llega a todos hasta el fondo del corazón, mientras que aquellos niños que mueren de desnutrición no llegan a generar los mismos sentimientos aunque en el fondo sepamos que la responsabilidad de esas muertes está en los que descaradamente se roban el dinero que debió servir para crear condiciones diferentes en los lugares más afectados por la hambruna.

Pero tal vez el factor más importante para hacer diferencias es que el asesino de Petén debe ser uno de esos productos del llamado lumpen social, mientras que los corruptos que matan gente robándose el dinero que debe usarse en promover el desarrollo humano son personas, por lo menos, de tacuche y que se mueven en círculos “respetables” que los hacen propicios para ser sujetos de la famosa impunidad.

Por supuesto que nunca escucharemos una vibrante y airada reacción del Presidente Giammattei clamando por la pena de muerte para sus socios y amigos y jamás veremos ni siquiera que vayan a la cárcel, no digamos que se les pudiera aplicar un castigo ejemplar para sentar precedentes y meterle miedo a tanto pícaro que se ha enriquecido a lo largo de años de saqueo. Es más, cuando Guatemala vivió su momento histórico al destaparse los casos de corrupción del año 2015 hubo un inicial desborde ciudadano de entusiasmo, pero cuando resultó que no sólo se implicaba a los políticos sino que también a sus socios, empezó la brutal campaña para acabar con esa lucha contra la corrupción que se concretó con la captura del MP y la posterior expulsión de la CICIG.

Yo no creo en la pena de muerte y no la pretendo para nadie. Pero esos que se emocionan cuando hablan de ella y hasta vibran de entusiasmo al proponerla como panacea contra el crimen, bien harían en pensar que muchos de esos asesinos desalmados, como el de Petén, son producto de un sistema destruido por tanta corrupción. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

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