Sandra Xinico Batz

sxinicobatz@gmail.com

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Sandra Xinico Batz
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El 3 de febrero falleció mi abuela materna Nazaria Queché Coy a sus 92 años, después de toda una vida de trabajo duro, de jornadas interminables, de luchar siempre para sobrevivir y sacar a sus hijas adelante, a quienes tuvo que criar sola. Mi abuela Nazaria, como muchas mujeres mayas hasta hoy, dedicó gran parte de su vida a servir en casa de ladinos, ya que era la única forma de poder generar recursos económicos, situación provocada por el racismo, en el que socialmente se condiciona a las mujeres indígenas a la servidumbre.

Su esfuerzo hizo posible que mi madre, Gilberta Batz Queché, pudiera estudiar y que esto le permitiera tener una condición de vida distinta, una visión que tuvieron nuestras abuelas y nuestros abuelos para que las generaciones próximas tuvieran oportunidades, para que sus vidas no fuesen tan duras como fue la de ellas y ellos; concibieron la educación como una posibilidad o un instrumento para rebasar la servidumbre como única “opción” impuesta a los pueblos originarios.

Con la muerte física de mi abuela Nazaria se cierra un ciclo, pues fue la última en partir de mis abuelos y abuela quienes se adelantaron antes que ella. Mi infancia ha sido una etapa fundamental en mi identidad y está marcada de recuerdos, de vivencias que me hacen aferrarme a mis raíces, valorar el gran esfuerzo, los grandes sacrificios realizados y sentirme orgullosa de dónde vengo; escribir una columna era impensable, imposible e inimaginable en su tiempo, estar aquí hoy, escribiendo y narrando esta nuestra historia, en un idioma que no es el nuestro, es posible por quienes me antecedieron; por esto la necesidad de escribir, de nombrar mi origen, porque se nos ha negado a los pueblos originarios y a las mujeres el que se registre y documente nuestras vidas, nos han invisibilizado para deshacer nuestro pasado, para desvincularnos de nuestra raíz.

El presente para las mujeres mayas no es muy distinto al que vivieron mis abuelas, pero su lucha ha florecido y seguirá floreciendo con cada mujer maya que resiste en cada espacio, en cada territorio, desde todos los ámbitos de la vida; mujeres que hacen historia, que nos han forjado y que amasaron en piedra nuestro futuro, mujeres que no han sido nombradas, que han hecho invisibles, que han sido relegadas de la historia y cuyo desprecio hacia sus vidas continúa hoy en una sociedad racista y misógina.

Escribo estas palabras en honor a todas esas mujeres que como mis abuelas Nazaria Queché Coy y Estanislada Cum Batzín, lucharon toda su vida para que la realidad de sus descendientes fuese diferente, para que el dolor y el sufrimiento no fuese el mismo que ellas vivieron; nombrarlas es un fruto de estas luchas, porque tomamos la palabra para hablar lo que se nos ha negado por generaciones, para decir lo que han intentado silenciar, para dejar evidencia de los caminos recorridos y de las brechas abiertas con sangre de nuestras abuelas y abuelos.

Katuxlan nan Nazaria, nink’awomaj chawe’ ri awuchuq’a’.

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