Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

Nacemos con características no elegidas, y al principio los demás aprenden a reconocernos por algo físico que nos caracteriza. Mujeres y hombres de distintos rasgos y color de piel a los que toda la gente busca encontrar parecido con familiares. Con el tiempo unos serán altos y otros bajos, y también los habrá fuertes y no tanto. Incluso puede ser que el sexo que se tenga se considere conveniente o no, según las pretensiones de la gente. Pero antes, hay un período dependiente e involuntariamente egocéntrico, reducido a comer, dormir y excretar. Una buena rutina para el primer año, aunque alguno la quiera perpetuar toda su vida.

Además, y también por inspiración biológica, nacemos con un temperamento propio. La materia prima para lo que alguna vez será la personalidad. Introvertidos, extrovertidos, carismáticos, influyentes, provocadores, evitativos, dependientes, hay de todo. Cosas que tampoco se eligen, pero son rasgos que hay que reconocer para que bien utilizados sean fortalezas que den satisfacción o sean reconocidos como defectos cuando resultan muy rígidos. De lo contrario podemos sobreestimarlos y sentirnos falsamente omnipotentes e invulnerables.

Es necesaria una vida de relación con los demás. Las cosas que hacemos y lo que le hacemos a los otros. Y lo que nos dejamos hacer, para redondear el círculo. Modelos de comportamiento que son un sistema de comunicación hasta más expresivo que lo que podemos decir con palabras. Por lo que se ha visto hasta ahora, tomar en cuenta a los demás da mejores resultados. El cinismo, la frivolidad y la seducción son formas inaceptables de mejorar la autoestima; pero hay que aceptar que todos venimos arrastrando una herencia no biológica de mala educación, donde los malos ejemplos, la complacencia o la excesiva severidad y la manipulación, habrán hecho su trabajo.

Hasta aquí vamos todos más o menos parejos. Y aunque ya pesan sobre nosotros preceptos y prejuicios que hacen que la vida sea llevada con cierta dirección preconcebida o predeterminada; como niños y adolescentes, hacemos las mismas cosas, y las diferencias no se notan tanto.

Es importante superar este período para que no queden ligas innecesarias con el pasado y no haya pendientes que retengan en épocas ya vividas; o se le encaje a personas inocentes, las fantasías y promesas incumplidas de la niñez. O, por el contrario, que se idealice tanto el pasado que el presente nunca de satisfacciones.

Salvada esa época, empezamos a enfrentar las cosas del mundo, y resulta que no somos buenos para todo. Las actividades no son siempre las mismas y la gente tampoco. Los supuestos talentos dependen muchas veces de situaciones, personas y tareas, y hasta del poder que se tenga. Decantamos entonces por zonas cómodas, con riesgo de estancarnos. Se puede caer en un perfeccionismo malsano buscando solo situaciones ideales que se acomoden a lo que necesitamos o donde nos sentimos como un pez en el agua.

Pero el mundo es mucho más amplio y global, exige ser competente en muchos terrenos del conocimiento, el trabajo y la vinculación afectiva. De lo contrario todo será frustración, y la ira consecuente buscará absurdamente formas de resarcimiento y hasta de reivindicación para aliviar al orgullo herido. Es necesario aprender a afrontar problemas y a resolver conflictos con justicia, para no caer en la tentación de jugar sucio.

Ya no basta con lo que se tenía al nacer. No importa lo bello, fuerte o carismático que uno se sienta. Hace falta ser juicioso y asertivo. Se requiere de una conciencia realista y oportuna que, habiendo aprendido de la experiencia, pueda ver el rumbo que pueden tomar las cosas y anticipar consecuencias. Una conciencia menos egoísta para que al servicio de los demás, todos podamos ser líderes cuando sea el momento, y demos paso a otro cuando su talento sea el que prevalece.

Toda una fiesta del movimiento, y una forma natural de estar preparados para sobrellevar cambios y crisis esperadas o accidentales, que hacen imposible sostener que la vida es aburrida.

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