Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Siento un especial respeto y admiración por el Papa Francisco debido a la forma en que ha desempeñado su apostolado en momentos críticos para la Iglesia, cuando hacía falta una conducción distinta que, sobre todo, hiciera que la jerarquía se acercara más a los fieles de la calle, no sólo para prodigarles enseñanza sino para aprender, y mucho, de lo que la vida cotidiana significa para millones de católicos en el mundo, agobiados por un enorme abandono que no se repara simplemente con llamarlos bienaventurados. Creo que el Papa Francisco es justamente el Pontífice que los tiempos demandaban y que ha hecho mucho en la conducción de la Iglesia, preparando el camino para los cambios que se tienen que dar.

Sin embargo siempre me preocupó, cuando seguía los actos u oficios en el Vaticano, observarlo reacio al uso de la mascarilla que todos los científicos consideran como la herramienta más sencilla pero también la más útil para evitar contagios. El tema de la mascarilla no es únicamente para protección de quien la porta, sino que al usarla alguien que pueda estar contagiado está protegiendo a los demás y en ese sentido creo que es un gesto de solidaridad y caridad. Entiendo que el Papa siempre se quiere mostrar muy cercano a la feligresía y supongo que el rostro descubierto, que deja notar su semblante, le parecía lo más conveniente.

No era el caso de la vanidad machista de un Trump, inexplicablemente admirado y venerado por muchos católicos simplemente porque dice que es anti aborto pero le perdonan que abuse de la mujer agarrándola por donde le de la gana. Trump despreció la mascarilla por vanidad y porque para él no existe la opinión de los científicos. La única opinión que para él cuenta es la suya y sin duda que temía alborotar los préstamos de su peinado si se ponía ese dispositivo sanitario y por ello envió a millones de norteamericanos el mensaje equivocado. Los trumpistas se sienten orgullosos de andar sin mascarilla porque con ello se sienten identificados con el más baturro de los líderes mundiales.

Pero en todo caso lo importante es entender que las figuras públicas predican con el ejemplo y cuando un respetado líder se muestra sin usar la mascarilla, inspira a otras personas a hacer lo mismo y creo que como nuestro Papa Francisco no es perfecto y en temas como éste no puede ser infalible, cometió un error que ahora, por cierto, lo tiene en cuarentena y preocupa a todos los fieles que le admiramos y respetamos tanto.

Distinta fue la actitud del actor Tom Cruise, quien al llegar al set donde filmaba su última película y encontrar a gente sin mascarilla, perdió la chaveta y empezó a madrearlos diciendo que quien no se someta a la regla se puede ir una y mil veces a la chinilaria. Por supuesto que su lenguaje cuando arremetió a gritos contra quienes estaban en el set fue mucho más florido y la escena se hizo viral en las redes sociales.

No deja de ser un absurdo que algo tan efectivo y sencillo se convierta en una disputa política por culpa de tantos que andan viendo cómo dividen a la humanidad.

 

 

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